Hace seis años visitamos Ammán por primera vez. No era el objetivo de nuestro viaje a Jordania –además de que un retraso aéreo nos hizo perder casi un día– y lo usamos más de base para movernos por Jerash, los castillos del desierto, Jerusalén… que como destino turístico jordano en sí mismo. Es cierto que intentamos un par de veces entrar en el teatro pero siempre llegábamos cuando estaban cerrando –lo que tiene intentarlo después de pasar el día fuera de la ciudad–. Con la ciudadela nos pasó lo mismo, casi de noche cuando llegábamos, subir hasta allí para encontrarla cerrada no merecía la pena. Ha hecho falta volver a Jordania para darle tiempo a su capital y descubrir sus encantos. Hay que decir que, luchar contra Petra, el mar Muerto, Aqaba, Wadi Rum… es muy complicado, pero Ammán se ha ganado por derecho propio un lugar entre los destinos turísticos del país, sobre todo teniendo en cuenta que es la puerta de entrada.
Ammán, un poco de historia
Un asentamiento ocupado desde hace casi 70.000 años tiene que tener una historia increíble debajo de cada una de sus piedras: bienvenidos a la historia de Ammán.
Fueron los amonitas en el siglo XIII a.C. los que le dieron el nombre de Rabbath ‘Ammôn. Pero la zona era demasiado “golosa” para que no se la disputaran todas y cada una de las culturas/civilizaciones que pasaron por allí a lo largo del tiempo. Asirios, persas y griegos se fueron sucediendo. Fueron los griegos, concretamente Ptolomeo Filadelfo, los que cambiaron su nombre por Filadelfia, Φιλαδελφια, la ciudad del amor fraternal. Después llegaron los romanos que junto con otras ciudades, como Gerasa, la incluyeron en la Decápolis.
Con el cristianismo se convirtió en sede episcopal y más tarde volvió a cambiar de nombre a su actual Amman. Llegó el islam y por aquí pasaron omeyas y abbasíes. Hasta llegar a convertirse en sede del gobierno en 1921 y más tarde en la capital del Reino Hachemita de Jordania.
Las “piedras” de Ammán
De todas esos pueblos sólo quedan restos en dos puntos de la ciudad: la ciudadela y el teatro romano.
La ciudadela de Ammán
Uno de los lugares habitados de forma continuada más antiguos del mundo, ahí es nada. Durante más de 7.000 años distintos pueblos han ido habitando la colina sobre la que se asienta la ciudadela, jebel al-Qal’a, una de las siete que forma la ciudad de Ammán –siempre que una ciudad está fundada sobre colinas son siete, el número cabalístico–. A día de hoy se puede ver desde el templo romano de Hércules hasta una iglesia bizantina pasando por construcciones omeyas.
Da igual que os gusten o no “las piedras”, la ciudadela de Ammán es algo más, es un museo de historia al aire libre –además del museo arqueológico de Jordania que también está dentro–. Sin olvidar las vistas de la ciudad subiendo por el resto de las colinas. Sí, la bandera tiene ese tamaño, el asta Raghadán mide 127 metros y la bandera tiene 60 metros de largo por 30 de ancho.
El teatro romano de Ammán
Hasta seis mil personas podían sentarse en el teatro romano de Ammán, y eso, para el siglo II era mucha gente. A la tercera fue la vencida y conseguí pisar esas piedras milenarias. Las vistas desde la última fila son de las que dan vértigo, pero llegar hasta lo alto, atravesando las tres gradas, puede resultar un poco más cansado de lo que parece porque los peldaños son muy altos y cada uno un poco diferente al anterior –eso, o estoy mayor–.
Los constructores romanos buscaron aprovechar una de las colinas para colocar el graderío, pero no una cualquiera, una que estuviera orientada al norte para que el público no tuvieran el sol encima durante los espectáculos.
A los lados del escenario se encuentran el museo del folklore y el museo de tradiciones populares.
Los zocos de Ammán
Como cualquier ciudad árabe que se precie, en Ammán no faltan los zocos. Formados por multitud de tiendas una al lado de otra –como las joyerías del zoco del oro– o por puestos abiertos en los que vender frutas, verduras, carnes y especias.
A pocos metros del teatro romano, junto a la mezquita del Rey Hussein, es posible perderse en los callejones abarrotados del zoco de comida o, cruzando la calle, caminar junto a los escaparates de las joyerías.
La pastelería Habibah
En nuestro primer viaje a Ammán no pudimos visitar ni la ciudadela ni el teatro romano, pero sí disfrutar de otro de los lugares de interés de la ciudad: la pastelería Habibah. Deliciosos dulces con miel, queso, pistachos… siempre calientes y con una pinta que, podemos asegurar, se corresponde con su sabor. No tiene pérdida, veréis sus grandes escaparates casi enfrente del teatro romano, al otro lado de la avenida Al Hashimi, aunque hay más sucursales en la ciudad.
Ahora ya sabes que merece la pena hacer una parada en Ammán antes de continuar viaje por Jordania.
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