La “belleza salvaje” de Connemara ya nos había conquistado cuando llegamos a Kylemore esperando encontrarnos con una abadía. Connemara seguía sorprendiéndonos. Sí, sus carreteras sinuosas seguían llevándonos a lo inesperado. Porque la Kylemore Abbey no es sólo una abadía, ni un castillo, ni un parque, ni una iglesia, ni un mausoleo. Es algo más, uno de esos lugares a los que llegas sin conocerlos y de los que te vas con la sensación de no haberlos conocidos tan bien como te hubiera gustado. Un conocido que te habría encantado se convirtiera un amigo.
Un lugar con historia, no muy larga para los estándares europeos –unos 150 años– pero sí muy intensa. Un lugar con historias. Historias de enamorados, nobles, reyes y campesinos dignas de un cuento de Disney. Historias de amor, de pasión, de riqueza, de alegría, de guerras, de pobreza, de muerte y de esperanza. Donde te gustaría que los árboles, las piedras y hasta el parqué de roble te hablaran en lugar que dejarse simplemente admirar. Y un lugar en el que tampoco te sorprenderías tanto si pasara… porque Connemara tiene un poco de magia.
No os contaré toda la historia, ni las historias, de la abadía de Kylemore, pero sí algunas de ellas junto con unas pocas curiosidades, para invitaros a haceros conocidos… o amigos.
El nacimiento de cuento del castillo de Kylemore en el oeste de Irlanda
Érase una vez, una feliz pareja de Manchester que, en su luna de miel, se fue de viaje a Irlanda. Así, como en un cuento, empieza la historia de Kylemore. Cuando Mitchell y Margaret Henry llegaron a este terreno salvaje que en la época, en 1850, era un coto de caza con sólo una pequeña construcción: el Kylemore Lodge. Margaret quedó tan prendada de Connemara que su marido, al recibir la herencia de su padre, dejó su carrera de cirujano y compró las 6.000 hectáreas del terreno de Kylemore, con su lago, sus bosques, su maleza, sus turberas y sus zonas pantanosas. Como regalo y homenaje a su esposa, el doctor Henry, entre 1867 y 1871, saneó los terrenos y construyó un castillo.
La construcción de Kylemore en una zona de terrenos salvajes fue una obra impresionante en la que se utilizaron las últimas tecnologías de la época y no se reparó en gastos: en su jardín victoriano amurallado, el más grande de Irlanda, había 21 invernaderos calentados por tuberías de agua; en 1893 el castillo ya generaba su propia hidroelectricidad utilizando el agua del lago Touther; Kylemore llegó a tener su propia brigada de bomberos y para su construcción se reorientó la carretera pública hacia Clifden y la parte original que pasaba por la propiedad del castillo fue convertida en una avenida privada.
Mitchell y Margaret Henry se conocían por su generosidad: tenían unos 300 trabajadores viviendo en su terreno a los que pagaban mucho más que la media por su trabajo en la finca; fundaron una escuela para sus hijos; redujeron las rentas en los tiempos más duros; mejoraron las condiciones de sus “cottages”, etc.
El final infeliz del cuento de hadas del castillo de Kylemore
Los Mitchell llegaron a tener nueve hijos y vivieron felices y comieron perdices en Kylemore junto con sus trabajadores hasta que… en 1874 Margaret, de vuelta de un viaje a Egipto, cayó enferma de disentería y murió.
Entre 1877 y 1881 Mitchell construyó en su honor una “catedral en miniatura”: una pequeña iglesia neogótica donde las gárgolas y animales tenebrosos se sustituían por ángeles sonrientes, flores y pájaros.
A la muerte de Mitchell, en 1910, sus cenizas fueron llevadas a Kylemore y echadas junto a los restos de su difunta esposa.
Kylemore: castillo de duques y de reyes
Antes de su muerte, en 1903, Mitchell Henry había vendido el castillo a sus amigos los duques de Manchester.
Ese año el castillo había sido visitado por el mismísimo rey de Inglaterra Eduardo VII, junto con la reina y la princesa Victoria. Según los rumores de la época, el monarca quiso comprar el castillo pero dijo que era demasiado caro incluso para un rey.
Lo cierto es que el duque de Manchester, adicto al juego, se arruinó después de la compra y el castillo pasó a manos de un especulador de Londres. Desde la muerte de Margaret el castillo parecía maldecido….
De castillo a una de las abadías más conocidas de Irlanda: La abadía de Kylemore
El castillo de Kylemore se convirtió en abadía cuando una comunidad de monjas belgas de la orden benedictina llegó aquí en 1920 y lo compró, después de que su abadía de Ypres, en Flandes, fuese bombardeada por los alemanes durante la primera guerra mundial.
Las monjas, restauraron todos los espacios de Kylemore: el castillo, ya muy retocado por los duques, la iglesia gótica y el jardín que volvió a tener el esplendor del pasado.
La Kylemore Abbey School: la famosa escuela de Kylemore
La comunidad benedictina abrió, en 1923, un internado para niñas –la Kylemore Abbey School– que pronto atraería a las hijas de la nobleza irlandesa y luego a hijas de famosos y famosas de todo el mundo. Algunas de sus alumnas más conocidas fueron Anjelica Huston y las princesas de India, hijas del Marajá Ranjit.
La abadía de Kylemore hoy
En 2010 se realizaron los últimos exámenes finales del colegio, que hoy ya está cerrado, aunque en la abadía sigue viviendo la comunidad benedictina, en espacios cerrados al turismo.
Hoy se pueden visitar los espacios públicos de la abadía, con los salones donde vivieron los Henry, los duques de Manchester y las monjas –y donde todos dejaron su huella–; la iglesia gótica y el mausoleo de los Henry; y el impresionante jardín victoriano amurallado, uno de los pocos aún en funcionamiento, al que se puede llegar en autobús o con un bonito paseo de unos 20 minutos. En el jardín siguen estando los invernaderos y algunos cottages, como el del jardinero jefe, restaurados y visitables.
Al lado del jardín hay una casa de té, donde probar los deliciosos scones, los bollos anglosajones que se suelen tomar con el té, y otros productos fabricados por las monjas; en el castillo se puede ver un audiovisual o dar un paseo guiado con una guía que os contará su historia; y en el parque se pueden hasta hacer rutas de 1 a 3 horas de duración por las montañas de Kylemore, llegando hasta la estatua del sagrado corazón o más allá y disfrutando las vistas al valle de Kylemore y a los lagos de Connemara –los paseos son guiados y hay que reservarlos–. Ah, y cerca del mausoleo está la “piedra de planchar”, rodeada de leyendas y que concede deseos a quién consigue lanzar una piedra a su parte superior, dándole la espalda…
En un sitio con tantas historias, ¡es imposible aburrirse!
Más información, con los precios y horarios de la abadía, en la página oficial de la Kylemore Abbey.
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