Las ciudades inspiran libros y los libros inspiran a los turistas. Lamentablemente, es habitual que la “realidad” desilusione a los lectores cuando la colocan frente a la imagen que el escritor consiguió evocar en sus mentes. Oír muchas veces las maravillas de una ciudad, de una vista o de un monumento –al igual que pasa con películas o libros– puede acabar por generar una expectativas imposibles de cumplir. La basílica de Santa María del Mar en Barcelona demuestra que no siempre es así. Para muchos, el primer contacto con esta impresionante obra de la arquitectura gótica ha llegado de la mano de Ildefonso Falcones y su libro La catedral del Mar. Tanto es así que, como ocurrió en nuestro caso, descubrimos que su nombre no era ése cuando buscamos su localización en el mapa para visitarla.
Podéis recordar el libro o podéis olvidarlo, incluso ni haberlo leído, la basílica de Santa María del Mar os dejará sin palabras en cuanto crucéis su pórtico. Y digo en cuanto crucéis su pórtico porque, debido a su localización en pleno barrio gótico, es muy complicado disfrutar de la vista completa de su fachada encajada en estrechas callejuelas peatonales –la Plaza de Santa María, la calle de Santa María y el Paseo del Born–. Tanto es así que el rosetón que se alza sobre la puerta muestra sólo desde el interior toda su belleza.
Sorprendido en mi primera visita, recurrí al 3G para confirmar que me hallaba frente a un edificio del siglo XIV. Nada más, y nada menos, que 54 años fueron necesarios para su construcción. En pleno siglo XXI puede parecer mucho tiempo, pero no hay que olvidar que hablamos de 1329 y de columnas octogonales de imponente altura que soportan un techo que parece flotar.
A diferencia de otros templos, como la Catedral de Barcelona sin ir más lejos, su nave central está vacía, no se construyó un coro que dividiera el espacio. De esta forma la impresión de grandeza es aún mayor. No se trata de un edificio particularmente grande, pero los maestros de obra, primero Berenguer de Montagut y Ramón Despuig después, dejaron para nuestro disfrute unas líneas limpias y unos espacios amplios que enamoran con sólo mirarlos. Gracias a esta limpieza la sonoridad de la basílica es tal que se han llegado a celebrar conciertos de música clásica y de jazz. Como cuenta la novela, se trata de una iglesia levantada por el pueblo, en concreto por el barrio de la Rivera y los descargadores, bastaixos, del puerto que cargaban las piedras a su espalda una a una desde la cantera de Monjuïc. Al igual que en el resto de la ciudad, la Guerra Civil dejó su marca en la basílica: los días 3 y 4 de agosto de 1936 sufrió un gran incendio que destruyó la mayoría de imágenes y el altar barroco.
Si el síndrome de Stendhal te deja sin energías puedes reponer fuerzas a pocos pasos en los muchos restaurantes de la zona disfrutando de comida típica catalana. Y si tanta espiritualidad te pide algo más “humano” la animación del paseo del Born tanto de día como de noche te transportará a un ambiente más terrenal.
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