Con nuestra llegada a San Carlos de Bariloche se acabaron las bermudas y la manga corta. No se puede decir que nos recibiera con los brazos abiertos: viento, frío y nieve que nos recordaron nuestra pretensión inicial de saltarnos un invierno durante el #LatTrip. La verdad es que lo estábamos haciendo: era verano, pero el verano patagónico… Por si fuera poco, no era una semana normal. Todo el mundo en la ciudad no hacía más que comentar que la semana anterior habían disfrutado de 30 grados, con unos cielos azules preciosos. No tuvimos suerte y con nosotros llegó un frente frío como hacía veranos no se veía. La Patagonia no nos mostró su mejor cara nada más saludarla. Aunque la paciencia dio sus resultados y a los dos días las nubes se fueron –aunque no el frío– y pudimos asombrarnos con los paisajes de Bariloche.
San Carlos de Bariloche
Tengo que reconocer que antes de llegar a la ciudad, nombres como Cerro Catedral, Cerro Campanario, Lago Nahuel Huapi… no los había oído nunca. Aún así, decidimos pasar por San Carlos de Bariloche porque es uno de los destinos más conocidos de la Patagonia argentina y no nos decepcionó. Hablando de nombres, ¿de dónde sale el de San Carlos de Bariloche? De un error postal. Sorprendente ¿no? Uno de los primeros inmigrantes de Bariloche, Carlos Wiederhold, recibió una carta enviada a Don Carlos de Bariloche… De Don Carlos se pasó a San Carlos por error y quedó como el nombre de la ciudad. La palabra Bariloche, en cambio, es de origen indígena –mapudungún– y significa «gente detrás de las montañas», a los pueblos siempre les dan nombre los de otro pueblo, en este caso del otro lado de la cordillera.
Otra de las cosas que no conocíamos, y que nos sorprendió gratamente, es la tradición chocolatera de San Carlos de Bariloche. No podrás pasear por el centro de la ciudad sin oír rugir tu estómago al pasar frente a los escaparates llenos de chocolates: negros, blancos, con coco, con almendras, en rama… Antes de decidíros por cualquiera de las marcas, dad una vuelta por todas y degustad las muestras que os ofrecerán para elegir con conocimiento de causa. Ah, y si, como a nosotros, el frío no os quita las ganas de comer helado, también podréis disfrutar de ellos.
Un consejo para los que vayan a pasar por Bariloche y luego continúen viaje por Argentina: el cambio paralelo –dólar blue– es algo más bajo que en las ciudades grandes como Buenos Aires, Córdoba o Mendoza, pero mucho mejor que el que encontraréis después en El Calafate o en Ushuaia. Ya sabéis, si el viaje continúa, no dejéis para mañana lo que podáis cambiar hoy… En la calle principal encontraréis muchos arbolitos que se ofrecerán a cambiar vuestros euros o dólares. Como siempre, un paseo preguntando a todos antes de elegir es la mejor opción.
Alrededores del San Carlos de Bariloche
Lo primero que uno ve al llegar a la ciudad es el Lago Nahuel Huapi, y lo ve porque es gigantesco: 547 km2 –el doble de la ciudad de Buenos Aires, casi tanto como Madrid–, pero si quiere ver más de los alrededores sólo queda coger uno de los autobuses urbanos que llegan hasta el Punto Panorámico, o contratar una excursión. Aquí el city tour, que se conoce como Circuito Chico, incluye los alrededores de la ciudad. Nosotros lo hicimos así con Bioceánica Turismo y aprovechamos el día para visitar también el Bosque de arrayanes y la Isla Victoria. Fue nuestro segundo día en la ciudad y el clima no acompañó, por eso no subimos al Cerro Campanario –se puede caminar hasta la cima o subir en un telesilla– en ese momento y volvimos dos días después para poder disfrutar de las vistas de los lagos con un fabuloso cielo.
Desde Puerto Pañuelo comienza la navegación –hay que pagar la entrada al Parque Nacional Nahuel Huapi de 65$ (unos 4,5€-6US$) los turistas extranjeros y 25 los argentinos y la tasa de embarque de 21$ (1,45€-2US$)– hasta el Bosque de arrayanes, en la península de Quetrihue. Es difícil explicarlo con palabras: las ramas, los troncos, las hojas… una mezcla increíble de colores: del anaranjado de su corteza al verdor perenne de sus hojas. Cuentan que fue en este paisaje en el que se inspiró Walt Disney para la película de Bambi, ¿qué más se puede decir? Por cierto, hay cérvidos, pero muy pequeños y de poca cornamenta… se les engancharían en los árboles.
Tras el paseo por el Bosque de arrayanes, el catamarán nos llevó hasta la Isla Victoria. El nombre original de esta isla era Nahuel Huapi –el actual nombre de todo el lago y del parque nacional– y significa, en mapudungún, Isla del Puma. Esta isla, a diferencia del bosque de arrayanes autóctonos, es un gran vivero de árboles europeos y norteamericanos. Utilizada durante años como casa de Aarón Anchorena, que compró toda la isla, acabó por convertirse en parte del Parque Nacional Nahuel Huapi.
Cerro Tronador
Nuestro primer glaciar del viaje no podía ser más espectacular: uno colgante. El Cerro Tronador se encuentra en la frontera con Chile, de hecho sirve de frontera natural, y también forma parte del Parque Nacional Nahuel Huapi –sí, es el mismo, pero hay que volver a pagar–. Volvimos a contratar los servicios de Bioceánica Turismo y su tour que recorre gran cantidad de lagos de aguas turquesas hasta llegar al cerro.
Siguiendo con los nombres y su origen, el del Cerro Tronador es de lo más directo: las constantes avalanchas que se producen en el glaciar provocan unos estruendos similares a truenos. Mientras estuvimos frente al cerro –es el lugar donde se come en la excursión– fuimos testigos de algunos de estos derrumbes, mucho más espectaculares en el momento en que nos acercamos hasta el lago que se forma con las aguas de su deshielo.
Cuenta la tradición que si se quiere volver a Bariloche, hay que beber tres tragos de agua del glaciar… nosotros lo hicimos.
Dormir en Bariloche: Hopa Home Patagonia Hostel
San Carlos de Bariloche tiene ofertas para todos los gustos, no en vano toda la costa del Nahuel Huapi está llena de hoteles y cabañas, y el centro de albergues y más hoteles. Nuestro último contacto con Argentina habían sido Córdoba y Mendoza, ciudades mucho más grandes y menos turísticas que Bariloche, lo que implica que también fueran más baratas. Los precios de los restaurantes que recordábamos en esas ciudades era imposible encontrarlos aquí… ¿Qué mejor opción en ese caso que alojarse en un hostal en el que poder usar la cocina? Y, si además de la cocina, es tranquilo y ofrece un lugar en el que charlar con otros huéspedes y descubrir más rincones de la ciudad que conocer, no se puede pedir más. Esto es lo que encontramos en el Hopa Home Patagonia Hostel. Un personal atento y un ambiente viajero. Como decíamos de la ciudad, el Hopa Home Patagonia Hostel también ofrece de todo, desde dormitorios compartidos hasta habitaciones privadas para ajustarse a lo que cada viajero busque.
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