Si en Ushuaia habían sido un resfriado y el cargador del portátil, y en Punta Arenas el viento… parecía que nuestra mala relación con la Patagonía continuaría en Puerto Natales. Porque, ¿qué peor forma de comenzar nuestro paso por la ciudad que con un esguince de tobillo? En una de las mecas de las caminatas de montaña de Sudamérica tuvimos que estar cuatro días sin hacer nada, con el tobillo en alto y con hielo. Eso sí, habíamos decidido que no volvería a pasarnos, que no nos quedaríamos sin ver lo que queríamos ver. Si hacía falta esperar cuatro días se esperarían, pero no saldríamos de Puerto Natales sin visitar, al menos, las Torres del Paine.
Puerto Natales
Lo de Puerto es evidente pero, ¿por qué Natales? Pues resulta que el río —en realidad una mezcla entre río y fiordo— junto al que se encuentra la ciudad fue avistado un 24 de diciembre por los pioneros alemanes que recorrían la región. El nombre que le dieron fue Natalis, nacimiento en latín, que posteriormente pasó a ser Natales. No es mucho lo que se puede encontrar en Puerto Natales desde un punto de vista turístico más allá de la rivera del río-fiordo.
Durante esos cuatro días de inactividad nos acercamos a ver la puesta de Sol en el antiguo muelle con las montañas y glaciares de fondo. Todo el día los cormoranes utilizan los pilares para descansar, pero es al atardecer cuando los colores y la calma del río hacen que sea un espectáculo.
Monumento Natural Cueva del Milodón
Con el tobillo recién recuperado, y tratando de aprovechar al máximo el tiempo, decidimos que lo mejor era visitar el Parque Nacional Torres del Paine con una agencia que nos llevara a ver lo más posible. La elegida fue Planet Patagonia, con la que visitamos no sólo el parque, sino también la Cueva del Milodón. Y ¿qué es un milodón? No se trata de un animal mitológico, ni un tipo de celebración prehistórica que se llevara a cabo en cuevas… es algo mucho más cercano: un pariente de más de 10.000 años de antigüedad de los actuales perezosos. Pero qué pariente: 2,5 metros de altura y casi tres toneladas de peso. Lo cierto es que la cueva forma parte de todos los circuitos clásicos, pero, más que por el milodón —hay una estatua en el interior y algún resto de piel— merece la pena por la cueva en sí.
Además de milodones, en la zona vivían caballos gigantes y macrauchenias —similar a un enorme guanaco— que servían de alimento a los tigres dientes de sable, a la pantera patagónica y al oso.
Parque Nacional Torres del Paine
El día no prometía mucho. Las nubes que veíamos desde Puerto Natales nos hacían pensar que las torres estarían cubiertas y no podríamos disfrutar de ellas, pero si tuvimos suerte con el Cotopaxi y con el Aconcagua había que intentarlo también aquí.
La atracción principal del parque es la Cordillera Paine y, dentro de ésta, las Torres del Paine: tres enormes agujas de granito, sin olvidar los Cuernos del Paine, glaciares como el Grey, ríos, fauna… Uno de los ríos principales comparte nombre con la cordillera, se trata del río Paine, que en la lengua de los aonikenk, los antiguos moradores, significa azul.
Glaciar Grey
Mal empezaba nuestra visita al parque: un viento terrible cargado de aguanieve nos recibió en el mirador del Glaciar Grey. Por otra parte, el lago que se forma con su deshielo —lago Grey— es tan largo que, sin tomar un barco, la pared queda muy alejada y es poco lo que se ve, menos aún cuando tienes que entrecerrar los ojos para que no los acribillen los pequeños cristales de hielo.
Cuernos del Paine
Mientras comíamos en la Hostería Pehoé el cielo se iba cerrando más y más y si, al empezar, se intuían los Cuernos del Paine, para cuando terminamos allí podía haber una montaña o acabarse el mundo porque no se veía nada tras las nubes. De todas formas, con la esperanza un poco decaída, pero con los ánimos de nuestro guía, fuimos al mirador de los Cuernos del Paine. Mereció la pena. Por un instante parecía que se iban a disipar las nubes y que podríamos ver los cuernos en todo su esplendor. Después las nubes se paraban y volvían a tomar posesión de los picos. Así estuvimos más de media hora. Los guanacos no hacían más que pasar a nuestro lado y convertir esa imagen de los cuernos con la niebla en algo más especial, más patagónico, si cabe.
Torres del Paine
Cuando nuestro guía nos dijo que el cielo se estaba abriendo y que lo mejor sería ir directamente al Salto Paine para tratar de ver las torres, pensamos que sería imposible. Pero él lo sabría mejor que nosotros. Sabía lo que hacía. Una vista espectacular apareció frente a nuestros ojos. Allí estaban las tres torres, tres moles de granito de unos 2.500 metros. Imponentes, mientras la naturaleza nos recordaba que sigue teniendo el control en Patagonia a través de un viento terrible —nos contaron que hay que fijarse en la dirección del viento a la hora de aparcar un coche y de abrir las puertas porque es capaz de arrancarlas— y con el rugido de las aguas del Paine en su salto.
Teníamos intención de hacer el trekking hasta la base de las torres al día siguiente pero, después de “desperdiciar” los cuatro primeros días en Puerto Natales con el tobillo en alto, el clima decidió que no iba a esperar más y llegaron más viento, más nubes, lluvia, frío… hubo que cancelar la excursión. Lamentablemente no parecía que las condiciones fueran a mejorar, ya había llegado el otoño, de forma que tuvimos que despedirnos definitivamente de la caminata por el parque.
Dormir en Puerto Natales: Hostal Morocha
Pasamos mucho tiempo en Hostal Morocha y no podemos estar más contentos de nuestra elección. Jacqueline y Pablo se desvivieron por ayudarme con el tobillo: desde hielo a una venda. Viven en la misma casa, compartiendo la cocina, el salón y la televisión con los huéspedes, así como alguna que otra charla. Siendo los dos guías, sabían que estábamos “perdiendo” unos días perfectos para visitar el parque, pero no dejaron de darnos ánimos en todo el tiempo y luego pudimos decirles que habíamos conseguido ¡ver todo!
Por si la amabilidad no fuera suficiente, hay que decir que el desayuno hizo que recordáramos nuestra casa. Fue una de las pocas veces que pudimos comer Nutella, allí estaba el frasco cada mañana sobre la mesa del comedor.
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