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Llegando a Fatehpur Sikri, la gran mezquita

Viernes, 24/06/2011 (4)

A las 15.10 el tren está más tiempo parado que antes. Sara se acerca a la puerta y ve que estamos en Fatehpur Sikri. Esta mañana nos volvieron a decir que no había tren entre Sawai Madhopur y Fatehpur Sikri, pero aquí estamos y el tren está parado. No nos lo pensamos mucho y saltamos a la calle con las mochilas, no vaya a ser que el conductor decida arrancar con uno arriba y otro abajo.

De acuerdo, estamos en la ciudad pero no sabemos dónde está lo que queremos visitar. Por primera vez desde que estamos en India no se nos acerca nadie en cuanto bajamos de un tren. El andén está lleno pero nadie nos ofrece un rickshaw, ni una excursión a la ciudad, ni nada de nada.

Las tres de la tarde es la hora punta de calor. Andar desde la estación hasta la calle principal se convierte en una odisea. Necesitamos beber agua, mucha agua. Las mochilas son como bolsas de agua caliente en la espalda y ni las gorras pueden parar el sol que llega a nuestras cabezas. Por si fuera poco nadie quiere o sabe responder a la pregunta de cómo llegar a la ciudad.

En la calle principal compramos agua y buscamos una sombra. Allí hay un conductor de tuctuc con su vehículo. Le preguntamos por Fatehpur Sikri y nos mira con cara de sorpresa y nos dice que ya estamos aquí. Correcto pero ¿dónde están los monumentos? Nos señala lo alto de la colina que nos está dando la sombra. ¿Cómo llegamos allí arriba? y, más importante aún, ¿dónde está la entrada? Nos dice, o entendemos que nos dice, que son 500 metros.

Hemos llegado hasta aquí improvisando y esperemos que salga bien. Nos lanzamos a subir los 500 metros con la esperanza de encontrar una consigna en la entrada de la ciudad mogola. Lo primero que vemos es un pishtaq (elemento de la arquitectura musulmana persa: un portal en forma de arco que sobresale de la parte delantera donde se encuentra) como los de las mezquitas de Uzbekistán, de color rojizo.

El que nos encuentra a nosotros es uno que nos ofrece un sitio para dejar las mochilas cuando le preguntamos por una consigna. No sabemos si es que no hay o que él tiene un acuerdo con el del hotel, pero nos lleva hasta allí y nos da una habitación para que dejemos dentro los Symbios y Okihita. Nos cobra 50 rupias y nos deja poner nuestro candado en la puerta para nuestra seguridad. Eso sí, para el ventilador que las mochilas no lo necesitan. Encantados de la vida le damos las 50 rupias y salimos a hacer la visita.

Fatehpur Sikri fue construida por Akbar, el nieto de Tamerlan. Se tardó quince años en construir, llegando a ser durante 14 años (1571-1585) capital del imperio mogol. En ese momento fue abandonada porque el suministro de agua no era suficiente para toda la población. Quince años para construirla y sólo catorce de uso. En la actualidad se la conoce como la ciudad fantasma y forma parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1986. Fatehpur significa ciudad victoriosa.

La primera parada en la ciudad es la mezquita que hemos visto nada más llegar con los Symbios a la espalda. Se trata de Jama Masjid construida en 1571. La puerta que nos saludó al llegar es la puerta grande o de la magnificencia, Buland Darwaza, con sus 54 metros de altura es quizá la mayor de Asia. También se conoce como puerta de la victoria, ya que se construyó para conmemorar la victoria de Akbar en Gujarat. Hay una frase de Jesucristo grabada en el interior del arco: «El mundo es un puente, pasa por él pero no construyas ninguna casa encima. Quien espera una hora puede esperar la eternidad«. Como no podía ser de otra manera, ahora que nos hemos quitado las mochilas de encima no iba a ser todo fácil. Para cruzar la puerta hay que subir 42 escalones, a pleno sol.

Al entrar a la mezquita se nos acerca un local y nos empieza a contar que no podemos entrar solos al edificio. Se ofrece a acompañarnos como empleado que es, según él, de la mezquita. Como siempre, no quiere dinero a cambio. Mejor para él porque no lo iba a conseguir de ninguna manera. Lo que vemos a la entrada es un par de hombres sentados entre kilos y kilos de zapatos atados con cuerdas. Como todo lugar sagrado que se precie es necesario descalzarse para entrar… descalzarse y quemarse las plantas de los pies. Nuestro “amigo” se encarga del tema zapatos y nos lleva al interior. Antes de entrar me da una especie de falda-pareo porque no puedo entrar con bermudas. Sara ya se ha atado el suyo a la cintura y el otro pañuelo para cubrirse los hombros.

Lo que podemos visitar en el interior de la mezquita es el patio, enorme y de un color rojizo por la piedra más que curioso, y la tumba de Salim Chisthti, un santo sufí.

