Siguiendo con la línea religiosa que habíamos alcanzado con el Gran Buda de Leshan, al día siguiente visitamos las grutas de Dazu. Por el camino hicimos noche en Zìgòng donde probamos la comida tradicional de la provincia de Sìchuān. El puesto tenía un montón de pinchos con carne y pescado crudos para elegir. Colocabas en una bandeja los que querías y te los hacían a la parrilla en el momento. No sabemos si la carne ya estaba condimentada o si fue por culpa de todo lo que le echaron, pero aquello era fuego en la boca. Lo bueno es que con un poco de agua se pasaba, no era como el picante nepalí que se queda.
Las grutas de Dazu son más de cuarenta. Nosotros visitamos la que la guía califica de más importante y, visto lo visto, debe serlo o las demás son una maravilla imposible de imaginar. La colina del tesoro en la cima, que también tiene su Buda gigante. Éste de yacente y de 31 metros.
A diferencia de Leshan aquí todo llama la atención y tiene ese aire de real, obras de entre los siglos IX y XIII. Las tallas en la roca viva son impresionantes con los colores que todavía resisten en algunas partes.
Ya habíamos llegado a lo más lejos que estaríamos de Pekín y comenzaba el viaje de vuelta.
Antes de emprenderlo vimos a los osos panda gigantes y a los pandas rojos en Chengdu. Es increíble que los pandas gigantes, unos animales que se adaptan tan mal a las condiciones cambiantes, puedan llevar 8 millones de años en el planeta. Su sistema digestivo asimila menos de un 20% de lo que come, lo que les obliga a pasarse 16 horas al día masticando bambú, su único alimento.
Encontrar un billete de tren para Xi’an desde Chengdu fue una misión imposible. El primero de mayo es una fiesta grande en el país y más de mil millones de chinos moviéndose colapsan todo. Por suerte parece que el avión todavía no está saturado. Volamos a Xi’an lo que nos permitió pasear con calma por Chengdu disfrutando de su Parque del Pueblo y de su cocina. Aunque de la cocina poco, porque lo que elegimos también estaba terriblemente picante.
Los guerreros de terracota nos esperaban. Aunque también un montón de errores, despistes, mala suerte… que nos hicieron perder mucho tiempo y tener que salir casi corriendo de la ciudad sin haber podido ver todo lo que queríamos. Unas veces se gana y otras se pierde. Por otra parte, dejando algo que ver siempre se puede volver…
En Pingyao, la siguiente parada de nuestro viaje, todo fue perfecto. Tan perfecto que lamentamos no haber podido estar más tiempo. Un sitio que nos quedamos con las ganas de explorar más a fondo y de vivir, porque desde el albergue hasta la calle estaban pidiendo a gritos hacerlo. Incluso conseguimos comprar un billete de tren, nuestro primer tren chino.