Ecuador es un país de volcanes, tanto es así que varias de sus veinticuatro provincias llevan el nombre del volcán más importante de la zona. En sus menos de 300.000 km2 se pueden encontrar nada menos que 84, divididos en activos –se espera una erupción en los siguientes cien años–, durmientes –una erupción en siguientes mil años– y extintos –sin actividad de ningún tipo–. Con estos antecedentes, la capital de Ecuador, Quito, no podía ser una excepción. Situada en un valle entre la cordillera oriental y la central de los Andes ecuatorianos, está rodeada de volcanes. Es más, la provincia de Quito es de las de nombre volcánico: Pichincha.
La avenida de los volcanes
Si tener un volcán activo como el Pichincha en el mismo borde de la ciudad no fuera suficiente, desde Quito parte la llamada Avenida de los volcanes: un tramo de la carretera Panamericana. Esa es la ruta que seguimos en nuestro primer día en Quito para llegar al Cotopaxi. Rodrigo, nuestro guía, nos contó que, a pesar de su «publicidad», no se trata del volcán activo más alto del mundo, con sus 5.982 metros de altura ya queda por detrás del Chimborazo –de 6.310, al encontrarse en el Ecuador, su cumbre es el punto del planeta más cercano al Sol–. Ahora la «publicidad» incluye la coletillla: «de cono perfecto«.
Cotopaxi: Cuello de la Luna
Por una vez, queríamos conseguir nuestro objetivo de ver un volcán o una montaña en una excursión. Ya nos habíamos quedado con las ganas de ver el monte Fuji desde Hakone y el Everest desde Nagarkot. Pero, cuando montamos en la furgoneta y vimos el cielo de Quito totalmente cubierto, pensamos que se iba a repetir la historia… Rodrigo nos tranquilizó diciendo que las nubes en la capital no significaban nubes sobre el Cotopaxi, aunque nos confesó que lo normal es que el volcán estuviera cubierto. Por eso, en cuanto pudimos verlo desde la pista que sigue a la carretera en el Parque Nacional, le pedimos que parara el coche y comenzamos a tomar fotografías. El cono, con sus nieves perpetuas –quién sabe hasta cuando por culpa del calentamiento global– era ¡perfectamente visible!
A pesar de todos los volcanes que rodean a Quito, es el Cotopaxi –a 50 km al sur de la capital ecuatoriana– el que le produciría más daños al erupcionar. Los cráteres de los volcanes que delimitan la capital apuntan a valles adyacentes, mientras que una erupción del Cotopaxi podría llegar a cubrir el valle capitalino. Baste decir que, en su última erupción, las rocas llegaron hasta la costa del Pacífico. La última erupción del Pichincha tuvo lugar en 1999 y Quito no sufrió ningún daño.
El Refugio y su subida
La excursión al Cotopaxi exige un esfuerzo físico: la subida al Refugio. Parece una tarea relativamente sencilla sobre el papel: nada más que un kilómetro y medio con un desnivel de unos quinientos metros… pero los restos volcánicos que se deslizan con cada paso, y que te hacen retroceder más que avanzar, y un viento helado y terrible lo cambian todo. Después de muchas paradas para descansar, muchos momentos en los que pensamos ¿qué demonios estamos haciendo? y más de cuarenta y nueve minutos llegamos al Refugio. 4.864 metros sobre el nivel del mar, una altura superior a la del Mont Blanc –la montaña más altra de Europa–. Ése era otro de los «inconvenientes»: a esa altura con cada inspiración cada vez se obtiene menos oxígeno.
La satisfacción de lograrlo lo compensa todo y el hecho de que la vuelta sea tan sencilla como casi dejarse caer ayuda mucho. Recordad vaciaros las zapatillas o las botas de trekking antes de montar en el coche de nuevo, se llenan de restos volcánicos en la bajada. Ya cuando bajamos del Refugio al aparcamiento el volcán recuperó su timidez habitual y se cubrió de nubes. Poco después, comenzó a chispear. Chispear a la altura de la Laguna Limpiopungo, porque arriba es aguanieve, granizo o directamente nieve.
La Laguna Limpiopungo
El clima se había aliado con el volcán para que pudiéramos verlo, pero ya era demasiado tener un paseo tranquilo por la orilla de la laguna. Viento, frío y lluvia nos permitieron recorrer sólo una pequeña parte viendo algunas aves de la zona –ya no a esa altura, pero a la entrada del parque a unos 3.000 metros vimos colibríes– y la fauna local. La flora, como en todas las comunidades indígenas es una farmacia natural: diuréticos para problemas de próstata; valeriana para los nervios; una planta con las propiedades de la coca para el mal de altura… y la planta nacional de Ecuador: la chuquiragua.
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