El año pasado, desde un punto de vista viajero, acabó pronto y empezó tarde. Los primeros viajes llegaron con la primavera y antes de acabar el verano ya estaba en una cama de hospital con mi nueva y flamante cicatriz de cadera. Mes y medio de baja y casi tres de rehabilitación después llegó este 2011. Habían quedado bastantes días de vacaciones en la cuenta y no era caso desperdiciarlos. El 2011 sería un año viajero y, con la cadera repuesta, saltarín.
Tampoco es que nos diéramos mucha prisa para empezar a viajar. Después de un par de años pasando la Nochevieja fuera de nuestras fronteras, la de 2010 la pasamos en casa.
No fue hasta finales de febrero que no despegamos. El destino era Uzbekistán, uno de los países de la conocida Ruta de la Seda. El país donde se encuentra la ciudad tantas veces oída y que pocos saben situar en un mapa, Samarcanda. Tampoco es que nosotros lo tuviéramos tan claro pero, como en otras ocasiones, un comentario oído de refilón, unas fotos vistas en una revista, un par de menciones al azar en televisión… ¿por qué cuando un destino entra en la lista parece que todo el mundo se pone de acuerdo para recordártelo?
La fiesta había empezado antes con la lucha para conseguir el billete de avión al precio que ponía en las páginas de venta de billetes, antes de poner la tarjeta de crédito. Uzbekistan Airways no puede vender a mayoristas en España y necesita de un intermediario para hacerlo. Lo malo es que el intermediario casi duplica el coste del billete y si, 450 euros nos parecía un precio atractivo, los más de 700 estaban descartados. Con esfuerzo conseguimos que la compañía aérea nos los vendiera directamente al precio que tenía que ser y allá que nos fuimos.
Sabíamos que el clima sería duro, pero no esperábamos encontrarnos con los 20 grados bajo cero que «disfrutamos» en el desierto de Ayaz Kala. En cualquier caso, el país nos gustó mucho. La sorpresa de encontrar mezquitas cubiertas por la nieve, descubrir a un personaje a la altura de Tamerlán y recorrer parte de esa Ruta de la Seda, meta de tantos viajeros, bien valieron el viaje.
La Semana Santa nos llegó sin planes y hubo que improvisar. Con la ayuda de un amigo, decimos la tarde del miércoles que subiríamos por la Nacional VI. Destino final, aunque no era necesario llegar, Lugo. Por el camino varios pueblos castellanos y sus castillos. Templarios como el de Ponferrada, ahora archivos como el de Simancas, usados por los Reyes Católicos como el de Mota… Las catedrales de Astorga y de Lugo y su muralla. Y disfrutaríamos de la gastronomía y de la sobriedad de la Semana Santa castellana, desde Astorga hasta Valladolid.
Antes de saber a dónde nos llevarían nuestros pasos en junio ya habíamos pedido las vacaciones. El destino inicial se «estropeó» en el último minuto pero decidimos mantener las vacaciones por si salía algo. Sin nada todavía en la mochila nos dimos el capricho de pasar un fin de semana en el Parador de León, con cocido maragato incluido.
Y llegó la sorpresa en forma de correo de ofertas de Lufthansa. Nos proponían un viaje a Delhi por 390 euros ida y vuelta. También nos tentó ir a Pekín por el mismo precio en el nuevo A-380, pero nos quedamos con el país por antonomasia de los mochileros. Un país que no sólo no había entrado nunca en nuestros planes sino que, después de pasar el año anterior por Nepal, nos tiraba un poco para atrás por lo que sabíamos que encontraríamos.
Haciendo de tripas corazón y con el lema de «no tengo ningún sitio al que ir, así que iré a cualquier sitio» nos plantamos en Delhi y recorrimos Rajastán. El país nos sorprendió en todos los aspectos. Nunca habíamos visto tanta belleza como en los templos jainistas. Impresionantes fortalezas, delicadas casas de comerciantes (havelis), palacios dignos de un marajá… Nos sentimos como Indiana Jones encontrando un baori en Osiyan o entrando en el Parque Natural de Ranthambore. Nuestra ilusión de ver un tigre de Bengala se cumplió con creces al ver ¡dos!
Pero también sufrimos los transportes del país. Horas y horas en autobuses atestados, buscar un asiento en un tren porque en Second General no se puede poner ni un pie, ver pasar la comida, dormir… La pobreza, la suciedad, el abandono. Esto, y mucho más, es India.
Y todavía quedaban muchas cosas por hacer…