¿Decadencia y encanto? La respuesta es: Palermo.
El viaje resultó ser más caótico de lo esperado. Cuando teníamos que estar embarcando con dirección a Milán se retrasó el vuelo, lo que nos hacía perder la combinación con Madrid. Al final se cancelaron las vuelos a Milán por la niebla. En el último momento, las dos últimas plazas que quedaban, Sara consiguió que nos cambiaran el vuelo por uno a Roma y desde allí a Madrid. Casi nos quedamos un día más en Sicilia, porque la confirmación de que había plazas en el de Roma llegó cuando ya había embarcado todo el pasaje.
Palermo tiene algo especial
Palermo es distinta. Hay momentos en los que piensas que estas en Marruecos o en Egipto. Los coches y las motos, bueno, sus conductores, toman las señales de tráfico como sugerencias y quieren tanto a sus vehículos que tratan de evitar lo más posible cambiar de marchas y frenar. Si quieres cruzar una calle tienes que lanzarte y confiar en su pericia –que es mucha: años de experiencia– para esquivarte, que no frenar. También hay que acostumbrarse al claxon, no saben vivir sin él: para saludar, para avisar, para quejarse,…
Las calles de Palermo
Los mercados tiene también un aire a zoco. Hay varios en la ciudad y son al aire libre. Calles en los que los comerciantes tienen sus pequeños almacenes, de los que sacan sus mercancías a la calle durante las horas de mercado. Frutas, verduras, carnes, pescados, quesos, cd de música, películas –sí, también hay piratería–, zapatos, ropa,… de todo.
Muchos edificios son verdaderas obras de arte, aunque en muchos casos estén casi cayéndose. En este particular Palermo tiene mucha similitud con Lisboa, otra ciudad muy bonita de visitar pero también con el encanto de la decadencia. Las iglesias, como en cualquier sitio, son muchas y muy bonitas. En cualquier parte del mundo muchos de los ejemplos más bellos de arquitectura son religiosos: templos, catedrales, mezquitas…
La comida de Palermo
Gastronómicamente hablando el viaje ha sido muy productivo. En Sicilia saben cocinar. El pescado y el marisco son parte fundamental de su cocina –echa un vistazo a la cocina típica del sur de Italia–, tanto como salsa para la pasta –básica–, como por sí solo. Y su dulce típico: el cannolo. Un tubo de pasta frita de unos 15 ó 20 cm de largo relleno de requesón –el original de oveja, ahora casi siempre de vaca–, junto con crema pastelera o chocolate. Sólo se puede decir una cosa: DELICIOSO. Eso sí, hay que conseguir que te lo hagan en el momento, porque si está reposado, la pasta pierde su dureza y el cannolo pierde mucho. Nosotros encontramos una fábrica que los hacía a cientos, pero que también vendía al público y no necesariamente cajas.
La gente de Palermo
Por último, la gente. Encantadora, no se puede decir otra cosa. Siempre dispuestos a ayudarte en cuanto ven que estas un poco despistado. No es necesario ni preguntar, si ven que te paras a mirar el mapa se acercan para ayudarte y siempre con una sonrisa en los labios.
¡Ah! por supuesto entramos a ver la Capilla de los Capuchinos. Ciertamente curioso el sitio. Unos 8.000 cadáveres expuestos, algunos en un estado de conservación increíble (como una niña, muerta en 1.920). Y como preveía, no dejaban hacer fotos dentro.