Roma no se construyó en un día, pero ese fue el tiempo que necesitamos para visitar sus puntos más conocidos: Vaticano, Coliseo, Foro y Palatino. Te avisamos de que, por tu cuenta, es prácticamente imposible conseguirlo: las colas en los Museos Vaticanos son gigantescas y es necesario reservar con antelación para visitar el Coliseo. Saltarse las colas es importante, aunque lo puedes conseguir pagando un extra por tus entradas, pero tener un guía que te explique lo que ves, y lo que no ves –muchas historia oculta y poco conocida–, además de ayudarte a escoger entre tantas cosas, es lo que acabó por inclinar la balanza. El tour es la forma más fácil de hacerlo todo en un día, nosotros lo reservamos en español con Civitatis, que ya habíamos usado en otras ocasiones.
Nos decantamos por la opción de todo en un día: Vaticano por la mañana y Coliseo, Foro y Palatino por la tarde. Además de agruparlo todo y dejar más tiempo libre el resto de nuestra estancia en Roma, al hacerlo junto se obtiene un descuento de más del 20% que si se reservan por separado, aquí puedes verlo. Te contamos nuestra experiencia.
Vaya por delante que hablamos de los lugares más concurridos de Roma. La cantidad de turistas con los que te vas a encontrar, aunque te saltes las colas, sigue siendo enorme. Conciénciate, vas a estar rodeado de gente todo el tiempo: el Vaticano recibe unas 30.000 visitas al día y el Coliseo llega a cerrar porque alcanza su capacidad máxima. Eso sí, si lo haces todo en un día, el resto del tiempo en Roma estarás un poco más tranquilo.
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La mañana: visitando la Ciudad del Vaticano
Si lo quieres ver todo en un día hay que madrugar. El tour comienza a las 8:00, aunque también está la opción de las 8:45. Bueno, es la hora a la que hay que presentarse en el punto de encuentro, muy cerca de la entrada de los Museos Vaticanos en cualquier caso.
Encontramos sin problemas la bandera de Civitatis, también fueron fácilmente reconocibles las chaquetas fucsias corporativas. Los grupos se organizaron conforme fuimos llegando y poco después de las 8:15 salimos unos quince con nuestra guía, Cecilia. Se nota que tienen experiencia porque la organización, a pesar de la cantidad de gente, fue perfecta.
Camino de la entrada de los museos nos encontramos con la cola de gente –abre a las 9:00– y nos volvimos a alegrar de haber reservado: nos la saltamos. Aunque hay que decir que hay una pequeña cola, muy rápida, también para los grupos que van entrando todos juntos antes de que abra al público.
La visita a los Museos Vaticanos: kilómetros de arte y miles de turistas
Después de superar el control de seguridad y de entrar propiamente en los Museos Vaticanos –donde recogimos las radios para seguir las explicaciones–, Cecilia nos habló de la Capilla Sixtina en el primer patio –ya con la vista de la cúpula de San Pedro en el horizonte–. Es lo primero que se explica porque, una vez en ella, los guías se separan del grupo y te dan tiempo libre para que la disfrutes. Es un lugar sagrado y hay que mantenerse en silencio.
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Junto con la radio te ofrecen unos auriculares. El planeta ya tiene suficiente carga de plástico como para que todo el mundo coja unos y luego los tire –los auriculares no se devuelven por higiene–. Sé una persona responsable y lleva tus propios cascos o, si tienes que cogerlos, vuelve a usarlos en la visita de la tarde y en todas las demás que hagas.
Después de la explicación, pasamos por el patio de la piña –Cortile della Pigna– y entramos en las galerías que conducen a la Capilla Sixtina. La galería de los candelabros, la de los tapices y la de los mapas, llenas de obras de arte que, en cualquier otro museo del mundo sería las piezas principales de la colección y que, aquí, casi pasan desapercibidas hasta que la guía las destaca: el Laocoonte, el Apolo, el Torso del Belvedere, el sarcófago de pórfido de Santa Helena –la madre del emperador Constantino–…
Hablamos de más de siete kilómetros de museos y es fácil que acabes por saturarte si no hay alguien que te indica las obras más destacadas –echa un vistazo a las 10 obras imprescindibles de los Museos Vaticanos–. Si eres un historiador del arte, no necesitarás esa ayuda, pero para los no iniciados no es tan sencillo descubrir la obra maestra entre todas las piezas… todas lo parecen. Cecilia las tenía bien localizadas y no dejó pasar ninguna hasta que no se aseguró de que todos las habíamos visto.
