Me gustan las distopías como al que más. Para el que se esté preguntando qué es una distopía, la definición de la RAE: Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana. Vamos, un futuro negro y apocalíptico estilo 1984, Farenheit 451
o, incluso, Los juegos del hambre
y Terminator
. El caso es que cuando nos dijeron que cerca de Uncastillo, en Zaragoza, había tres pueblos abandonados, no dudé ni un instante en incluirlos en nuestro itinerario de viaje. Tampoco esperaba sentirme en ese futuro terrible post guerra nuclear, pero la verdad es que fue una experiencia completa: sorpresa, arquitectura, peligro –esas paredes podían caer en cualquier momento–, atracción por lo prohibido –había un cartel que prohibía el paso, pero…–. ¿Te animas a vivir un futuro peor por un rato?
El pantano de Yesa y los pueblos abandonados
En los años 60 del siglo XX se decidió construir el pantano de Yesa casi al pie de los primeros montes de los Pirineos. Se expropiaron gran cantidad de terrenos de los municipios cercanos: Escó (o Esco), Ruesta y Tiernas. Sin terrenos en los que trabajar, muchos de los habitantes de esos municipios decidieron abandonarlos y buscar una nueva vida en la capital o en otros pueblos. La bola estaba rodando y no se podía parar: sin tierras, sin habitantes, menos habitantes, menos trabajo… hasta quedar abandonados.
Visitar el pueblo abandonado de Escó, en Zaragoza
Poco más de 50 años después, pasear por las calles de Escó provoca una sensación especial, difícil de explicar. Todo es antiguo pero está tan destruido como si se encontrara en un futuro lejano. Está tan vacío, que es como si una plaga hubiera acabado con la población y tú fueras el primer humano que se atreve a volver a pisar esa tierra contaminada. De cualquier hueco de puerta, muro hundido, o hueco de ventana sin ventana esperas que salga una criatura capaz de helarte la sangre: un zombie superviviente, una alimaña gigante, la evolución de unos humanos radiactivos… Hasta que oyes la risa de un niño que te pone los pelos de punta más que cualquier otra cosa.
Las calles de Escó muestran lo que no queremos saber: nuestra vida es efímera y nuestra obra también. En esos 50 años las paredes de piedra de las casas se han abierto, resquebrajado, hundido, deshecho. Casas de pueblo de toda la vida, ¿qué pasaría con nuestras modernas casas de ciudad en 50 años si el abandono ha destruido así los gruesos muros de piedra?
Ventanas que te vigilan como ojos vacíos, puertas sin puertas como bocas desdentadas, muros hundidos como cansados de esperar que alguien volviera y terrazas suspendidas en el aire sin un suelo tras ellas desde el que salir a asomarse. Pero siempre ha habido y hay diferencias: la iglesia es el único edificio que está completamente en pie y con su tejado. Otra cosa es que sea un tejado estable y, con la sensación de peligro que llevábamos encima, tampoco nos animamos a entrar a comprobarlo. Hay piedras que aguantan más.
Hablaba de la risa de un niño… y era una risa real. No estaba en mi cabeza porque Sara también la había oído. No veíamos a más almas que las de unas ovejas en la lejanía –si es que las ovejas tienen alma– y empezábamos a plantearnos que era mejor salir de allí mientras siguiéramos cuerdos, y sanos, que tentar a la suerte. ¿Os habríais marchado? Nosotros tampoco. Seguimos subiendo por la ladera hasta que encontramos una casa de la que, además de la risa del niño salía el sonido de una radio. Una familia ocupaba una casa en el pueblo. Misterio resuelto.
La sensación de estar haciendo algo que no debíamos, de no querer molestar a quien se había refugiado en un pueblo abandonado, los nervios a flor de piel después de pasar junto a muros de “mirada” amenazante… nos hicieron dar la vuelta sin acercarnos. Dejamos tranquila a la familia, a los muros, al pueblo y a su abandono.
Puedes encontrar más información sobre la historia y la situación actual de Escó en la página web de la asociación por reconstrucción de Escó.
Cómo llegar a Escó
Llegar a Escó es sencillo: por la carretera N-240 hasta que el pueblo fantasma aparece asomado en la sierra de Leyre –muy cerca del navarro monasterio de Leyre–. El desvío de la carretera es de tierra. No hay más aparcamiento que el campo, porque una cadena corta la pista. Tampoco encontrarás más coches ni tendrás que aparcar en doble fila.
Visitar el pueblo abandonado de Ruesta, en Zaragoza
Al otro lado del pantano de Yesa nos dijeron que estaba Ruesta. Nuestras expectativas, después de la experiencia de Escó, eran muy altas. Además, la tarde iba cayendo y había menos luz, lo que podía hacer que esas sensaciones incómodas se multiplicaran por mil…
Pero no fue así. A pesar de su imagen imponente desde la carretera con sus torres, Ruesta está siendo reconstruido, ya hay un albergue y algún edificio nuevo más, y las zonas abandonadas están valladas y prohibido el paso. Por si fuera poco, casi no pudimos bajar del coche al llegar porque un perro se lanzó sobre nosotros. Gente que buscaba la tranquilidad de un pueblo abandonado –como la familia de Escó– pero con las comodidades del siglo XXI –como los habitantes de fin de semana de La Vereda en Guadalajara–.
No podía competir con esa claustrofobia, esa angustia, ese peligro de Escó.
Cómo llegar a Ruesta
Llegar a Ruesta es un poco más complicado: la carretera A-1601 está bastante abandonada, al menos en el tramo desde la N-240 a Ruesta, y necesitarás un poco de calma a la hora de esquivar los baches. Al haber nuevas construcciones sí que hay un cartel que indica el desvío y un campo a la entrada del pueblo en el que dejar el coche.
Pueblos abandonados en España
España era un país de pueblos hasta que la gente decidió que la vida iba a ser mejor en las ciudades. Ahora es fácil encontrar pueblos con pocos habitantes e incluso abandonados en todo el país. Desde los que parecen un decorado perfectamente cuidado que recobra la vida el fin de semana, a los que se deshacen y dejan que la Naturaleza vuelva a recuperar esos metros cuadrados que le robaron.
¿Conoces tú otros pueblos abandonados dignos de ser visitados?