Cualquier viaje a Cataluña no puede no incluir unas buenas experiencias gastronómicas. En nuestra escapada a las montañas de la costa daurada, en la comarca del Baix Camp, en el interior de Tarragona, disfrutamos de la comida típica catalana, del enoturismo y del… oleoturismo.
Sí, todos saben que me encanta comer. Además de eso, tengo debilidad por la cocina mediterránea. Vale, ser italiana y vivir en España influye… ¿o la comida influye en que viva en España y me encante mi patria natal? Bueno, que me disperso. El tema es que en nuestra escapada por la zona del Baix Camp, en el interior de Tarragona, disfrutamos mucho de sus pueblos, del castillo de Escornalbou, de la naturaleza… pero puede que la comida haya sido el caballo ganador. Buenos productos de la tierra, buena comida y experiencias gastronómicas de 10. ¿Os cuento algo más?
Oleoturismo: ¡un concepto que me encanta!
El concepto de enoturismo ya está muy asimilado pero… ¿habéis escuchado hablar de oleoturismo? No se trata únicamente de dar a conocer el trabajo de la cosecha de la aceituna y el proceso de elaboración del aceite virgen extra, sino de tener experiencias de todo tipo relacionadas con él: hay excursiones, talleres sobre el aceite, catas, degustaciones, clases de cocina…
Es algo muy parecido a lo que se hace con el vino, pero mucho menos desarrollado turísticamente, por lo menos hasta el momento.
Catas de aceite
No me gusta el vino, lo siento. Bueno, puedo beber vino pero no disfruto con él y, sobre todo, no tengo ni idea. Así que en las catas de vinos en las que he estado, siempre me he sentido un cero a la izquierda… Por suerte hay otros tipos de catas con las que sí disfruto como una niña, como las de chocolate, de quesos o… ¡de aceite!
Debo admitir que soy más de aceites fuertes y “picantes”, casi amargos –me encantan los de aceituna de variedad picual, por ejemplo– pero el de arbequina, afrutado, aromático y más suave, también está delicioso.
Para los que no lo sepan, el origen de la variedad de la aceituna arbequina es justamente Cataluña, y en particular se encuentra en Lérida y… en Tarragona. La zona de Riudecanyes tiene mucha tradición aceitera: aquí se produce el aceite de oliva virgen extra Escornalbou –coge su nombre del castillo– D.O. Siurana –sí, como el encantador pueblo que también visitamos–. Un aceite premiado en más de una ocasión y que se ha convertido en uno de los símbolos gastronómicos de Tarragona.
En el Centro de Interpretación de los Frutos del Paisaje de Riudencanyes, ubicado en el antiguo molino de aceite de la Cooperativa de Riudecanyes –productora del aceite de oliva virgen extra Escornalbou– fue donde nosotros tuvimos nuestra pequeña sesión de cata de aceite, dada por un catador oficial del Panel de Cata Oficial de Aceites Vírgenes de Oliva de Cataluña.
Yo trabajé justamente en una compañía aceitera así que conocía algo del proceso pero… ¿sabíais que para la cata de aceite de oliva se usan vasos de cristal azul marino? Así el color no influye en la valoración en la fase olfativa y gustativa. Después también se valora esa parte visual, la táctil, el equilibrio y la armonía del aceite. El catador nos habló de todos los atributos gustativos que tienen que valorar y de las selecciones que les hacen para entrar en el panel, ¡increíble!
Desayuno “de tenedor” entre olivos centenarios
Catar aceite estuvo muy bien pero probablemente nuestra mejor experiencia en este viaje al interior de Tarragona fue el desayuno “de tenedor” –más bien almuerzo– entre olivos centenarios.
Mucho antes de que llegara la moda anglosajona del brunch, ya existía el desayuno típico catalán, el de los “payeses” que necesitaban energía para el duro trabajo del campo. En otras zonas rurales de la península también se llevaba el desayuno “fuerte”, JAAC recuerda sus desayunos de huevos fritos con chorizo de matanza. Pero aquí los ingredientes cambian un poco: pan con tomate, con un buen chorro de aceite de oliva virgen extra Escornalbou por supuesto, embutidos catalanes –en nuestro caso longanizas a la brasa–, avellanas de Reus, y… ¡arenques a la brasa! Todo acompañado, como no, de un porrón de vino. Ah, también estaba el toque dulce de las “cañas”, unas especies de galletas recubiertas de azúcar con forma de caña.
Al acabar el almuerzo, se da una vuelta por los olivares para saber un poco más de la recolección de la oliva y del proceso de producción del aceite.
No sé si fue el cautivador olor de la longaniza a la brasa que nos dio la bienvenida; la sensación de paz y tranquilidad que había en medio del campo entre olivos centenarios, y algunos milenarios; la compañía de los simpatiquísimos dueños y trabajadores de los olivares; o que todo estaba realmente tan delicioso. Creo que una pizca de casa cosa. Sólo sé que fue una experiencia de ésas para guardar en el cajón de los recuerdos muy especiales.
El enoturismo tampoco puede faltar… ¡con cata en una masía!
Vale, ya he dicho que no me gusta el vino, pero la cultura que rodea el vino y las experiencias relacionadas con él sí que me atraen.
En este caso sólo el camino de unos 50 minutos desde Duesaigües al término de Alforja, para llegar a la masía de Mas del Botó, con los últimos 15 km en una carretera de tierra empinada en medio del campo, rodeados sólo de antiguas masías, algunas abandonadas, y burros, ya fue una experiencia. ¡Más considerando que a nuestro 4×4 se le pinchó una rueda! Pero el paseo por los viñedos, la visita a la bodega y, como no, la merienda, estuvieron genial. La merienda fue a base de productos de Alforja: hay una marca de calidad “producte d’Alforja” que engloba diferentes alimentos de la zona, en particular el vino, la longaniza, el aceite de oliva y las mermeladas.
Comer el ineludible pan con tomate acompañado por embutidos catalanes –butifarra blanca y negra, fuet, bisbe blanco y negro– en la masía, compartiéndolo alrededor de una mesa con un mantel a cuadros… perdonadme la tontería pero me sentí por un momento en un anuncio de Casa Tarradellas. Vale, sin pizzas, ¡que además ésas no me gustan!
Más gastronomía en el Baix Camp
Aceite de Siurana, avellanas de Reus, patatas de Prades, hortalizas varias… Hay muchos productos de la tierra de los que disfrutar en el interior de Tarragona. Y muchos sitios donde comer comida típica catalana de lo más auténtica. Probamos escalivada, esqueixada y brandada de bacalao, longaniza y butifarra, conejo con caracoles, raya con romesco y judías, albóndigas con sepia (mar y montaña)… y ¡muchas versiones de crema catalana! Sí, ¡nos pusimos las botas!
Comimos en unos cuantos restaurantes en nuestra escapada al Baix Camp y entre ellos el que más nos gustó fue El Corral, en Riudecanyes, tradicional pero con toques más modernos. ¡Todo estaba delicioso pero el meloso de cerdo ibérico con puré de chirivía y cebolleta estaba para chuparse los dedos! Muy recomendable.
Así que, ya sabéis, aunque no os gusten los pueblos, los castillos, la naturaleza y la historia… ¡también podéis disfrutar con la comida en el Baix Camp! Y si no, ¡podéis disfrutar del “super-pack”!