 

Lo primero es el patio. Después de recorrer dos de sus lados nuestro amigo nos llevó a la parte trasera donde están los puestos de los vendedores de flores e hilos. Se trata de ofrendas para el santo. Akbar, hace cuatro siglos, llegó hasta aquí para pedirle un descendiente y aún lo hacen las mujeres atando un hilo a las celosías de la tumba, jalis. Según nuestro acompañante la idea es pedir salud y un deseo para la familia. El deseo es para la familia del que te vende las flores y los hilos porque piden un dineral. A nosotros no nos importan los deseos y le dejamos claro que no vamos a pagar tanto por eso. Entran en juego los miembros de la familia y les decimos que no sigan por ahí, que no hay de donde sacar.

No sólo de descendientes vive el hombre y sí que la gente, en teoría, pide cualquier deseo. De hecho, el hilo atado en la celosía sirve como recordatorio al santo de lo pedido.

Después de un rato, y con la presión de que sin hilo no se puede entrar, junto con el hecho de que el vendedor se ha dado cuenta de que más le vale coger algo, por poco que sea, que seguir perdiendo el tiempo, lo dejamos en 10 rupias (desde las 1.000 que pedía). No hay flores y sólo un hilo para cada uno: suficiente.

La tumba es de mármol y se alza en un lateral del patio central. Las celosías son espectaculares. No dejamos de subir escalones, hasta la tumba tiene, cinco concretamente. Está construida un metro por encima del patio. La tumba en sí misma se encuentra en el centro de la sala principal. Un sepulcro de madera cubierta por una tela como de terciopelo en la que la gente deja caer las flores. Nosotros esa parte la obviamos, no tenemos flores, pero sí que atamos nuestros hilos, rojos, al mármol.

Una vez fuera de la tumba, a la que hemos entrado solos, nuestro amigo nos lleva a la tercera pared del patio. Allí, como quien no quiere la cosa, nos acerca al puesto de un tallador de piedra. Antes de que diga nada ya sabemos que se trata sólo de mirar sin compromiso de compra, ¿dónde hemos oído esto antes? Antes de llegar allí pasamos frente a la entrada del pasadizo que comunica Fatehpur Sikri con Agra, o eso nos cuenta. La carretera en superficie tiene una longitud de unos 40 kilómetros mientras que el túnel mide sólo 25. No sabemos si será verdad lo del túnel, pero es evidente que con el calor que hace en estos sitios no nos extraña que hubiera túneles para ir a todas partes.

Mientras el artesano nos enseña su obra llaman a un chaval para que nos abanique y espante a las moscas. El tema del abanico no lo tienen muy desarrollado y lo que utilizan es un trozo de periódico. De todas formas ya es mejor que casi todo lo que hemos visto hasta ahora. Normalmente usan una toalla con aspecto poco limpio. La agarran de una esquina y hacen un giro de muñeca lo que hace que mueva el aire. El aspecto sucio de la toalla se debe a que entre agitado y agitado aprovechan para secarse con ella el sudor.

Nos enseña elefantes tallados con elefantes dentro y piedras con forma de huevo talladas para ser cubre velas y permitir el paso de la luz. Tiene los de buena calidad, los de media y también los malos, como siempre para que veamos que los suyos son mejores porque esos son los que hacen los otros. La presentación completa incluye encender una vela y meter a un elefante en agua para que veamos cómo cambia el color. Nos han parecido medianamente bonitos y le preguntamos por el precio de un cubre velas y de un elefante.

Su respuesta nos asusta tanto que nos levantamos. Como siempre todo se puede regatear y nos pide que volvamos a sentarnos y le demos un precio. Ya conocemos también esto. En este momento, dar un precio que, aunque suponga un descuento muy grande, siga siendo caro, supone un «mal gesto» por parte del vendedor pero una victoria para él. Ese precio será el mínimo al que se pueda llegar. Hay que dar un precio que de verdad sea menos de lo que se está dispuesto a pagar, ya se encargará él de subirlo si quiere y tú le dejas.

Nosotros le dejamos subir poco, aunque estamos seguros de que hizo un buen negocio, y, a pesar de sus intentos por subir más, aceptó, y se debió quedar muy contento, con las 500 rupias. Si te paras a pensar en que con eso pagábamos una noche de habitación doble no se puede decir que no hiciera un buen negocio, aunque no consiguió las 3.000 que nos dijo nada más empezar el regateo.

Desde allí nuestro amigo nos llevó a la salida y acabó el paseo despidiéndose de nosotros y pidiéndonos una propina. Ya habíamos quedado en que no querías dinero y no te lo vamos a dar. Si quieres algo se lo pides a tu amigo de los hilos y al de las tallas de piedra que, sobre todo éste último, ha hecho un buen negocio con nosotros.

Con los zapatos recuperados buscamos la entrada al resto de la ciudad. Nos ha dicho que tenemos que atravesar de nuevo la mezquita para salir por la parte trasera y desde allí todo derecho. Ahora toca hacer el mismo recorrido, más rápido, y con los zapatos en la mano.

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