La plaza Mayor de Madrid fue el «destino turístico» elegido para hacer nuestras prácticas en el taller de periodismo de viajes en el que participamos el fin de semana pasado. Para nosotros, que vivimos a menos de diez minutos, un lugar tan conocido que poco sabíamos de él… Una mañana en la plaza y unas cuantas conversaciones –y eso que no somos muy de hablar con la gente– después, escribimos nuestras impresiones.
No son textos al uso en el blog, pero nos gustó lo que parimos, ¿qué os parece?
Hola Plaza Mayor, ¿quieres ser mi amiga?
Por Sara.
Agobiada y hasta un poco trastornada. Así me sentí la primera vez que recorrí la Plaza Mayor de Madrid. Estaba abarrotada de gente y hasta llegué a chocarme con algunos de ellos. Me sentí como una bola de billar que, instintivamente, buscaba el final del tapiz, en la seguridad de la tronera. Así, alejándome de las otras bolas, de colores diferentes al mío, llegué a la calle Toledo y levanté los ojos hacia el confortable azul del cielo. Ese día no la entendí y la abandoné.
Pasó hace diez años, cuando era una «guiri» más en la capital española. Sin saberlo, claro, porque mi castellano académico aprendido en Italia no me permitía conocer ese concepto. Ahora vivo muy cerca de la Plaza Mayor y no sabría decir cuántas veces he pasado por ella. ¿Pero eso significa que la conozco? No. ¿Y que la comprendo? Tampoco. Es difícil, me decía, encontrar su identidad, escondida tras los mimos, los complicados menús en mil idiomas y con mil tipos de platos, o los recuerdos Made in China. Excusas. La verdad es que nunca me había parado a buscar esa identidad.
Sí, Plaza Mayor, tú y yo ya somos viejas conocidas, pero nunca me había esforzado en entenderte, en ser tu amiga. Hoy he decidido hacerlo. He decidido escucharte. Porque es eso lo que hacen los amigos. Por eso, he venido pronto y he intentado observarte y comprenderte.
Pero seguía confundida. Entre el olor a lejía de los detergentes usados para limpiarte, el tintineo de las copas y de los cubiertos en las mesas de los bares que se preparaban para recibir tus visitantes y la corona que sobresalía de los andamios de la Casa de la Panadería como queriendo recordar su esplendor.
Entonces me senté a pensar. Y allí, a mi lado, estaba un señor mayor. Antonio. Supe que tú me lo habías enviado para ayudarme a conocerte cuando, al preguntarle si venía a menudo, asintió y me dijo «claro, todos los días, esto ahora es muy tranquilo». ¿Tranquilo? –Pensé yo– ¿con la cantidad de gente que pasa por aquí?; Sí, para Antonio ahora, en democracia, la Plaza Mayor era tranquila.
«¿Ves ahí, donde pone carnicería? Eso era un calabozo». Así empezó nuestra conversación. Llegó a contarme cómo un italiano le había salvado la vida en Argelia, cómo venía al Museo del Jamón con su cuñado inglés, o por qué ayudaba a todos los turistas menos a los alemanes, entre muchas otras historias…
Antonio sólo es el primero, quiero volver a escuchar tus historias. Plaza Mayor, ¿quieres ser mi amiga?
Despertando a la Plaza Mayor
Por JAAC
Hace años había mucha más gente, me dijo Jacobo, el retratista. Y eso que él llegó a las once de la mañana con los grupos de turistas. Yo había llegado poco antes de las diez y encontré una plaza que se desperezaba como un adolescente después de una noche de fiesta: despacio, mientras los camareros, su madre, arreglaban las sillas de las terrazas sin preocuparse por el ruido.
Las cosas han cambiado mucho en la Plaza Mayor. Jacobo me contó que en los años 80 había más de noventa retratistas dibujando caricaturas sin parar, y ¡había gente que se iba sin su retrato! Hoy son poco más de treinta y raro es el día que hacen dos.
En la juguetería Arribas, también saben de eso. Por mirar no cobramos… por ahora. La familia lleva aquí desde que su abuelo Juan abrió el negocio hace casi 100 años. No hablan de menos turistas. Me dicen que ahora compran dos imanes y así cumplen con la familia. El problema es la competencia feroz: Cada vez hay más tiendas de souvenirs. ¿Y las 15 terrazas de restaurantes? ¿Siempre ha habido tantos bares? Sí, siempre, aunque antes –un antes que deja los 30 años que lleva Jacobo pintando en la plaza en pañales– era mucho más familiar.
-Un chocolate con churros
-Un café con leche y un zumo de naranja
Comienza el espectáculo. Los grupos de turistas siguen llegando –aunque no se hagan caricaturas y sólo compren dos imanes– y los bares comienzan a servir desayunos mientras preparan las mesas para la comida. Un español ni se plantea comer a las doce de la mañana, pero el turismo manda en este decorado en que se ha convertido la Plaza Mayor de Madrid. En el escenario Spiderman, Charlot, todo el plantel de Disney, pompas de jabón, estatuas humanas… La Plaza Mayor es un circo de muchas pistas. Los turistas, algunos con ojos sólo para sus mapas, son el público. Los actores saben distinguir a un potencial cliente del madrileño con legañas que ha bajado a comprar el pan.
Bajo los soportales, además de todas esas tiendas de recuerdos, las hay de sellos y monedas. Me pregunto si los alemanes, los franceses, los italianos… con los que me he cruzado sabrán de la existencia de esa tradición filatélica y numismática de la plaza. Según Antonio, dependiente en una esas tiendas, sí que lo saben y muchos vienen a la plaza sólo por eso… Puede que la Casa de la Panadería, la de la Carnicería –ahora mismo con su fachada en obras–, la estatua de Felipe III, los arcos… tengan también algo que ver en que la Plaza Mayor de Madrid siga siendo uno de los mayores reclamos turísticos de la capital.
Y a vosotros, ¿qué os han parecido?
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