Las estancias de Rafael –decoradas con frescos del pintor– son otro de los puntos críticos del museo. Tanto, que se llegan a cerrar por saturación y no siempre es posible visitarlas con el tour. En nuestro caso, no fue posible, pero Cecilia nos indicó que podíamos quedarnos en el museo, abandonando el tour y devolviendo la radio, para verlas por nuestra cuenta. Nosotros ya habíamos estado, así que no nos importó perdérnoslas en esa ocasión.
La Capilla Sixtina: el clímax del museo
La joya de la corona se encuentra al final de todas las galerías: la Capilla Sixtina. La obra maestra de Michelangelo luce en todo su esplendor después de su última restauración en 1994. Toda la gente con la que vas caminando tiene el mismo objetivo que tú.
En la capilla pasamos entre quince y veinte minutos, depende del tiempo con el que llegues hasta allí. No parece mucho, pero te aseguramos pudimos fijarnos en todos los detalles que nos había explicado Cecilia al principio. ¿Por qué no puedes estar más? En realidad puedes si abandonas la visita guiada –recuerda que hay que devolver la radio–, pero, además de que hay un horario, la Capilla Sixtina tiene una capacidad limitada y los guardias también se encargan de que la gente siga circulando. A la hora convenida, nos encontramos de nuevo con Cecilia en el punto que nos había indicado y el grupo siguió el tour fácilmente.
Un dato: no se pueden hacer fotos y hay una buena cantidad de guardias que controlan que no las hagas.
La Basílica de San Pedro: la madre de todas las iglesias católicas
La salida del museo por la Capilla Sixtina te lleva a la entrada directa de la Basílica de San Pedro –una de las iglesias de Roma imprescindibles–. Aquí tampoco hay que esperar cola. Te aseguramos que la hay, un par de días después tuvimos que esperarla para subir a la cúpula, no subimos el mismo día porque el tiempo no acompañaba. Llegamos junto a la puerta Santa que, si te fijas al entrar –aunque la guía nos lo explicó–, verás que está tapiada con cemento. Cuando llegue el próximo año santo se romperá la pared, se abrirá la puerta y entrará por ella el Papa.
En el interior, además de la puerta, nos encontramos con la otra obra maestra de Miguel Ángel en el Vaticano: La Piedad. Cecilia nos comentó que tras la agresión que sufrió a manos de un perturbado armado con un martillo en 1972, hoy está protegida por un cristal antibalas.
Nos acercamos a varias tumbas papales, la de Bernini del Papa Alejandro VII fue la que “abrió la veda” de los monumentos con puerta como nos contó la guía, aunque la más solicitada era la de Juan Pablo II.
¿Sabías que…?
Solo los Papas que han sido canonizados pueden tener sus tumbas en la Basílica de San Pedro, el resto están en la cripta.
Cecilia nos hizo notar que no hay cuadros en San Pedro, todo son mosaicos. Sí, incluso los de la cúpula, sobre el famoso baldaquino. Hay una escuela de micromosaico en la Ciudad del Vaticano. Los retablos pintados originales se encuentran en la iglesia de Santa María de los Ángeles y los Mártires, otra de las iglesias que ver en Roma.
El tour acaba dentro de la Basílica y Cecilia nos dejó en la entrada de la cripta, por la que se sale a la plaza de San Pedro.
¿Y la comida?
Pues no, la comida no está incluida. De hecho, al acabar el tour de la mañana en San Pedro el guía se despide y no vuelves a verlo hasta la tarde en el punto de encuentro.
Nosotros aprovechamos que teníamos una recomendación «cerca» del Vaticano y allá que fuimos, a La Tavernella. Fue allí donde probamos por primera vez los tonnarelli cacio e pepe… ¡deliciosos! Pero, como no solo vas a comer ese día y puede que quieras ir a otro sitio, no dejes de leer nuestro artículo Dónde comer en Roma: restaurantes y más.
La tarde: visitando la antigua Roma
Por la tarde, el punto de encuentro estaba frente al Coliseo –de hecho, junto a la boca del metro– y, como por la mañana, fue muy fácil de encontrar y la gestión de los grupos también muy rápida. Solo seis en el grupo de la tarde. Viajábamos a la Roma antigua en un grupo pequeño y muy bien liderado por nuestra guía Rosa, una simpática italiana que nos declaró que su emperador favorito era Nerón, aunque tenga mala fama…
Camino de la entrada del Foro Romano, por la via dei Fori Imperiali, nos fue poniendo en situación. Hasta la llegada al poder de Mussolini era mucho más lo que quedaba en pie. Él, como si de un emperador se tratara, quiso entrar en Roma con un desfile triunfal y mandó construir la calle, destruyendo a su paso lo que fuera necesario.
