Jueves, 01/09/2011 (y 2)
La madera tiene varios problemas. La humedad es uno de ellos, pero parece que ése lo han solventado en Noruega durante siglos, Bryggen y las stavkirke lo demuestran. Otro es el fuego. Para esto no hay posible solución y en Ålesund lo saben bien. Fue el 23 de enero de 1904 cuando el fuego hizo acto de presencia en la ciudad y la arrasó. Sólo murió una persona pero 10.000 se quedaron sin casas. Tras cierta planificación, en esta ocasión ganaron el ladrillo y la piedra. Era la época del Art Noveau (Jundgenstil en alemán y noruego) y la ciudad se convirtió en un «muestrario» del modernismo.
Para llegar hasta Ålesund desde Hellesylt, Geirangerfjord, volvimos a sufrir los autobuses noruegos, dos horas y media para poco más de 100 km, cruce de túneles y uso de ferry para cruzar el Storfjord. Lo bueno es que esta vez, a pesar de parar varias veces para coincidir con otras rutas, no tuvimos que cambiar de autobús. Para compensar, la llegada a Ålesund y su albergue nos devolvió a la otra costumbre que ya habíamos adquirido en Noruega: habitaciones compartidas con un precio desorbitado: ¡30 euros por cama en una habitación de 16 camas! El principal motivo de salir de la habitación fue un anciano que tuvo ganas de ir al baño cuando llegamos, perimitiéndonos verle como vino al mundo al quitarse la sábana y la manta…
Llevábamos con antojo de ir a un restaurante desde Solvorn y habíamos decidido que de Ålesund no pasaba. Encontramos uno con muy buena pinta, el C&c. La carta estaba en noruego pero no hubo problemas para que la camarera, una de las c’s, nos la tradujera al inglés. Sara se decidió por salmón ahumado con salsa de mostaza y pipas, rollitos de platija hervida en vino rellenos de mejillón de segundo y de postre tarta Sacher con helado de mango, pera hervida, kiwi, fresas y crema. Yo opté por un carpaccio de ballena con piñones y queso laminado de primero; bacalao con bacon y salsa de mostaza con patata cocida de segundo y pannacotta con helado de chocolate, fresa, kiwi y mermelada. Todo exquisito y preparado al momento por el cocinero (que debe ser la otra C) delante de nosotros. Sí, como parecía, el capricho salió caro, en concreto 786 NOK. Por cierto, no aceptan tarjetas de crédito extranjeras y el cambio de euro a corona es muy poco conveniente.
El restaurante tenía wifi y descubrimos que los precios de los vuelos a Trondheim para el día siguiente eran prohibitivos. A pesar de que ya habíamos confirmado que el autobús necesitaba unas siete horas para llegar, no habría otra opción.
La anécdota del día llegó cuando paseábamos por la ciudad. Se llenó la tarjeta de memoria de la cámara y mientras la cambiaba, Sara siguió caminando unos metros hasta que se le acercó un tipo que intentó ligar con ella de una forma nada sutil. Más o menos le dijo que por el plano de la ciudad que llevaba entendía que era turista y le preguntó si le podía hacer un cumplido. Sara no sabía ni qué decir y el chico se lanzó diciéndole que era muy guapa y que en ese momento tenía prisa porque tenía que ir a algún sitio, pero que más tarde podrían quedar. Cuando Sara dejó de alucinar, me señaló diciéndole que estaba con su novio y que era yo, allí delante a menos de diez metros y mirando un poco extrañado por la cara que ponía. El tipo comenzó a disculparse y se alejó sin darnos la espalda. Cuando pasó a mi lado me volvió a pedir perdón mientras continuaba sin darnos la espalda. Debe ser que alguna vez el novio no había sido tan comprensivo y ya no se fiaba de dejar de verme.