La vida de los esclavos en las plantaciones era espantosa, pero el descubrimiento del oro en el actual estado de Minas Gerais, Minas Generales en portugués, consiguió que fuese aún peor cuando les hizo cambiar los instrumentos de cultivo y el duro Sol por los picos y la oscuridad de las profundidades de la tierra. Durante la época colonial se estima que llegaron a Brasil más de 4,5 millones de esclavos procedentes de África –un 40% de todos lo que fueron al Nuevo Mundo–. A partir de 1690, casi todos acabaron en Vila Rica, nombre oficial en la época de Ouro Preto, y alrededores. Por aquí pasaba la Estrada Real que permitía transportar las riquezas extraídas de la tierra hasta Paraty y después a Río de Janeiro. Contrariamente a lo que pueda parecer, el nombre de Ouro Preto, Oro Negro en portugués, no tiene nada que ver con el color de los esclavos que eran obligados a trabajar en las minas, sino con el color oscuro del oro descubierto en la zona, cubierto por una capa de óxido de hierro.
Fue también en Minas Gerais donde surgió el primer movimiento a favor de la independencia de Brasil, Inconfidência Mineira. El levantamiento fue sofocado y su cabecilla, Tiradentes, ejecutado en Río de Janeiro. Su ejecución llevó asociada el desmembramiento, y partes de su cuerpo fueron enviadas a Ouro Preto para servir como escarmiento y advertencia. Hoy en día el nombre de la plaza principal de la ciudad lleva su nombre y en su centro se alza una gran estatua del «saca muelas». Debido a todo ese maltrato hacia los esclavos, y no sólo hacia los esclavos, se cuenta que la ciudad todavía tiene energía negativa.
Nada más lejos de lo que encontramos nosotros: gente encantadora –ya nos habían dicho que en Minas eran todavía más amables si cabe que en el resto del país– y un precioso pueblo colonial, perfectamente conservado, lleno de impresionantes cuestas y rodeado –¡cómo no!– por inmensos parques naturales, no en vano Minas Gerais es más grande que España.
Llegamos por la tarde y fue ya de noche cuando salimos, en compañía de Ramón, a recorrer sus calles iluminadas. Cada una de las colinas sobre las que se asienta Ouro Preto cuenta con una iglesia que se yergue orgullosa, visible desde casi cualquier punto de la ciudad. También las hay en los valles: son muchas las iglesias de Ouro Preto y muy bien decoradas. Una de las primeras cosas que nos llamó la atención es que hubiera distintas iglesias según la categoría social. Había incluso una para los esclavos negros que, aunque menos, también tiene oro en sus paredes. Se trata de la Igreja de Nossa Senhora do Rosário dos Pretos, que también tiene una curiosa forma de ocho. Pero fue la Igreja Matriz de Nossa Senhora do Pilar la que nos dejó impresionados por la cantidad de oro que adorna sus paredes.
En la actualidad Ouro Preto es una importante ciudad universitaria, con una más que reconocida facultad de minas. Si el número de sus iglesias es alto, no lo es menos el de sus repúblicas, las casas-hermandades de los estudiantes. Hay calles enteras llenas de estas casas propiedad de la universidad pero que son mantenidas por los estudiantes. Nos contaron que hay alguna con casi cien años de antigüedad y que, cada vez que uno de sus miembros se licencia, ponen su foto en la pared… hay paredes completamente llenas de fotos. Lo más curioso es que las casas parecen pequeñas desde fuera, pero tienen varios pisos inferiores –la accidentada orografía de la ciudad permite eso– con lo que llegan a acoger a casi 50 estudiantes.
La cercanía del viaje conociendo a la gente de la ciudad nos permitió descubrir –gracias Wesley– la naturaleza y las cachoeiras, cascadas en portugués –los brasileños son unos enamorados de las cascadas– que hay en los alrededores, en el Parque Natural Municipal das Andorinhas. Y no sólo eso, también nos mostró el escenario perfecto para un salto de alto riesgo: la Pedra do Jacaré, la piedra del caimán. Todavía recuerdo cuando me dejó en la roca diciéndome: «No saltes muy alto, no se vaya a romper…». Yo no había visto, ni lo vi hasta después de saltar, que debajo no había nada, literalmente NADA, pero ya comencé a preocuparme.
Por si la gente, las calles y las casas nos habían parecido poco, llegó el momento de probar la cocina local. Minas Gerais es conocido como el estado con mejor cocina de Brasil y vaya si podemos decir algo en contra: deliciosa. Al tratarse de un estado de interior y con muchas colinas –Brasil no tiene montañas–, es un lugar en el que la temperatura puede llegar a los 5-10 grados en invierno. Sería en otros, porque nosotros lo visitamos a poco más de un mes del comienzo del invierno con manga corta… Son esos fríos los que hacen que la comida minera sea contundente. De entre sus platos destacamos: feijoada, un guiso de los esclavos a base de alubias pintas con trozos de cerdo, los que no querían los amos, que ya se puede encontrar por todo el país; frango con quiavo, un plato a base de pollo; y el conocido en todo el país pão de queijo, pan de queso, que se puede encontrar incluso en Argentina pero que comenzó su andadura gastronómica en Minas Gerais. Por no hablar de las fábricas artesanales de chocolate que también hay en Ouro Preto.
Cerca, el concepto de cerca y lejos varía mucho de un brasileño a un europeo, está la ciudad de Congonhas –también patrimonio de la humanidad– donde se encuentra la obra cumbre de Aleijandinho: la Basílica Bom Jesus do Matosinhos con sus doce profetas. Aleijadinho, nacido Antonio Francisco Lisboa en Vila Rica, Ouro Preto, desarrolló una enfermedad que no le permitía hacer movimientos con sus manos. Para poder seguir trabajando, un ayudante, le amarraba las herramientas a sus brazos y manos. De ahí su apodo, Aleijadinho, Lisiadito en portugués.
Es posible ir y volver a Congonhas en el día pasando por Ouro Branco. Es nuestro caso la visita nos volvió a confirmar que la gente de Brasil es especial: casi sin proponérnoslo acabamos en Ouro Preto haciendo el viaje en camión –con un camionero profesor de capoeira que había dejado su Río natal buscando tranquilidad y seguridad– y en un todoterreno conducido por una chica que no nos dio tiempo ni a levantar el dedo antes de invitarnos a subir.
Brasil es especial y, como ya nos habían dicho en todas partes, la gente de Minas Gerais es su mejor exponente.