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Más templos, más havelis, es la guerra

Viernes, 17/06/2011 (5)

Son las 11.30 y ya estarán abiertos al público el resto de templos jainistas. Efectivamente lo están y son tan estupendos como los dos que vimos esta mañana. Eso sí, lo de ir descalzo por las zonas al aire libre es casi doloroso. La piedra ha absorbido gran parte del calor de los rayos solares y casi se podría preparar un chuletón aquí, y no será por falta de vacas.

A la una de la tarde está todo visto. En realidad nos falta una haveli y seguro que hay más cosas que merecería la pena visitar pero la temperatura ha subido hasta ser una tortura estar al sol. Nos acercamos a la última de las cuatro puertas que hay que atravesar para entrar en el fuerte, Hawa Pol, puerta de los vientos. Aquí hay sombra, se trata casi de una sala más que de una puerta como tal, y hay unos poyetes a los lados que hacen las funciones de bancos. Cuando pasamos la primera vez ya quedó clara su función, la roca está totalmente pulida por el roce de la gente al sentarse.

Allí nos quedamos con otra botella de agua, ya ni sabemos cuántas hemos comprado hoy. Sara ha comprado un vaso de lassi, una bebida típica de la India hecha a base de yogurt. Puede ser dulce o salado, en este caso es dulce, pero lleva comino y el sabor deja un poco que desear. Además de que, la nevera de la que lo ha sacado y la tapa-tela enganchado con una goma al vaso de plástico tampoco da mucha sensación de limpieza.

Con el cambio de hora es el momento de tomarse el malarone. Se supone que hay que tomarlo más o menos a la misma hora todos los días, pero se toma cuando se puede. Lo único que se puede comer es el lassi y las almendras que llevamos en Okihita.

Antes de empezar pasa de nuevo Rahul en una moto. La ciudad no debe ser muy grande y sigue buscando más turistas con los que hacer negocio. Al vernos allí asfixiados nos ofrece llevarnos al último haveli, Nathmal-Ki Haveli, y después a una colina cercana desde la que se tiene un paisaje muy bonito de la ciudad. Aquí, y en casi cualquier sitio fuera del mundo «occidental», parece natural ir tres en una moto (obviamente sin casco, eso es de cobardes) y nos asegura que no habrá problemas. Yo no estoy nada convencido, además de Okihita llevo la cámara y eso limita mucho mis posibilidades de agarrarme a nada. Por otra parte, la última vez que me monté en algo sin estar del todo convencido, y en aquella ocasión lo estaba mucho más, acabé en la mesa de operaciones con la cadera al aire y un cortafríos quitando un trozo de fémur… Vamos, que no monto ni loco.

A Sara sí que le hace ilusión lo de montar en moto. Le digo que vaya con él y que luego me lo cuenta, que yo la espero aquí a la sombra. Rahul dice que baje, la llevará hasta la puerta del fuerte y desde allí nos indicará cómo llegar. Salir al fuego de la calle no me hace especial ilusión, pero allá que voy mientras veo cómo ellos bajan la cuesta. Cuando llego Rahul ya le ha dado las indicaciones a Sara. Le recuerdo que hay que tomarse el malarone y comer algo.

Cuesta arriba hasta la puerta otra vez. Es el único sitio en el que se puede estar de esta ciudad sin correr el riesgo de sufrir un golpe de calor. Comemos unas almendras y nos tomamos la pastilla.

Ni cinco minutos después vuelve a pasar. Debe ser que está acostumbrado al calor, porque para llegar hasta aquí hay que salir al sol, es más, él lleva unos pantalones vaqueros y no se le ve sudar apenas. Aunque, pensándolo bien, nosotros tampoco sudamos. No es sudor como lo pensamos nosotros, nuestra piel no transpira, directamente pierde agua por evaporación. La ropa está seca todo el tiempo. Empezamos a pensar que, más que buscar más turistas, no acaba de fiarse de que no le demos plantón y quiere tenernos controlados hasta las 16.30 para estar seguro de que montamos en el jeep y vamos al desierto.

