Cuando viajamos no todo son paisajes maravillosos, edificios que nos impresionan por su belleza o delicias gastronómicas. En ocasiones, los viajes también nos llevan a descubrir la cara menos amable de los países y de su historia: escenarios de guerras, de masacres, momentos terribles que nos recuerdan que la historia hay que conocerla para no repetirla. Todos los países tienen algo así, aunque algunos hayan conseguido ocultarlo o ya hayan pasado suficientes años. Sudáfrica no es diferente y tiene sus demonios. Unos demonios muy cercanos en el tiempo y que todavía hoy siguen condicionando un poco la vida del país.
Habitantes de las townships
El Apartheid lo tenía muy claro: los no blancos eran necesarios para que los blancos pudieran disfrutar de sus privilegios, pero había que mantenerlos apartados. Durante el día podían ir a las ciudades –casi debían, porque era allí donde estaban los trabajos– pero al caer el sol tenían que regresar a las townships, las “ciudades” que se habían construido para ellos en las afueras. Allí se apiñaban negros, chinos, sudamericanos… cualquiera que no tuviera la piel lo bastante blanca para ser considerado sudafricano de primera.
Soweto era una de las más grandes y de las más populares: en ningún otro lugar del mundo encontrarás las casas de dos premios Nobel de la Paz en la misma calle. Pero entonces, como ahora en muchas zonas, carecía de todo servicio básico. Ni agua, ni luz, ni recogida de basura… Poco más que un poblado chabolista gigante que era permitido por los gobernantes con la intención de explotar a sus habitantes, ciudadanos de segunda o incluso de tercera. Siempre sorprende cómo en los lugares donde las clases marcan de forma definitiva la vida, se repite el mismo sistema entre los más pobres, con más castas.
Visitar Soweto
¿Merece la pena hacer una visita a Soweto? ¿Es una falta de respeto a esas personas y a sus condiciones de vida? Nosotros pensamos que es algo que hay que hacer, hay que saber que existe y no ocultar la cabeza como avestruces. ¿Puede considerarse demasiado folclórico o convertir en “turístico” algo que no lo es? Por supuesto, pero nadie se plantea no visitar Hiroshima, las playas de Normandía o los campos de concentración por su carga histórica, en todo caso por su carga emocional. No os preocupéis por esa carga en Soweto: la gente no para de sonreír, los niños no dejan de correr y jugar, la vida demuestra que es más fuerte que el odio.
Lo primero que nos sorprendió de aquella visita fue descubrir que, como decíamos, también hay clases en el “infierno”. No son mansiones, pero sí que hay casas de ricos, algunos que lo han conseguido una vez acabado el Apartheid y que no han querido abandonar su “ciudad”, y otros que ya eran importantes antes. Los alambres de espino, las rejas y los carteles de empresas de seguridad habían hecho su aparición en Soweto.
En la actualidad, las townships no son municipios en los que se discrimina por el color de la piel. Ahora se discrimina por la cantidad de dinero que se tiene. Sudáfrica derrotó su discriminación inhumana para adherirse a la discriminación del resto del planeta, igual de inhumana pero “mejor vista”. En cualquier caso, los blancos pobres, que los hay, no se atreven a vivir en las townships porque las consideran peligrosas. ¿Lo son? No lo sabemos. La gente parece feliz, pero introducir un elemento como un blanco puede que removiera demasiadas cosas… también la gente parecía feliz en las favelas de Río de Janeiro hasta que se cruzaban con un policía.
El fútbol sigue uniendo el mundo… o no
Visitamos Sudáfrica el año antes de su mundial y no dejamos de ver gente jugando al fútbol en sus calles. Como no podía ser de otra forma, también encontramos el deporte rey en Soweto. ¿Une? Sí, pero dependiendo de las clases. En la zona de casas de ricos había un campo de fútbol y, un descampado y el curso seco de un río después, en la zona pobre, había otro. La teoría dice que no hay ningún problema con que unos y otros vayan de una zona a otra y jueguen juntos…
La pobreza de Soweto
Caminos de tierra y “casas” que no son más que cuatro maderas y un techo de chapa en donde viven familias enteras. Nadie se había molestado en proporcionar esos servicios básicos todavía: mujeres y niños salían con garrafas y bidones a recoger el agua de las fuentes que hay en la calle y las casas se iluminaban con candiles de parafina y velas. Unas 50.000 personas se apiñan en esas calles, obligados a seguir ahí por una historia que no les permitió mejorar en la vida y que, una vez superada la segregación racial, los mantiene allí por la económica, con un paro de más de un 60%, y la cultural –la educación, como el agua o la luz, no era tan buena en las townships–.
Uno de esos momentos en los viajes en los que la realidad te da una bofetada y te dice a la cara que tus problemas del primer mundo son el paraíso para millones de personas que no se agobian porque se les acabe la batería del móvil sino porque se les acabe la comida.
La casa de Nelson Mandela en Soweto
Una casa, una cárcel y un museo, todo eso ha sido y es la casa de Nelson Mandela en Soweto. En ella vivió el líder anti-Apartheid hasta su encarcelamiento en Robben Island. Momento en que la casa pasó a ser la cárcel de su mujer Winnie Madikizela-Mandela y escenario de algunos levantamientos violentamente sofocados. Se pueden ver las marcas de impactos de balas y de un fuego de 1965.
Un poco más abajo, en la misma calle, está la casa de Desmon Tutú que no se visita, o al menos, no se hacía cuando nosotros pasamos por allí.
El museo Hector Pieterson
Uno de los momentos más importantes en la lucha contra el Apartheid llegó el 16 de junio de 1976. Una manifestación contra la obligación de recibir las clases en afrikaans –el idioma de la minoría blanca– acabó en tragedia. Más de diez mil alumnos –puede que incluso 20.000– comenzaron una marcha pacífica que las autoridades no autorizaron.
La policía no supo cómo controlarla –o, tal vez, recibió órdenes– y acabó por abrir fuego contra la gente. No se sabe si Hector Piterson fue el primero en morir, pero la imagen de su compañero Mbuyisa Makhubo cargando el cuerpo muerto del niño de 13 años junto con su hermana Antoinette, tomada por Sam Nzima, dio la vuelta al mundo y encendió la llama de la indignación. En Soweto la revuelta dio como resultado la muerte de 176 personas según las cifras oficiales, aunque se estima que pudieron ser 700, y la ocupación militar de la ciudad.
Como en Varsovia, el levantamiento popular contra la injusticia también ha dado como resultado un museo, dedicado a uno de los estudiantes que murió, cuya imagen abrió los ojos del mundo a la tragedia de la mayoría de un país.
No todo en los viajes se disfruta y llena el espíritu de alegría por la belleza, también hay cosas que enfadan, hieren y acongojan.