El Museo del Louvre es considerado el más importante del mundo. Recibe su nombre por estar ubicado en el palacio real del Louvre. El origen del edificio es un castillo del siglo XII que fue abierto al público como museo el 8 de noviembre de 1.793, lo que lo convierte también en uno de los más longevos. Es el museo más visitado del mundo y, a pesar de que se construyó una nueva zona de acceso con vistas a soportar el doble de turistas de los que recibía en el momento… se quedó pequeña rápidamente.
En la década de 1980 fue renovado añadiendo la famosa pirámide de cristal que serviría de nuevo acceso, que, al igual que la basílica del Sacre Coeur y la torre Eiffel, inicialmente no gustó a los parisinos. La pirámide se concluyó en 1989 y es obra del arquitecto Ieoh Ming Pei, una vez finalizada se convirtió en la entrada principal del museo. Si llegar a acercarse a las cifras de las grandes pirámides de Egipto, lo cierto es que su presencia impresiona –tanto de día como con la iluminación nocturna–. Unas cifras: 21.65 metros de alto y sus 35.4 metros de largo, ocupa 1.250 metros cuadrados y consta de 673 piezas de cristal (603 romboidales y 70 triangulares).
Existe la leyenda de que el número de rombos es de 666 debido a un error en el folleto oficial publicado durante la construcción y, una vez solucionado y casi olvidado, a la novela «El código Da Vinci» de Dan Brown que volvía a caer en él.
Frente a la fachada Napoleón Bonaparte mandó construir un gran arco del triunfo, conocido como Arc du Carrousel.
En la actualidad, y siguiente con una tendencia de ampliación de oferta cultural de los museos franceses, el Museo del Louvre ha abierto una «sucursal» en el norte de Francia, concretamente en Lens, donde se ha construido el Museo Louvre-Lens.
Si has llegado hasta aquí y te estás preguntando por qué no he dicho nada de la Gioconda de Leonardo da Vinci, la libertad guiando al pueblo de Delacroix, la Virgen del canciller Rolin de Jan van Eyck o todas las demás obras maestras que alberga el museo… pues simplemente porque sé que están pero no entré a verlas. Me gustan los museos, pero estar como en una lata de sardinas caminando casi sin tocar el suelo en mitad de la masa para ver los cuadros desde lejos y con una mampara protectora de cristal no es lo mío. Eso, y que en un fin de semana había mucho París que pasear en el exterior como para meterme entre cuatro paredes, por mucho que fueran paredes de palacio real. Ya habrá otra ocasión.