Visitar Brasilia es como recorrer un museo de arquitectura, te lo contamos en nuestro artículo Qué ver en Brasilia. La oportunidad que se le presentó a Oscar Niemeyer debe ser lo que todo arquitecto espera lograr en su vida: crear los edificios que harían internacionalmente famosa y admirada la nueva capital de Brasil. A fe que la aprovechó: el Palacio de Alvorada, la residencia oficial del presidente del país; el Congreso Nacional, con la sede del Congreso y del Senado; el Palacio de Itamaraty, sede del Ministerio de Exteriores; el Tribunal Federal;… pero, sin lugar a dudas la gran obra maestra de Brasilia es su Catedral Metropolitana Nossa Senhora Aparecida, uno de nuestros edificios religiosos favoritos.
Idea de Niemeyer para la Catedral de Brasilia
Según Niemeyer la forma de la catedral es la de dos manos unidas elevadas hacia el cielo… aunque son manos de ocho dedos, porque la catedral está formada por dieciséis columnas idénticas de hormigón. La seña de Niemeyer es el uso del hormigón armado con intención decorativa. Las dieciséis columnas se unen en una única estructura en anillo en el techo del edificio para volver a separarse hacia el cielo.
La primera piedra de la Catedral Metropolitana de Brasilia se colocó en 1958, dos años después del comienzo de la construcción de la capital brasileña, y no fue hasta 1970 que estuvo terminada –Brasilia se construyó en cuatro años, pero su catedral necesitó doce–.
Interior
La imagen de la Catedral impresiona desde el exterior, pero es al entrar cuando se desencaja la mandíbula y se luxa el cuello al mirar hacia arriba. El cristal es el encargado de llenar los espacios dejados por las columnas y de permitir pasar la luz exterior, tamizada con colores azulados y con preciosos y sorprendentes diseños. Tuvimos la fortuna de entrar un día de cielo casi mágico, y la vista de las nubes detrás de los ángeles colgados del techo desde los bancos de la catedral nos conmovió.
En su interior, además de los ángeles de Alfredo Ceschiatti, también se puede ver la única copia milimétrica de la Piedad de Miguel Ángel mandada construir por Juan Pablo II. Pero nada puede hacer sombra al propio edificio, a la belleza de la simplicidad de sus columnas de hormigón, a la limpieza de sus cristales, a la amplitud de su volumen –70 metros de diámetro– sin interferencias… Una obra maestra. La entrada a la catedral se hace a través de un túnel, la zona «útil» –en la que se sientan los fieles y se encuentran la sacristía y las oficinas de la catedral– está bajo tierra, pero la luz que entra por las cristaleras te hace olvidar ese detalle nada más entrar.
Exterior
En su exterior, por si el propio edificio no fuera suficiente, se colocaron las estatuas de los cuatro evangelistas, obra también de Afredo Ceschiatti, y un campanario que, como curiosidad, cuenta con cuatro campanas donadas por españoles residentes en Brasilia y fundidas en Miranda de Ebro.
Repetimos la visita varias veces: de día, de noche, al atardecer… La catedral nos atraía y no podíamos dejar pasar la oportunidad de entrar cada vez que pasábamos por la ciudad. Tanto es así que se convirtió en el primer modelo para un dibujo: un par de horas sentado delante de este fabuloso edificio tratando de llevarlo al papel.