Hay países con una vocación turística muy desarrollada, en los que todo son facilidades y ayudas para que los viajeros puedan llegar, se puedan mover y puedan disfrutarlos. Los hay que incluso, gracias a acuerdos internacionales, tienen visados gratuitos. Están también los que, a pesar de recibir bastante turismo, complican los trámites de obtención de visado casi hasta la extenuación del turista que, desiste o contrata a una agencia para el trámite. Pensar en la obtención del visado ruso nos pone hasta nerviosos.
En algunos destinos, además de las complicaciones del visado existen otras una vez en el país: registrarse en comisaría, estar constantemente acompañados y dirigidos, guardar los registros de los hoteles, hostales o albergues en los que se pasa cada noche… Si tu viaje está basado en la improvisación hay veces que, estas “molestias”, se pueden convertir en grandes problemas.
Uno de los países con requisitos es Uzbekistán. En este se caso es necesario contar con el registro del alojamiento de cada uno de los días que puede ser pedido a la salida del país y que, en el caso de no tenerlo, puede complicar el trámite de salida. Parece una cosa sencilla, dormir en una cama es algo que a todo el mundo le gusta y trata de hacer, sobre todo en ciudad, pero dependiendo de la hora a la que uno llegue a según qué sitio puede ser más complicado de lo previsto.
Taskent nueve de la noche, primeros de marzo. No es el mejor momento para estar en la calle y eso que la temperatura ya había subido mucho desde nuestra primera visita a la capital uzbeca ocho días antes. Lo peor no es estar en la calle, sino no tener dónde dormir. Nada más salir de la estación de tren, un taxista ilegal se ofreció a llevarnos a un hotel. Nosotros sabíamos al que queríamos ir y fue a ése al que nos llevó. Después de una semana regateando pensamos que podríamos volverlo a hacer pero nos encontramos con un empleado ejemplar que no estaba dispuesto a rebajar ni un som del precio, en realidad ni un dólar, porque lo que querían era 50$. Minutos después nos encontramos en la calle, en un barrio desconocido, totalmente de noche y sin saber dónde dormir.
Lo bueno de Uzbekistán es que es el país con más taxis del mundo. Cualquier coche es un taxi, basta con levantar la mano y paran, si el destino les va bien –contando con que te entiendan– se cierra un precio y asunto arreglado. Lo malo es que no es tan fácil que te entiendan… y menos aún que sepan dónde están los hostales de la ciudad. La opción de dormir en una estación de trenes o autobuses estaba descartada, pero tampoco tratar de convencer al “improvisado taxista” de que nos deje dormir en su casa, pagando, claro. Necesitábamos el registro de la noche. Tenía que llevarnos a un hostal, puesto que, visto el precio de los hoteles no eran una opción.
Tras un par de intentos que nos iban acercando a la intranquilidad, todos los coches son taxis pero a esas horas en pleno invierno tampoco hay tantos y menos que entiendan algo de inglés, apareció un Dawoo Matiz –todos los coches en Uzbekistán son Daewoo– con un conductor joven que entendía algo de lo que decíamos.
Nuestra mala experiencia económica –sabiendo el cambio del mercado negro, pagar en euros fue poco menos que un timo– con Mirzo la primera noche en Uzbekistán, nos llevó a buscar otro alojamiento. La guía daba otra opción. No respondían al teléfono. Nuestro “taxista” lo intentó varias veces sin suerte y tampoco sabía dar con la dirección. Cada vez más de noche, cada vez más perdidos y nuestro «taxista» cada vez más cansado de dar vueltas buscando la pensión.
Habría que volver con Mirzo. No había necesidad pero, nada más descolgar, nuestro amigo le dijo que había estado buscando el otro hostal sin poder dar con ellos. Le dejó claro que eran nuestra última opción. Mirzo tenía una habitación, la misma que el primer día, libre para nosotros.
El ambiente era un poco extraño. Ellos sabían que habíamos intentado ir a otro sitio y nosotros sabíamos que lo sabían, pero para ellos el negocio y para nosotros la cama y el registro eran lo importante.
La cosa mejoró y la noche siguiente Mirzo nos ofreció un concierto privado de dutar.
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