¿Sabías que…?
El mismo Mussolini fue el culpable de que la plaza de San Pedro se vea desde la puerta de Castel Sant’Angelo. La via della Conciliazione también fue cosa suya, destruyendo la intención de Bernini de sorprender a los peregrinos con la magnificencia de la plaza escondida entre callejones y edificios.
El Foro Romano y el Palatino
El clima no acompañó mucho y tuvimos algo de lluvia en el Foro Romano, pero las explicaciones de Rosa nos hicieron olvidar ese pequeño detalle y nos centramos en los templos, los arcos, las basílicas… Los nombres de los emperadores iban apareciendo uno tras otro, como los de los dioses –Júpiter, Castor y Polux, Vespa, el divino César…– y, al final, de santos y vírgenes –hay un par de iglesias construidas sobre antiguos edificios romanos–.
En el siglo XIX, cuando comenzaron las excavaciones, se decidió que el nivel que se usaría como referencia iba a ser el de Augusto: el momento de máxima expansión de los foros. Caminamos unos 7 metros por debajo de la altura actual de la calle.
Visto que el día estaba un poco cubierto, decidimos entre todos que era mejor centrarnos en los restos de edificios: el palacio de Domiciano y el estadio de Septimio Severo y no subir al mirador del Palatino, uno de nuestros miradores de Roma favoritos. La colina del Palatino no era la más alta de las colinas de Roma, pero sí la más céntrica.
En poco más de una hora vimos una pequeña parte de los foros. Se trata de una superficie muy grande llena de restos de distintos periodos de tiempo. ¿Es suficiente una hora? Para verlo todo no, pero sí para entender bastante. Por tu cuenta puedes pasar mucho más tiempo pero, a nos ser que seas historiador, entenderás mucho menos.
El Coliseo: el otro “grande” del día
De nuevo, la joya de la visita guiada llegaba al final. El Coliseo nos esperaba. En realidad, espera ahí mismo desde el año 80. Sí, así como suena, 80, sin nada más. En su origen se conocía como el anfiteatro Flavio, por ser el nombre de la familia del emperador que ordenó su construcción, Vespasiano. El nombre de Coliseo proviene de la cercanía de una gigantesca estatua de Nerón. Dado su tamaño se comenzó a llamar el anfiteatro del coloso y acabó por Coliseo, Colosseo en italiano.
A pesar de que Vespasiano no llegó a verlo terminado, la inauguración le rindió honores. Su hijo, Tito, decreto setenta –sí, ¡70!– días de juegos consecutivos en los que se mataron más de 5.000 fieras.
La arena del coliseo escondía 28 montacargas con las que se movían los gladiadores, las fieras, los escenarios… Todo estaba organizado. Por cierto, no hay constancia de que se llevaran a cabo naumáquias, pero si las hubo, fue en los primeros años, antes de la reforma que elevó el número de montacargas a 80 después de unos derrumbes. Te lo contamos todo en nuestro artículo La visita al Coliseo de Roma.
Recorrimos las galerías interiores –seguía lloviendo– y, cuando el tour acabó, nos quedamos dentro del Coliseo hasta que escampó y pudimos pasear por el exterior y disfrutar de una puesta de sol digna de ser recordada. La visita acaba, como el de la mañana, en el interior del Coliseo y no hace falta salir con el grupo.
Nuestra opinión sobre el tour de Civitatis
Entendemos que los tiempos mandan, pero sí que hubo alguna cosa que se nos quedó en el tintero. En los Museos Vaticanos no tuvimos ocasión de ver la escalera helicoidal de Bramante ni las estancias de Rafael –aunque a nosotros no nos dolió mucho porque ya habíamos visto ambas cosas–. Por la tarde, como el clima no acompañó la decisión de subir al mirador o visitar el palacio de Domiciano fue sencilla, pero con buen tiempo habría sido complicado elegir.
En cualquier caso, como decíamos al principio, es casi la única forma de conseguir verlo todo en un día. Si apuramos, casi la única forma de conseguir verlo… porque las colas asustan. Además, las guías fueron muy buenas y las explicaciones hicieron que la visita ganara mucho –las ruinas siempre son ruinas y hace falta alguien que te cuente qué estás viendo–.
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