Nacer y crecer a 40 km de la playa hace que te pases ahí todos los veranos de tu infancia. Eso me ocurría a mí de pequeña: los tres meses de vacaciones del colegio me los pasaba yendo a la playa de Senigallia con mis abuelos o mis amigos. El día entero en la playa con comidas, juegos, baños… Luego llegaban las tres semanas de vacaciones de mis padres, cuando normalmente nos movíamos hacia otras más bonitas en Sicilia o Cerdeña. Yo entonces estaba encantada. Llegó un momento, creo que en la adolescencia, en el que me cansé de tanta playa, un poco por los complejos y un poco por mi creciente amor hacia los viajes más «culturales». Además, me fui a vivir cada vez más lejos de ellas y, al contrario que la mayoría de la gente que se ha criado al lado del mar, no lo extrañaba para nada. Dejé de entender los viajes dedicados a tumbarse en la arena y tomar baños: ¿por qué perder tiempo cuando puedes conocer nuevas culturas y obras de arte? y la arena ¡qué molesta puede llegar a ser!
El caso de JAAC es distinto. Él se crió a 400 km de la playa más cercana y sólo las veía un par de semanas en verano –y no todos los veranos–. Suficientes para que la sal en la piel, la lucha por un hueco para la sombrilla y el estar obligado a pasar las mañanas en la arena acabaran por convencerle de que las playas no eran lo suyo.
Pero, al final, descubrimos las playas de Australia y ahora las de Brasil. Unas «obras de arte» de la Naturaleza que, simplemente, no puedes dejar de visitar. Después de las de Paraty, en nuestro #LatTrip llegó Itacaré: otro paraíso encarado al mar. Sus pequeñas playas con palmeras repletas de cocos –cuya agua le encanta a los brasileños– son realmente preciosas. Disfrutar de la tranquilidad de la playa Resende –la más cercana al pueblo– después de unas cuantas horas de viaje nos dejó más relajados que un baño de agua caliente y un masaje. Además, en la última de las «urbanas», Riveira, llegan dos sorpresas: el circuito de arborismo y tirolesas y el camino hasta la idílica Prainha.
Dos días en Itacaré fueron suficientes para volver a amar las playas como se puede ver en el vídeo.
Conduru Ecoturismo, aventura en los árboles y tirolinas
Itacaré es también meta de turismo de aventura: aquí se puede hacer rafting, surf, parapente… y un genial circuito entre los árboles con unas tirolinas de casi 200 metros de longitud –la última de ellas terminando en la misma playa–. Ya habíamos probado la aventura entre los árboles en Madrid, pero gritar emocionados sobre una fabulosa playa al deslizarse por una tirolina es algo totalmente distinto y lo probamos con los chicos de Conduru Ecoturismo. Ofrecen dos opciones: circuito de aventura entre los árboles y circuito de cuatro tirolesas. Hay decisiones que son demasiado difíciles de tomar… así que hicimos los dos y sólo podemos decir que fue una experiencia imperdible al pasar por Itacaré.
La Prainha
Desde la playa Riveira se accede a un camino de unos tres kilómetros y unos 40 minutos. Esta bonita trilha en medio de la mata atlántica es el único acceso a la Prainha, literalmente la Playita. El camino en sí ya es toda una experiencia. Se supone que debe hacerse con guía, pero nosotros lo hicimos solos sin problemas –eso sí, con GPS por si acaso–.
La sensación de llegar a una playita rodeada de palmeras cuya única «construcción» es un mini chiringuito de agua de coco –no puede faltar nunca en Brasil– y sus únicos visitantes son una decena de surfistas llegados por el sendero con sus tablas, es indescriptible. Después de la diversión entre los árboles y la caminata, disfrutamos como niños de esas famosas olas.
Después de la Prainha hay otras playas a las que se puede llegar en barco o en autobús desde Itacaré y, por lo visto, también son preciosas. Nosotros no tuvimos tiempo de verlas ni de relajarnos un día tumbados en la arena, el viaje tenía que seguir. Pero, desde luego, nos quedamos con ganas de más… ¿quién diría que no nos gusta la playa?
Casarão Verde, descansar en Itacaré
También tuvimos la suerte de pasar la noche en el Casarão Verde, el que nos aseguró que era el mejor hostel de Itacaré, ubicado en una preciosa casa colonial, donde dormimos frente a la playa y desayunamos con vistas al mar. No hemos probado los demás hostels de Itacaré pero éste nos encantó. Se trata de una casa y de una familia con mucha historia: sus propietarios son la cuarta generación de un importante cultivador de cacao de la ciudad. Manteniendo el ambiente, y parte de la decoración, de hace cien años han incluído elementos coo el Wi-Fi o un gimnasio para llevarlo al siglo XXI.
¿Qué más se puede pedir? Ah, sí, un heladito –al lado hay unas sorbeterías, heladerías, buenas, bonitas y baratas– y «espectáculos» gratuitos al aire libre como fútbol playa, futvoley, volley playa y rodas de capoeira… sin olvidar las puestas de Sol.
Y pensar que nuestra primera idea era pasar por el interior de Brasil sin ver la costa… tanto nos había cegado nuestra aversión a las playas.