Descubrir el interior de Tarragona significa recorrer los senderos y disfrutar de la naturaleza del Baix Camp, encontrarse con pueblos medievales casi intactos como Siurana, pero también conocer otros pueblos, menos atractivos desde un punto de vista artístico pero con su peculiar encanto. El encanto de conocer la vida de lugares no tocados por el turismo, con sus ritmos, sus costumbres, en definitiva con su idiosincrasia.
Eso sí, esta zona ha sufrido mucho los estragos de la guerra civil: iglesias saqueadas por el bando republicano, bombardeos del bando sublevado… Muchas cicatrices que quedan en la población y también en el territorio.
Tuvimos la ocasión de conocer cuatro de los pueblos de la antigua baronía de Escornalbou y os contamos lo que más nos sorprendió. Pero primero, una pequeña introducción geográfica e histórica. Cuando, en el siglo XII, los sarracenos fueron expulsados de esta zona –el Baix Camp, en el interior de Tarragona–, se constituyó una baronía medieval con el objetivo de repoblar la zona. La baronía era una jurisdicción señorial centrada en el castillo y monasterio de Escornalbou que dependía del obispo de Tarragona. Comprendía, además del castillo, los actuales municipios de Riudencanyes –capital de la baronía–, Vilanova d’Escornalbou, Duesaigües, l’Argentera, Colldejou, Pradell de la Teixera y la la Torre de Fontaubella. Los primeros cuatro pueblos, separados de los últimos tres por las montañas del guerrillero Carrasclet, fueron los que visitamos en nuestro viaje. Parece raro hoy en día hablar de baronías, pero la de Escornalbou no desapareció hasta el siglo XIX y hoy en día sigue marcando el carácter de este pequeño territorio.
El viaducto de Duesaigües
El viaducto del Masos de Duesaigües, levantado cuando se construyó la vía de ferrocarril que unía Barcelona con Madrid, es patrimonio industrial de Cataluña. Se construyó con piedra roja de la zona y ladrillo y se nota claramente la cicatriz de cemento, herencia de los bombardeos que recibió durante la guerra civil primero por el bando sublevado y después también por el republicano. Aconsejamos pasar por debajo del viaducto, para tener otra interesante perspectiva. Además está realmente al lado del pueblo, a menos de cinco minutos a pie de la plaza.
El museo del abuelo de Duesaigües
El museo de l’avi, museo del abuelo en castellano, es una de las mejores visitas en la zona, no tanto por el museo en sí, sino por conocer a su dueño: el abuelo Jordi, con sus 81 años y energía de un chico de 18. Desde que se ha jubilado, ha empezado a coleccionar objetos relacionados con la historia del pueblo, sobre todo con la vida del campo. Entre objetos que ya tenía en su casa, compras y donaciones, ha reunido unas cuantas piezas. Podréis ver desde antiguas balanzas, maletines, morteros para el alioli, viejas tarteras para llevar al campo y ¡hasta un orinal para embarazadas! Pero lo mejor es la explicación de Jordi, ¡hay que pasarse a conocerle!
Un paseo por l’Argentera
También merece la pena darse una vuelta por l’Argentera –en la zona había minas de plata, argenta, explotadas hasta el año 1949, de ahí el nombre–, el pueblo más pequeño de los cuatro, con sus 150 habitantes, sus calles llenas de flores y su ayuntamiento que lo es todo: además de ayuntamiento, tienda del pueblo, ambulatorio y juzgado. En nuestra opinión, uno de los pueblos más bonitos de Tarragona.
En la iglesia de San Bartolomeo, muy dañada en la guerra civil, se conserva una imagen original, del siglo XVIII, por pura casualidad, ya que estaba en Reús y luego se llevó a Francia de exposición durante la guerra. Algo muy poco común en la comarca, donde todas las iglesias se saquearon muy intensamente durante la guerra.
También hay que pasarse por la plaza del abrevadero, convertido en maceta cuando el último animal se murió hace unos diez años, con la casa del señor Guix y su veleta con un payés bebiendo del porrón. ¡Muy original! Ah, enfrente encontraréis un busto dedicado a Eduard Toda, omnipresente en la zona.
La antigua casa de la familia Toda en Vilanova d’Escornalbou
En Vilanova d’Escornalbou hay pasarse por la Cal Peirí, antigua casa nobiliar del siglo XVII con su torre de defensa y su portal con el escudo familiar ¡con peras! Ahora es un restaurante, por cierto.
Pero es más curiosa la antigua casa de la familia Toda –de Cosme Toda, un rico comerciante de cerámica de l’Hospitalet, nada que ver con Eduard Toda– con su decoración, como no, de cerámica de colores.
La pedanía de l’Arbocet
Es complicado perderse en l’Arbocet, pedanía de Vilanova d’Escornalbou. Sólo hay dos calles que, en un arrebato de creatividad, se llamaron calle de arriba, carrer de dalt, y calle de abajo, carrer de baix. Y en una sola calle, la de abajo, con sus menos de 100 m, hay espacio para dos torres: la Torratxa, redonda, origen del poblado y en la que se dice que habitaban los cristianos, y la torre de Cal Gravat, cuadrada que habría sido habitada por los moros. También, como no, hay una iglesia, la iglesia de San Juan Bautista, del siglo XVII aunque todo lo que había de valor se quemó en la guerra civil.
La iglesia de San Mateo en Riudecanyes
La iglesia de San Mateo, en Riudecanyes, es, sin duda, la iglesia más bonita de la comarca. La decoración renacentista del techo en el interior es realmente espectacular. Si se va con visita guiada, también se puede subir al campanario desde donde admirar la vista del pueblo y de parte de la baronía.
Calles con nombres de los días de la semana en Riudecanyes
En el siglo XV se empezó a celebrar la octava del Corpus Christi –ocho días de misas y celebraciones a partir del Corpus Christi– en el pueblo de Riudecanyes. Cada barrio organizaba su fiesta un día de la semana desde el viernes después del Corpus Christi hasta el miércoles siguiente, mientras que el día del Corpus y la Octava todos lo celebraban juntos. De ahí que las calles del casco antiguo de Riudecanyes lleven los nombres de todos los días de la semana a excepción del jueves. Curioso, ¿no?
Pudimos conocer mucho más sobre estos pueblos gracias a Carmen de La Teva Ruta, que, además de su formación en historia del arte, es una gran conocedora de la zona. ¡Muchas gracias a ella y a los amigos de Muntanyum!
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