Como antes no tuvo éxito con lo de ir en moto nos sugiere ahora ir caminando tranquilamente. Y tan tranquilamente que tendrá que ser con esta temperatura. De entrada lo de la colina de después, por cerca que esté (siempre nos da los tiempos de dos formas: lo que tardaría él y lo que tardaremos nosotros), queda descartado.

Nathmal-Ki Haveli es tan impresionante como los demás, todo lo que parece simétrico no lo es en realidad. Las ventanas, los balcones, las celosías… están en el mismo sitio, pero cada una tiene una forma distinta. Construida a finales del siglo XIX como casa de un primer ministro, Diwan Mohata Nathmal, es obra de dos hermanos, Hathi y Lalu, uno excavó el lado derecho y el otro el izquierdo. Sigue, en la actualidad, habitada por sus descendientes. La fachada está decorada con tallas de elefantes, caballos, soldados, flores y pájaros, junto con otros elementos que, a pesar de no haber sido nunca vistos por los artistas, los utilizaron con el mismo fin, como trenes y bicicletas.

Se empeña en organizarnos lo que queda de tiempo. Sara le pregunta si hay algún café con aire acondicionado en la ciudad, ¡cómo nos acordamos del centro comercial de ayer en Jodhpur! El único sitio con aire acondicionado es un restaurante que hay a la entrada del fuerte. Es en su puerta donde hemos quedado para la excursión al desierto, ¿casualidad? Es un restaurante italiano y no hemos venido aquí a comer pasta o pizza. Se pone pesado y nos dice que vayamos y estemos allí una hora tomando un refresco tranquilamente y, cuando sean las 14.30, ya se podrá volver a pasear porque hará menos calor… No me creo que a las 14.30 haya una temperatura mucho mejor que ahora.

Para que nos deje en paz le decimos que iremos. Cuando llegamos a la entrada, con el recuerdo de ayer, nos metemos aunque haya que tomarse una coca-cola llena de burbujas. El restaurante está en la última planta y las escaleras son estrechas y empinadas, pero la promesa del frescor de arriba nos hacen subir sin pensarlo.

Promesa fallida. Aquí lo único que hay son ventiladores. El del restaurante improvisa una disculpa diciendo que se les han estropeado los aparatos. No sabemos si de verdad los tienen o si Rahul nos la ha jugado para mandarnos al restaurante de su amigo. Si no hay más que aire caliente no nos interesa quedarnos, estaremos mejor en la puerta de los vientos.

Al llegar Sara se coloca con la espalda apoyada en la puerta y levanta los pies. Se queda medio traspuesta, pero más que dormida está en ahorro de energía. Cuando se incorpora me tumbo yo. Yo no ahorro energía. Yo me duermo. Encima del poyete en el que estoy tumbado hay un hueco en la puerta en la que otros locales también están tumbados y durmiendo. Esos huecos están bastante sucios, no como el poyete que, del uso, está reluciente.

Un rato después nos levantamos y vamos más arriba en el fuerte, hacia un quiosco que vende agua. Frente a él hay una mesa en la que nos sentamos. La primera intención era sentarse en un bordillo, pero el tamaño y el número de las hormigas nos hace cambiar de idea. Ahora es Sara la que se tumba sobre la mesa y se queda dormida. Poco antes de que se durmiera vemos que Rahul está sentado con otros amigos delante del quiosco. Ya sí que parece evidente que nos está controlando en todo momento para estar seguro de que no le dejamos tirado. Con el calor que hace en este sitio ¿dónde vamos a ir? Eso sí, el que esta mañana nos ofreció la excursión por el desierto al salir de la estación también nos ha encontrado en la puerta y nos ha dicho que sigue estando dispuesto a llevarnos. Seguro que sería más barato y, porque esta vez Rahul se ha quedado alejado, porque si no era como para dejarle tirado e irnos con el otro.

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