Como ya nos pasó con Bolonia, visitar una ciudad ya conocida permite descubrir esos detalles que, en un primer recorrido, quedan ocultos. Son esas aldabas, esas pequeñas esculturas, las pintadas en las paredes… ese arte modesto que, sin llegar a hacer sombra a catedrales, palacios o museos, nos demuestran que hay más que ver y nos sacan una sonrisa. En este caso, los detalles de Barcelona.
Las calles de las ciudades siempre me han recordado esas viñetas de Ibañez llenas de detalles que requerían atención para ser descubiertos –siempre había una trampa para ratones, un gato atrapado, una colilla aplastada…–. Al igual que con aquellos tebeos, las ganas de leerlos, de reír con el diálogo de sus personajes obligaba a una segunda lectura más tranquila para extraer todo lo que podían ofrecer.
Las callejuelas de Barcelona nos dieron esa misma impresión. Sin tener la “obligación” de visitar nada, también porque gran parte del atractivo de la ciudad está en esas callejuelas, uno puede dejarse llevar por su intuición y tratar de recorrer el Barrio Gótico, Barri Gòtic, sin perderse. Un consejo: es mejor perderse. Pero no sólo eso, es que hay pocas posibilidades de no hacerlo una vez que uno se mete en el dédalo de calles que lo conforman.
En una de nuestras visitas no había más plan que ése: perderse y encontrar lo más posible. Un slowtravel de dos días que, aunque nos permitía acercarnos a los lugares más turísticos, no se basaba en guías ni puntos destacados. Durante un fin de semana trasladábamos a Barcelona los paseos tranquilos de quien no tiene ningún sitio al que ir.
Edificios góticos, edificios imitación de gótico, edificios restauradas, edificios abandonados… todo esto es lo que el viajero descubridor encontrará. Y lo hará sin tener que preocuparse por los coches, que tienen vetado el acceso a unas calles tan estrechas que, en algunas ocasiones, será necesario hacerse a un lado si nos cruzamos con otro descubridor.
Se tiene la extraña sensación de haber viajado sin moverse. Algunas de las calles nos parecerán sacadas directamente de Lisboa o de Palermo –ambas ciudades mediterráneas a pesar de la situación atlántica de Lisboa–. El abandono y la decadencia es una enfermedad común al centro de muchas grandes ciudades.
Pero no todo son espacios pequeños e intrincados, en el Barrio Gótico se alza la Catedral de Barcelona. Un impresionante edificio que cuenta con una fachada considerada “falso gótica”, puesto que se construyó entre 1882 y 1913. Pero a quién le importan esos detalles cuando la belleza de la piedra bien trabajada no entiende de siglos.
El encanto medieval de el Gòtic continua en el Born, donde además de las mismas callejuelas intrincadas, se encuentra la Basílica de Santa María del Mar en una lucha no declarada con la catedral: la iglesia de los pescadores, del pueblo, frente a la catedral de la burguesía, de la riqueza.
Disfrutar de unos días en Barcelona permitirá descubrir los detalles, estos sólo en un par de barrios, de una ciudad llena de historia.
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