Cuando salimos de Pingyao ya estaba bastante claro que conseguiríamos cumplir el plan que nos habíamos marcado al salir de Xi’an. Fue allí donde completamos el calendario, el lugar en el que pusimos una ciudad en cada uno de los días que nos quedaban de viaje. Por si fuera poco íbamos a montar en un tren chino, aunque en litera a la una de la tarde. No sabemos si es que no había más plazas o que la taquillera nos vio cara de cansados cuando nos vendió el billete.
En Datong ya estábamos al lado de Pekín, menos de 350 km. Nuestro objetivo en la ciudad era doble. La historia se había quedado a vivir en la zona, nada de réplicas ni de parques temáticos. Habíamos visto en internet unas fotos del monasterio colgante, Xuánkōng Sì, en la montaña de Heng. Un monasterio para tres religiones: taoísmo, budismo y confucionismo que se mantiene en equilibrio desde hace más de 1.400 años.
En la misma excursión no podían faltar unos cuantos budas gigantes. Las cuevas de Yúngāng. Simplemente impresionantes. Cuarenta cuevas en las que se dan la mano dinastías y budas, del pasado, del presente y del futuro. Eso sí, el rodillo chino también pasó por aquí. La ciudad que estaba al lado de las cuevas fue arrasada por el gobierno hace tres años para construir un enorme templo budista. Los mineros han sido trasladados a unos rascacielos en Datong. De nuevo esa incongruencia religiosa tan presente en China: religión sí, pero no en todas partes.
Como ya habíamos cogido velocidad con los trenes, así fue como regresamos a nuestra ciudad de entrada y salida de China. Esta vez en un asiento de verdad, de los duros, durante más de seis horas. Lo peor es que casi necesitamos ese tiempo para llegar desde la estación hasta el albergue. La red de metro en Pekín es muy grande, y más que lo será, pero la línea de la estación no se junta con ninguna…
En Pekín todavía nos quedaba por ver el gran objetivo del viaje: la Muralla China. La historia del imperio chino a lo largo de los siglos. Puede que el hecho de tener tantas expectativas fuera demasiado para la visita. Una vez más China nos parecía acabada ayer, recién estrenada a pesar de tener que tener varios siglos. El tramo que visitamos Mùtiányù, cuenta con dos teleféricos y un tobogán estilo tobotronc para bajar. Si alguien lo dudaba, claro que bajamos por el tobogán.
Pasamos de la que debería ser historia antigua de China a historia nueva: el Nido de pájaro y el Cubo de agua, la ciudad olímpica de Pekín 2008.
Habíamos comido pato laqueado, a la pekinesa, la noche anterior en Li Qun, pero todavía nos quedaba un mercado de comida. Pasear por la calle entre puestos de comida y descubrir que las ranas es una de las cosas más normales que se pueden comer en China. Ciempiés, gusanos, escorpiones, arañas, serpientes… estaban por allí dejándose querer. No nos enamoraron lo suficiente.
El último día no sería de descanso. Cogimos el metro de la capital unas diez veces, de norte a sur y de este a oeste. Comenzamos con el Palacio de Verano por la mañana y acabamos con la ciudad olímpica iluminada de noche. Por medio comimos en Jin Ding Xuan y pasamos por el mercado de artesanía de Panjiayuan.
En ese momento sólo quedaba volver al aeropuerto de Pekín y comenzar nuestra vuelta. Todo lo bueno se acaba y el #tallarintrip no podía ser menos.