Miércoles, 31/08/2011 (y 2)
El día estaba yendo muy bien: había empezado temprano en Solvorn –el sol y la falta de cortinas–, había continuado de camino al glaciar, Jostedalsbreen –con parada para comprar el desayuno y la comida– y, para acabar de rematar nuestra suerte hasta el momento, encontramos a nuestro amigo holandés que nos devolvió a Sogndal después de la caminata por el hielo milenario.
Ya sabíamos que llegar a Hellesylt, origen o final del Geirangerfjord, iba a ser imposible. En temporada alta, y más aún en baja, el número de autobuses que circulan por Noruega no parece muy elevado y el último que hacía ese recorrido salió de Sogndal antes de que nosotros lo hiciéramos del hielo de Nigardsbreen, un brazo de Jostedalsbreen. A pesar de todo seguíamos con nuestra idea de acercarnos lo más posible a Geirangerfjord, otro de los declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO, como el Sognefjord.
Si el día anterior habíamos recibido toda la ayuda del mundo de la oficina de turismo en Sogndal, hoy no sería posible. Los horarios noruegos no dan mucho margen y ya estaba cerrada. Habría que buscarse la vida con las mochilas a la espalda. Cuando llegamos a la estación de autobuses comprobamos que sería también sin internet –el día anterior había wifi en la estación–.
Una cosa más que se puede pagar con tarjeta de crédito en Noruega, las cabinas. Después de enterarnos de que podíamos llegar a Stryn, por supuesto cambiando de autobús en Skei, comenzamos nuestra búsqueda de alojamiento. Gracias a los papeles de la oficina de turismo y de la propia estación de autobuses fue posible hacer esto por nuestra cuenta. El albergue de la ciudad estaba cerrado, la temporada baja veraniega. La pensión estaba llena, ¿no habíamos dicho temporada baja? La última opción, dos campings con cabañas: 625 NOK a 7 km y otro autobús de Stryn, 650 NOK en el pueblo. Adjudicado. Vamos a probar una cabina-cabaña noruega.
Después de comprar más comida para cenar y desayunar al día siguiente sólo quedaba esperar. Una nueva sucesión de túneles y dos horas y media después llegábamos a nuestro destino.
Las cosas estaban yendo bien pero nadie sabía donde estaba nuestro camping. Caminar cargado con las mochilas a las once de la noche por una ciudad noruega buscando alguien a quien preguntar una dirección se puede convertir en una dura prueba. Incluso sin mochilas. Por fortuna, Stryn tiene cierta vida y logramos llegar a nuestra cabaña de 90 euros la noche.