Después del cambio de escenario, llegando a las capitales de los estados, le cogimos el gusto a la ciudad y a los transportes «rápidos». Tanto es así que, en Melbourne, buscamos un vuelo para llegar a Sidney en lugar de coger un autobús –con una posible parada en Camberra– que era la opción inicial. La verdad es que con los precios de los aviones –Tiger y JetStar, compañías de bajo coste– dudábamos de que nos fuera a salir rentable, incluso económicamente, coger un bus. En total, con mochilas y todo, no llegó a 70 AUD. Por si alguno quiere coger un avión interno en Australia con estas compañías, decir que cuando marcas los kilos de equipaje que quieres facturar no tiene que ser en un único bulto. Cometimos el error en el vuelo de Brisbane a Melbourne de pagar por dos equipajes cuando, entre los dos Symbios, no llegaban al peso pagado para cada uno. Se compran kilos en la bodega, tantos bultos como quieras mientras no superen ese peso.
Sidney –Sydney en inglés– también traería un cambio en el viaje: pasaríamos cuatro noches en el mismo hostel y comenzaríamos a cocinar. No sólo porque los precios sean caros en Australia –que también–, sino porque la comida en la calle no es excesivamente sana, casi todo es frito y rebozado: fish and chips, hamburguesas, pasteles de carne, de patata… No se puede decir que tengan una alimentación muy equilibrada o, mejor dicho, que la alimentación equilibrada esté al alcance de todos.
Cuatro días sin un local que nos mostrara la vida de la ciudad fueron los culpables de que no dejáramos de visitar ninguno de los lugares turísticos de Sidney, algunos muy conocidos y otros menos, como los mercadillos.
La Bahía: puente, muelle y ópera de Sidney
Nuestra primera visita nada más dejar las cosas en el albergue (Maze Backpackers, 258 AUD habitación doble con baño compartido cuatro noches) no podía ser otra que el muelle, Circular Quay. Desde el avión se había visto el puente de la bahía y la Ópera, pero desde la ventanilla del otro lado. Nosotros lo veríamos desde tierra. Hay un autobús turístico, gratuito –el 555– que desde la Estación Central lleva a Circular Quay. Pero tiene un horario tan reducido que no hubo manera de cogerlos en los cinco días que pasamos en la ciudad: desde las 9.30 hasta las 17.00, y los fines de semana todavía menos.
La imagen de la Ópera de Sydney queda grabada en la memoria de todo el que la ve. Es algo tan «sorprendente» que parece que es una maqueta más que un edificio real. Pero confirmamos que es real, como ya habíamos hecho con Los Doce Apóstoles o La Gran Barrera de Coral. A pesar de la forma de ser de los políticos australianos que siempre buscan el ahorro, las cosas se les fueron de las manos con su construcción. Lo que iba a ser un gasto de 7 millones de dólares australianos y 3 años, se convirtió en 102 millones y 16 años –el tema de las obras siempre acaba por explotar–. Sólo el diseño y la fabricación de las tejas de cerámica blanca llevó más de tres años –son 1.056.000 tejas–. ¿Se nota que hicimos la visita guiada? Es mejor reservar por internet, se consiguen mejores precios.
El puente de la bahía tampoco se queda atrás en cuanto a obra pública. Habíamos leído que se podía «escalar» hasta el centro –el punto más alto– pero vimos que la broma costaba ¡más de 200 AUD por cabeza!, así que nos conformamos con pasear por él y mirar desde el centro, pero a la altura de los coches.
Playas de Sidney
Sidney también tiene playas. No son tan paradisíacas como las que habíamos visto en Queensland, y están más llenas de gente –aunque muy lejos de cualquier playa española–. La más conocida es Bondi Beach a la que llegamos en autobús. Desde allí o hasta allí, según se haga el camino, parte un paseo de unos 7-8 kilómetros hasta Coogee que pasa por un buen número de playas y acantilados. Un camino mucho más aconsejable, desde nuestro punto de vista, que el que sale desde Manly Beach, otra de las playas de la ciudad, hasta el antiguo centro de entrenamiento militar. Hicimos los dos, pero la ropa y el clima –pantalón largo y Sol de justicia– no fueron los más adecuados para el de Manly, lo que pudo influir en que no nos gustara tanto.
Como ciudad que es, también cuenta con varios centros comerciales, algunos en edificios históricos como el Queen Victoria Building, donde encontramos la primera wifi verdaderamente gratis del país. Pero la zona histórica por excelencia es The Rocks. Éste es el lugar en el que se alzaron las primeras casas de los colonos cuando llegaron a Sydney el 26 de enero de 1788.
Australia, la prisión de Gran Bretaña
Y, continuando con la historia, visitamos Hyde Park Barracks Museum, uno de los once edificios patrimonio cultural relacionados con los convictos. A Australia llegaron 166.000 convictos –hombres, mujeres y niños– desde Gran Bretaña entre 1788 y 1868. Hablamos de un viaje de ocho meses para la época y que, en muchos casos, no tenía vuelta. A raíz de la independencia de las colonias americanas, Estados Unidos, Gran Bretaña tuvo que buscar otro lugar al que enviar sus presos. No lo hacían «sólo» para deshacerse de ellos, también era para enviar mano de obra que desarrollara su imperio. Tanto es así que The Barracks no era propiamente una cárcel. Los presos salían todos los días a trabajar a la ciudad y volvían para dormir. Los fines de semana también podían salir a trabajar a la ciudad y ese trabajo lo cobraban, ganaban dinero.
Mercadillos de Sidney
El sábado, antes de coger el avión de vuelta, lo aprovechamos para visitar varios mercadillos de la ciudad. Recomendación: nunca desayunes antes de ir al mercado de Eveleigh, se trata de un mercado de alimentación que se organiza todos los sábados, en un garage abierto, y en el que todo tiene una pinta estupenda. En el mismo sitio el primer domingo de cada mes organizan un mercado de artesanía. Después pasamos por el mercadillo de Paddington, en la iglesia del barrio. Más ropa, complementos, artesanía… aunque también tiene su parte de comida –no comen muy bien, pero hay comida por todas partes–, para acabar en Glebe.
Las vacaciones se acababan y comenzaba el viaje de vuelta, que sería más corto que la ida, pero que nos llevaría, entre escalas y esperas, más de 30 horas.
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