¿Una isla? Quedaban pocas cosas que nos pudieran sorprender en Omán. Después de los esperados desiertos, llegaron las montañas y los fuertes. Pero no iba a quedar ahí la cosa. Ya sabíamos que los omaníes, consumados marineros que crearon un imperio que llegó a las costas de Tanzania y la isla de Zanzíbar, no sólo son hombres del desierto. Pero la idea de viajar a una isla después de pasar dos días recorriendo el desierto, rodeados de arena, con las ventanillas del 4×4 cerradas y el aire acondicionado al máximo, no dejaba de descolocarnos.
¿Por qué ir a Masira?
Poco sabíamos de lo que nos esperaba allí. No es Masira uno de los lugares más turísticos –de hecho, hay muy pocos alojamientos, aquí puedes verlos– y en Isla Masira de un país que, a pesar de haber sido elegido por Lonely Planet como uno de los mejores destinos para 2022, tampoco es muy turístico. Poco en un país de casi nada. Pero estaba en nuestro programa de viaje y, como habíamos decidido hacer en Omán, nos dejamos llevar con la seguridad de que, sin saber lo que encontraríamos, seguro que acabaríamos encantados.
Aún así, ¿por qué estaba en el programa? Porque Masira es uno de los lugares turísticos por excelencia para los omaníes y porque todavía mantiene ese aire de aislamiento y esas costumbres del pasado que se van perdiendo poco a poco. Si a eso le sumamos que es en sus playas donde desovan las tortugas bobas –caretta caretta–, la decisión nos parecía perfecta.
Lo que ya no nos pareció tan perfecto fue el tiempo que pasamos en la isla. Una noche que nos dejó un sabor agridulce. Salimos de allí convencidos de que habíamos dejado mucho por visitar y, al mismo tiempo, pensando que tal vez no habría merecido la pena el viaje hasta la isla… –aunque en nuestro caso mereció la pena con creces–.
Playas, desiertos y puestas de sol
La Isla Masira es, a pesar de ser la isla más grande de Omán, casi una isla desierta. Toda la población se concentra en el extremo norte donde, además de la base militar, está el puerto de Ras-Hilf –al que llegamos nosotros y todo el que viaje a la isla en barco–. Mientras que el sur es territorio de la arena de las playas, de una pequeña cordillera –la “montaña” más alta es en realidad una pequeña colina de 256 metros de altura– y de prácticamente ningún ser humano.
Ya habíamos descubierto que, en Omán, los desiertos pueden acabar convirtiéndose en playas, y en Isla Masira lo volvimos a confirmar. Porque, ¿tras cuántos kilómetros de arena las playas dejan de ser playa para transformarse en desierto?
Dado que nuestro objetivo no era ir a una playa a nadar, hacer snorkel o incluso buceo –cosas todas ellas que se pueden hacer en las playas de Masira–, Ali, nuestro guía, condujo el 4×4 hacia la playa en la que anidan las tortugas. También puedes hacer el viaje por tu cuenta: hay empresas de alquiler de coches en la isla –puedes ver precios aquí– y una carretera que sigue la línea de la costa y la rodea.
¿Quién nos iba a decir que íbamos a estar en una playa en la que desovan tortugas mirando hacia las montañas? Seguramente no le habríamos creído a nadie que nos lo hubiera dicho. Pero cuando un atardecer que transforma la arena en polvo de oro, que recorta la silueta de los montes y que parece durar una eternidad se presenta ante tus ojos, todo lo demás –búsqueda de tortugas incluida– pasa a un segundo plano. Además del detalle de que Ali las estaba buscando siguiendo sus huellas en la arena y no conseguía encontrarlas…
¡Tortugas! la emoción de ser rodeado
Un poco desanimados, con la sensación de que no había merecido la pena llegar hasta la isla, volvimos a cenar a la ciudad. Ali no estaba por la labor de dejar las cosas así y nos prometió volver más tarde, cuando fuera noche cerrada.
Casi sin ninguna esperanza, volvimos a plantarnos en la playa y, de nuevo, Ali comenzó su particular búsqueda del tesoro en forma de tortugas. La oscuridad era total –olvídate de la contaminación lumínica y, además,había luna nueva–, sólo veíamos la linterna del móvil de Ali que se movía arriba y abajo conforme subía y bajaba las dunas de las playa.
De pronto, cuando el fresco –tampoco vamos a decir que hiciera frío– empezaba a ser un poco molesto, nos pareció ver algo que se movía en la arena junto a nuestros pies. No voy a decir que sintiéramos miedo, porque tampoco pensábamos que fuera a haber nada peligroso, pero sí que buscamos la linterna del móvil para descartar cualquier peligro.
A la luz de la linterna, vimos que nos habían rodeado decenas de pequeñas crías de tortuga boba que corrían hacia el mar –bueno, algunas estaban un poco perdidas y no tenían claro a dónde debían ir–. En ese momento todo cambió: la emoción de ver a esas pequeñas dando sus primeros pasos hizo que el viaje hasta Masira mereciera la pena completamente.
Ali nos dijo que la luz podía distraerlas y alejarlas del mar. Volvimos a la oscuridad, pero con los ojos más acostumbrados y siguiendo los primeros pasos de nuestras compañeras de playa. ¿Por qué estábamos allí? La playa es una reserva natural y, aunque no veas a nadie vigilando, está ahí. Nosotros pudimos ver esos primeros pasos de las tortugas porque nuestro guía, Ali, estaba emparentado con la familia que vigila la zona. Incluso nos dijo que había hecho allí algún turno de vigilancia. Al final, con la luz de las linternas, a la que siguen, ayudamos a las más rezagadas y perdidas a llegar al mar. ¿Salvaríamos a alguna de ser devorada por los zorrillos de Masira?
Cómo llegar a Masira
Sólo hay dos formas de llegar a Masira y una, el aeropuerto militar, está reservada a los integrantes del ejército omaní. Vamos, que sólo se puede llegar por barco desde el puerto de Shannah, Ras an Najdah.
Hay dos tipos de ferry: el del gobierno que tiene mejor pinta, más grande, más puntual y, como no podía ser de otra forma, más caro (32 OMR por vehículo); y otros más pequeños, menos cuidados, que sólo zarpan cuando se llenan y, por supuesto, más baratos (12 OMR por vehículo).
Nosotros hicimos los dos trayectos en baratos. La ida, un viernes, no tuvo ningún problema. A pesar de que llegamos cuando se iba uno de los barcos, el siguiente se llenó en poco más de media hora. El tiempo en el ferry –una hora aproximadamente– se nos pasó volando charlando con un informático del ejército omaní que volvía a su casa en Masira. Nos estuvo hablando de su luna de miel en Salalah –todo el mundo en Omán habla maravillas de Salalah– y de su viaje por Europa con su mujer para mejorar su inglés. Antes de darnos cuenta, la costa de Masira aparecía en el horizonte y estábamos otra vez en el 4×4.
La vuelta fue más complicada. El sábado la gente no madruga –es como un domingo en Europa– y tuvimos que esperar casi tres horas hasta que se llenó el barco. Tampoco se puede hacer mucho más que esperar porque, al no haber una hora fijada, no es posible salir a recorrer otras zonas de la isla, más allá de bajar a caminar por el puerto.
En temporada alta la cosa se complica todavía más y es recomendable pagar el ferry del gobierno y reservarlo antes por internet.
Masira nos dejó la sensación de que hacía falta más de un día para disfrutarla pero, al mismo tiempo, la de que, si no hubiera sido por las tortugas, no habría merecido la pena llegar hasta allí…
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