Con un par de playas entre las mejores del país, Pipa no podía dejar de entrar en nuestros planes después de que Brasil nos hubiera hecho cambiar de idea respecto a la arena y la sal. Algo tenían los hippies que eran capaces de descubrir los lugares más recónditos pero más bellos para montar sus comunidades. Ya lo habíamos visto en Alto Paraíso y lo volvimos a comprobar en Pipa. Espectaculares playas para todo tipo de gente –desde surfistas hasta biólogos– de las que disfrutar todo el año. Excepto un punto de la Praia do Centro, la más «urbana» –por su cercanía a Pipa y no por su masificación–, todas están aisladas de la meseta en la que se encuentra Pipa y su vecina Tibau do Sul. Orgullosas paredes de arena, arcilla y roca separan la «civilización», con sus pousadas, calles, carreteras y coches, de las playas casi vírgenes que se extienden a lo largo de kilómetros de litoral.
Praia do Centro
La más próxima a Pipa, tanto que incluso una calle lleva hasta ella salvando el desnivel y cuenta con un par de restaurantes en ese punto. Bastante más larga que el pueblo, ése es el único acceso «sencillo» hasta la Praia do Centro, el resto –dos o tres– son escaleras construidas en el aire con madera y rodeadas de vegetación. A diferencia de las playas que acabábamos de ver en Bahía, Alagoas y Sergipe, en Pipa no encontraréis palmeras, coqueros, sobre la arena bajo los que resguardados del Sol –ojo, que hay más probabilidades de morir por la caída de un coco que por el ataque de un tiburón–. Aquí la vegetación se queda pegada a la pared y no hay sombra que impida llegar al astro rey a todas partes.
Puede parecer que en un lugar con tantas playas, algunas de difícil acceso, no merezca la pena ir a la más cercana y sencilla… nada más lejos de la realidad. Pipa ha sabido mantener la belleza de todas sus playas sin distinción. Disfrutar de la puesta de Sol camino de la Bahía de los Delfines bien vale bajar y subir por cualquier tramo de escaleras.
Praia do Curral – Baia dos Golfinhos
La playa más inaccesible de todas: sólo se puede llegar caminando desde la Praia do Centro con marea baja. Atentos, que después sólo se puede salir por el mismo camino con marea baja o por encima de unos enormes y angulosos bloques de piedra que cierran la bahía por el otro lado. Así que, si no queréis quedaros a dormir allí, más vale que miréis con atención los horarios de la marea. Esto no pudo menos que recordarnos al camino que llevaba desde Praia Argila hasta Morro de São Paulo, pero allí siempre se podía tomar una barca para volver…
Si el hecho de que sea difícil llegar hasta allí es poco aliciente, el nombre de Baía dos Golfinhos, Bahía de los Delfines, no es un reclamo turístico. Un grupo de delfines tiene su casa en esta bahía y no es difícil llegar a verlos o nadar cerca de ellos. Obviamente fuimos hasta allí y pasamos un par de horas en el agua. Vimos delfines, algunos bastante cerca, a unos cinco o seis metros, pero poco dados a cabriolas, saltos y alegrías. Las agencias y los dueños de barcos también han visto el potencial y organizan excursiones en las que, en una zona más profunda, puede que sea más fácil verlos. La otra opción es lanzarse sin miedo a la aventura y nadar mar adentro, como hicimos nosotros, hasta encontrar alguno.
Praia do Madeiro y Praia de Cacimbinha
Esos bloques de piedra que cierran la Bahía de los Delfines son el comienzo de una de las playas más vírgenes que hayamos visto: la Praia do Madeiro, sólo un pequeño restaurante cerca de las rocas en toda su extensión. Para llegar hasta ella hay que coger una furgoneta de las que hacen el recorrido entre Pipa y Tibau do Sul, camino de Goianinha. Tendréis que preguntar al cobrador porque no veréis un cartel que indique que habéis llegado y, de nuevo, la meseta no os dejará saber exactamente dónde está el acceso a la arena.
Los acantilados hasta la playa de un color ocre rojizo, la soledad en la arena por la que será difícil que encontréis a mucha más gente paseando y la calma y la tranquilidad que el ruido del mar provocan, hace de este paseo –junto con el de Praia de Cacimbinha, la siguiente– una experiencia totalmente relajante.
La misma furgoneta que lleva a Praia do Madeiro para, más adelante, en el acceso a Praia de Cacimbinha, lo que permite recorrer las dos a pie sin tener que dar la vuelta. Si Madeiro era de las más vírgenes, Cacimbinha es la más virgen. Aquí no hay nada, salvo las escaleras que la unen con la carretera, la arena y el agua.
Praia dos Afogados – Praia do Amor
Está claro que desde un punto de vista de marketing, el nombre de Playa de los Ahogados, Praia dos Afogados, no es de lo más atrayente. El nombre se debe a la fuertes corrientes y al oleaje que azota su arena. Lo que para unos puede llegar a ser mortal, para otros es el mejor de los reclamos: así ha sido con esta playa que se ha convertido en meca de surfistas por sus constantes olas. No sabemos si fue por una operación de estrategia turística o fueron esos hippies que descubrieron Pipa al mundo, el nombre pasó a ser Praia do Amor, Playa del Amor, mucho más comercial.
Para ir a la Praia do Amor hay que seguir la calle principal hacia el otro lado de la Praia do Centro hasta encontrar un pequeño cartel –antes de la parada de las furgonetas– que indica la playa. Para llegar hasta ella hay que atravesar un pequeño bosque hasta el acantilado y después, como en las demás, bajar por una «escalera» tallada en la roca. Doble mérito el de los surfistas que, no sólo cabalgan sus olas, sino que también llegan hasta allí con sus tablas.
Después de Pipa seguimos nuestro camino, todavía quedaban más playas que visitar: Brasil nos había convertido en amantes de la arena. ¡Ojo!, para disfrutar de las vistas más que para tumbarnos a la parrilla.