Lunes, 05/09/2011 (y 2)
No esperábamos encontrar unos límpidos cielos azules con algodonosas nubes blancas en nuestra visita a Oslo. Oslo tenía, en nuestra imaginación, un cielo grisáceo, plomizo, amenazante de lluvia y tormenta y así era como nos había recibido el día anterior a nuestra llegada a Gardemoen. Es más, cumplió con sus amenazas y nada más llegar a nuestro hotel descargó una tromba de agua que lejos de parar continuó incluso cuando acabamos saliendo a la calle: no nos iban a frenar unas gotitas…
A la mañana siguiente, en Heddal, visitando la stavkirke, tuvimos el mismo cielo pero sin lluvia y, a nuestra vuelta a la capital, la suerte siguió sonriéndonos: nada de Sol y calor, pero sí sin lluvia. Que no seco, porque el suelo estaba lleno de charcos.
Como buen lunes, los museos estaban cerrados, pero Oslo ofrece mucho más que museos a los viajeros. Después de haber recorrido algunos de los fiordos más espectaculares –Sognefjord y Geirangerfjord– no es que el de la capital nos llamara mucho la atención –aunque hay ferrys turísticos que hacen la visita–. Otra de las opciones era y es el parque de Vigeland.
Vigeland, un artista. Un gran artista. Poco conocido para el público general. Totalmente en desconocido en nuestro caso, aunque habíamos visto parte de su obra en la fachada de la Catedral de Trondheim, que restauró. Lo más sorprendente, viendo su obra, es el momento en que vivió (1869-1943). Las estatuas, su temática y sus materiales –granito, bronce y hierro– nos llevaron a pensar que el parque era, si no nuevo, bastante moderno.
Lo que empezó siendo una fuente, diseñada en 1906, acabó siendo un parque de 32 hectáreas –por cierto, un campo de fútbol no es una hectárea, dos campos de fútbol, 100m x 50m cada uno, sí son una hectárea–. Nada como darle algo de tiempo a un artista. La fuente, el origen del espectacular parque, representaba el ciclo de la vida. Una enorme estructura cuadrada en la que los niños nacen, crecen, envejecen y se convierten en esqueletos que vuelven a dar lugar a niños. El realismo de las estatuas y la crudeza de los esqueletos sorprenden, más aún al pensar que se realizó a principios del siglo XX.
Tan espectacular era el diseño y tanto gustó, que se paralizó el proyecto –todavía en fase de inicial– para buscar un lugar digno de semejante obra. Un lugar que se tardó 18 años en encontrar. Para entonces el proyecto ya era mayor de edad y de tamaño: 212 esculturas. Una de los elementos que más impresionan es el monolito, Monolitten, una columna “viva”. Diecisiete metros de columna hecha con 121 figuras humanas entrelazadas. Todas desnudas, como el resto de esculturas del parque, y de todas las edades. Una de las más famosas, casi símbolo de la ciudad, es el niño enfadado o el niño con la rabieta, Sinnataggen.
Pero no se trata sólo de las estatuas y de su colocación, son también las rejas, las puertas, la forja… Un lugar en el que pasar horas y horas viendo las estatuas, las expresiones, disfrutando de una tarde en Oslo en la que la lluvia decidió darnos un respiro.
Hasta su muerte, en 1943, Vigeland vivió a un paso del parque Frogner, el actual parque de Vigeland, en Kirkeveien donde el ayuntamiento le construyó una casa estudio en la que creó gran parte de su obra.
Entrada libre