Miércoles, 31/08/2011 (1)
Como ya nos habíamos acostumbrado en Noruega, el sol nos despertó a las seis y media. El concepto de persiana, como el viento de tormenta, se queda bloqueado en las montañas –en este caso en los Pirineos– y no sube a los países más al norte. Salimos de Solvorn sin saber dónde acabaríamos el día. El autobús hasta Jostedalsbreen, en temporada baja, vuelve a Sogndal nada más llegar al glaciar y no hay más en todo el día. Lo que sí sabíamos es que la excursión por el glaciar estaba confirmada.
Jostedalsbreen es enorme, de hecho es el glaciar más grande de la Europa continental con 487 km2. El glaciar por el que se camina es Nigardsbreen, uno de los brazos de Jostedalsbreen, –durante la primera mitad del siglo XVIII llegó a cubrir la granja Nigard– y no hay manera de llegar hasta allí sin coche. Lo descubrimos al bajar del segundo autobús del día. Las posibilidades de llegar a un destino sin cambiar de autobús en Noruega son escasas. La parada en Gaupne, en el aparcamiento de una zona comercial, nos sirvió para comprar el desayuno en un supermercado COOP. La tienda, la única, de Solvorn no abre hasta las nueve y media.
Entre la casa en la que se paga el tour y el propio glaciar hay unos tres kilómetros en los que encontramos el peaje más curioso del mundo: ¡un peaje autoservicio! Metes el dinero del peaje en un sobre con la matrícula del coche y levantas la barrera tú mismo. La suerte nos había sonreido y mientras esperábamos a que el guía llegara a buscarnos, un chico holandés con coche se ofreció a llevarnos y devolvernos a la civilización después del paseo. ¡Bien por la suerte! Hasta a él le pareció curioso el peaje y nos confesó que en Amsterdam no pagaría nadie.
Tras un pequeño trayecto en barca por el río Jostedøla llegamos a los pies de la enorme masa de hielo. Lo primero que tienes que aprender es a usar los crampones. Sí, cuando uno camina por un glaciar tiene que usar pinchos de metal en las botas, botas que te prestan antes de empezar –si no tenéis problema de peso en el equipaje es mejor llevar las vuestras–. Las medidas de seguridad incluyen, además de los crampones, piolets y estar enganchados con los arneses en una fila india, cordada.
La experiencia de caminar sobre el hielo, un hielo de intenso color azul, es algo que recordaremos siempre. El color azul se debe a la enorme presión que soporta el hielo, nuestro guía nepalí nos lo demostró clavando el piolet, al levantarlo, el hielo adquirió esa transparencia que todos conocemos. Se trata de un hielo relativamente joven, la formación del glaciar ronda el siglo V a.C. –alejado de la última edad de hielo, hace unos 12.000 años–, aunque nos dijeron que tenía los 12.000 años… pero pisar hielo con 2.500 años de antigüedad tampoco es algo que uno hace todos los días. A pesar de que caminar por aquí es sencillo al estar tan cerca de una ciudad y a poco más de 200 metros sobre el nivel del mar.
Algo más de dos horas después, con las piernas machacadas, volvimos al embarcadero desde donde regresaríamos al asfalto, no sin antes cruzar un puente colgante sobre las rugientes aguas que escapaban del glaciar.
Nuestro compañero holandés nos llevó en coche hasta Songdal, donde esperábamos poder coger un autobús que nos acercara lo más posible a Geirangerfjord. Llegar sería imposible, el último a Hellesylt había salido de Songdal antes de que nosotros nos quitásemos los crampones. Todavía quedaba mucho viaje por delante y, a pesar de haber vuelto a la civilización, seguíamos sin saber dónde dormiríamos.
Ver Caminando por Nigardsbreen en un mapa más grande