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De concierto

Lunes, 07/03/2011 (y 4)

Nos orientamos bastante bien al salir en Chorsu y llegamos con facilidad a la galería comercial de esta mañana. Cuando le dimos la vuelta buscando el mejor camino para llegar a Khast Imon vimos que en la planta de abajo había un supermercado. Necesitamos agua para esta noche. Lo recorremos entero por si encontramos otra cosa que nos llame la atención.

El tema yogur para beber lo trabajan poco, sólo hay dos y de algo que no sabemos que es. Tampoco hay casi leche y menos aún batido, en Bujará sí que tenían batidos de chocolate. Cogemos otras galletas con chocolate con forma de oso y Sara compra unas mandarinas, nos quedan todos los som. Aquí las tienen de muchas calidades. Desde las de más de 5.000 el kilo, más caras que en Samarcanda, hasta unas a 1.800. Lo que pasa es que estas últimas tienen agujeros con moho, que no sabemos cómo se atreven a vender cosas así, más aún cuando el supermercado parece bastante moderno.

Tan moderno es que la cajera incluso chapurrea algo de inglés. También se puede pagar con tarjeta, pero nosotros lo que queremos es gastar nuestros som. Hemos pensado que mañana miraremos si podemos cambiarlos por euros en el aeropuerto y si no, se los cambiaremos a los catalanes. Total, ellos vuelven aquí en dos semanas y los podrán gastar cuando quieran.

En el hostal nos abre la puerta el hijo de Mirzo y no tiene aspecto de querer darnos mucha conversación. Sí que les ha dolido lo del dinero. Es un poco infantil. Querían volver a liarnos con el cambio. La semana pasada querían ser totalmente oficiales para quedarse con nuestros euros y luego ir al señor «mercado negro», y ésta no les valía el cambio oficial cuando recibían su moneda. De todas formas, 100.000 som ya es más de lo que iban a conseguir. Eran casi las diez de la noche cuando llegamos y no iban a tener huéspedes. Hoy tampoco hay nadie más. Está claro que querían conseguir más, pero tampoco es para que estén muy enfadados. Mejor 100.000 que nada.

El agua de la ducha no sale lo que se puede decir caliente, más bien templada. Pensábamos comentarles si había alguna manera de subir la temperatura, pero con este mal ambiente nos aguantaremos. Mañana podremos ducharnos tranquilamente en Madrid. Lo que pasa es que en Samarcanda tampoco era muy caliente el agua y ya llevamos varios días lavándonos como los gatos y echamos en falta un buen chorro de agua bien caliente.

Mientras escribo el diario Sara se echa una siesta. Le ha empezado a doler la cabeza poco después de comer el kebab y se ha tomado un paracetamol. Entre eso, un par de mandarinas, las galletas de chocolate, el calor que hace hoy en esta habitación y la siesta se despierta perfecta.

No sabemos si es la venganza de la familia, pero hoy hace mucho calor aquí dentro. Con todo el frío que hemos pasado en el viaje sería una venganza un poco absurda. Más calor, más cómodo. Creíamos que al volver a Madrid el frío nos parecería una broma, pero después del día que hemos pasado hoy y de la habitación volvemos a acostumbrarnos y puede que diez grados nos parezcan frío. Hace cuatro días diez grados era un juego de niños, treinta más de los que teníamos en la calle.

Esta noche acabaremos el fuet. Justo a tiempo. Mañana nos levantaremos pronto para salir a la calle a parar un coche, el que sea, que nos lleve al aeropuerto. Sara no está por la labor de darle a Mirzo los ocho dólares, que fijo que tampoco quiere cambiar con el cambio oficial, por hacer eso. Él no tiene coche y lo que hace es salir a la calle, parar a uno, regatear el precio y meternos. Además, incluso al cambio oficial, los ocho dólares son demasiados.

Se empeñó demasiado el primer día con el cambio oficial y en que él nos cambiaba porque al día siguiente era domingo y los bancos estarían cerrados. No se puede ser oficial sólo en el sentido que a ti te beneficia y esperar que los turistas sean todos tontos. Y menos aún, cabrearte porque te pillen en tu propio juego.

Cuando ya estábamos pensando en acostarnos, que mañana hay que madrugar, nos dan unos golpecitos en la puerta. Es Mirzo que viene con su dutar (Дутар en ruso, totalmente fonético).

Parece que él no está molesto por lo del cambio. Eso, o que su familia ya está harta de oírle y conseguir a una audiencia interesada no es algo que desperdiciar. La cantidad de notas y tonos que se pueden sacar con dos cuerdas. El nombre del instrumento, como nos hace entender con gestos significa eso: du dos y tar cuerda. El instrumento era de su abuelo, que se lo pasó a su padre que se lo pasó a él. Es una pieza de anticuario aunque ya ha tenido que ser restaurado en algunas zonas.

YouTube video

El concierto dura unos tres cuartos de hora. Nos pide que le grabemos en vídeo y todo. Al acabar nos pregunta si queremos ver un concierto de música uzbeca en el ordenador. Aún a riesgo de que esto acabe como la boda de ayer le decimos que sí para no quedar mal. Además, tiene que ser digno de ver una orquesta con instrumentos típicos.

Pero lo que nos pone es la gala de navidad de la televisión uzbeca. Han cogido las mejores cosas del mundo occidental: las bodas horteras (aunque puede que en esto nos ganaran ya de antes) y las galas de Nochevieja. No hay nada tradicional. Incluso las cantantes con cierta edad cantan música de discoteca. Todo en playback y más que grabado y regrabado hasta quedar medio bien. La gala dura más de una hora y media, pero después de tres canciones le decimos que al día siguiente tenemos el avión pronto y que tendremos que salir a eso de las seis y media. Cosa que es cierta. Eso no le desmotiva y lo que hace es ir dando saltos en el vídeo durante otro cuarto de hora más. La canción final la cantan todos los artistas que han ido saliendo. Cuando ya nos las prometíamos felices porque se acababa la gala vuelve a saltar en el vídeo, pero esta vez al principio. No amigo Mirzo. Nos levantamos y le decimos que muchas gracias. Él ha debido ver esto mil veces, pero está claro que le encanta y que se va a quedar a verlo completo una vez más.

El hijo no estaba. Mientras intentaba ponernos el vídeo le llamó, casi seguro que fue a él, por teléfono un par de veces. Primero porque la pantalla no se encendía, lo que provocó que apagara el ordenador por las bravas, y luego porque no encontraba el vídeo. Entre una y otra volvió a apagar el ordenador a lo bruto. Nosotros pensábamos que, con suerte, no volvía a arrancar más y nos librábamos.

Desde la cama oímos que llaman a la puerta, era su hijo. La puerta tiene un cerrojo corredero que no se puede mover desde fuera.

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