A pesar de que la provincia argentina de Misiones es conocida mundialmente por las cataratas de Iguazú, no es ése el único Patrimonio de la Humanidad que posee. De hecho, el nombre de la provincia proviene de ese otro patrimonio: las misiones jesuíticas o reducciones jesuíticas. La amabilidad de nuestra anfitriona y sus amigas en Posadas nos permitió visitar cuatro de estos fantásticos lugares, dos en Argentina y dos en Paraguay.
Historia de las misiones jesuíticas
Las luchas territoriales entre los portugueses (bandeirantes) y los españoles –ninguno acataba el Tratado de Tordesillas– llevó al rey de España, Felipe II, a enviar a los jesuitas a la zona. Corría el año 1585 y la misión que les encomendó era tanto defender las fronteras españolas de los ataques de los bandeirantes como cristianizar y «educar» a los indios guaraníes en las costumbres españolas, evitando, de paso, que fueran capturados como esclavos. La esclavitud de los guaraníes era habitual en ambos reinos, en el de Portugal porque allí era legal y en el de España porque, a pesar de existir una ley que lo prohibía, tampoco se respetaba.
A su llegada, en 1632, los jesuitas fundaron sus misiones más al norte, en el actual estado brasileño de Paraná, pero, tras varios ataques de los bandeirantes, se trasladaron hacia el sur siguiendo los ríos Paraná y Uruguay hasta un área que comprendía el actual estado argentino de Misiones y sus alrededores: el departamento de Itapúa en Paraguay y el estado de Rio Grande do Sul en Brasil. Allí construyeron 30 reducciones: 15 en Argentina, 8 en Paraguay y 7 en Brasil.
Todas las misiones jesuíticas –como cualquier pueblo construido por los españoles en la época– tenían la misma planta, la marcada por las Leyes de Indias. Se construía una gran plaza cuadrangular y uno de sus lados era para uso de la Iglesia: allí se construían el templo, el camposanto, el claustro, la casa de los padres, la escuela y los talleres. En los otros tres lados de la plaza se encontraban las construcciones laicas, en el caso de las reducciones se levantaban las casas de los guaraníes. En cada reducción se agrupaban varias comunidades de guaraníes, llegando a unos 4.000 – 5.000 habitantes, si la población superaba esta cifra se fundaba una nueva misión.
Preocupado por el poder que estaban obteniendo los jesuitas, Carlos III, junto con el Papa Clemente XIV, promovió su expulsión del Reino de España y, posteriormente, su disolución como orden, en 1768. No se buscaba su desmantelamiento, puesto que eran útiles a la corona, de forma que se enviaron directores alejados de la Iglesia. Los indios guaraníes no vieron el cambio con buenos ojos y muchos volvieron a la selva y otros buscaron trabajo en Buenos Aires gracias a las profesiones aprendidas y a su estatus de españoles de pleno derecho.
Organización de las misiones
Los monjes jesuitas buscaban evangelizar a los indios, pero también su cooperación en la defensa de las fronteras. Frente a los cambios impuestos por la evangelización: rechazar sus creencias, abandonar sus costumbres semi-nómadas, ser controlados en su trabajo…, les «permitían» mantener su idioma –sólo para usarlo entre ellos, puesto que para tratar con los sacerdotes debían usar el latín– y «dejaban» cierto poder a los caciques, jefes, de cada comunidad. Los caciques de las comunidades de una misión formaban un cabildo en el que tomaban decisiones. De cualquier forma, eran los párrocos los que se encargaban de la gestión de la reducción, así como de la enseñanza. Como el cargo de cacique pasaba de padres a hijos, los hijos también contaban con «privilegios». En este caso era el de ir a la escuela, el resto de niños de la reducción asistían a los talleres donde aprendían un oficio: carpintero, herrero, orfebre, etc. También eran educados militarmente. La militarización de las misiones llevó al envío de soldados para enseñar las técnicas europeas de guerra y al uso de esta fuerza para sofocar rebeliones internas en otros puntos de la zona.
El número de mujeres era mucho mayor que el de hombres, pero los jesuitas no podían permitir que subsistiese la costumbre de la poligamia –aunque a los caciques se les permitió al principio–. Para facilitar el encuentro de los jóvenes, el templo de San Ignacio contaba con tres naves: para mujeres casadas, para hombres casados y para solteros de los dos sexos. Dos misas diarias provocaban cruces de miradas y sonrisas… Eran las chicas las que elegían novio, pero eran sus padres –de las chicas– las que tenían que dar su visto bueno. Los chicos no podían negarse, al ser menos que las chicas era un honor ser elegidos, incluso los hijos de los caciques no podían negarse. Eso sí, cuando una mujer quedaba viuda, era apartada de la comunidad y pasaba a vivir en el cotiguazú –casa grande en guaraní– sirviendo a los párrocos y cuidando a los niños pequeños.
La separación según el estado civil también se seguía en el camposanto, ¡aunque ahí no se buscara pareja!.
Las misiones hoy
La expulsión de los jesuitas provocó el abandono de las misiones. Las guerras fronterizas de 1818 casi acabaron con ellas. No fue hasta hace pocas décadas que no se recuperaron y entraron a formar parte del patrimonio cultural de los tres países en que se encuentran. Posteriormente siete de ellas también ingresaron en el Patrimonio de la Humanidad: São Miguel das Missões en Rio Grande do Sul, Brasil; San Ignacio Mini, Nuestra Señora de Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto y Santa María la Mayor, en Misiones, Argentina; y Santísima Trinidad del Paraná y Jesús de Tavarangué, en Itapúa, Paraguay.
En nuestro viaje a Posadas visitamos cuatro de ellas. La primera, y que más nos impresionó, fue la de San Ignacio Mini, en Misiones, Argentina. Se trata de una de las más grandes y que mejor se ha conservado/restaurado. Pensar en el tamaño y el esplendor de su templo situado en mitad de la selva en pleno siglo XVIII… Las naves de la iglesia, las columnas, la altura de sus muros, dejan claro que era una construcción que asombraría a todo el que la viera.
La de Santísima Trinidad del Paraná no le va a la zaga. Además de hacernos incluir otro país en nuestro viaje: Paraguay. Si queréis hacer una visita a estas ruinas sabed que es posible pagar en casi cualquier moneda en el país y que la entrada a las misiones no es una excepción. Desde la ciudad argentina de Posadas es sencillo hacer una visita en un día (en coche o en autobús) y seguir asombrándose por lo que los jesuitas construyeron. La de Jesús de Tavarangué quedó a medio construir, los muros «cortados» atestiguan el momento de la expulsión de los jesuitas.
La última que visitamos, y la que más difícil de encontrar resultó –al bajar del autobús el conductor ni siquiera sabía que se encontraba allí–, fue la de Santa Ana, de nuevo en Misiones, Argentina. El primer lugar patrimonio de la UNESCO que hemos visitado en el que no había nadie más que nosotros –el hecho de que no hubiera ni un cartel que indicara que llegabas seguro que influía–. Lo que más nos impresionó fue el cementerio, usado por los vecinos del pueblo cercano hasta la década de los ’80 y que hoy, abandonado, tiene un aire tétrico que le quita a uno las ganas de visitarlo al ponerse el Sol.
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