Martes, 21/06/2011 (3)
El primer tuctuc que vemos nos pide 150 rupias por llevarnos a la estación de autobuses. Sí, habíamos dicho que no cogeríamos más autobuses, pero no hay otra manera de ir a Pushkar y son autobuses locales que no deberían tardar más de media hora. Al ver que nos vamos sin siquiera tratar de regatear él mismo baja el precio hasta 100. Nunca dejará de sorprenderme la manera que tienen de trabajar los conductores en estos países. El siguiente al que preguntamos comienza ya en 100 y llega a bajar a 80. Sigue siendo mucho, pero es evidente que hoy es el día de las 80 rupias. Hace demasiado calor, estamos tensos por toda la gente y tampoco vamos a estar aquí una vida regateando.
Es evidente que a la estación de Ajmer sólo viene gente que quiera ir a Pushkar. Nada más vernos llegar nos han preguntado lo que teníamos nosotros pensado: «¿Pushkar?». Cuando le hemos dichos que sí nos ha señalado un autobús. El billete son diez rupias por cabeza.
Como esta vez no hemos comprado el billete en la taquilla no tenemos los asientos uno y dos. De hecho, casi todos los asientos están ocupados y nos tenemos que ir a la parte de atrás para encontrar sitio. Recorrer los poco menos de quince kilómetros de distancia entre los dos pueblos nos lleva, bueno, le lleva al autobús, casi tres cuartos de hora. No es normal lo que pasa aquí con las carreteras: no hay atascos, los coches y autobuses se van moviendo… pero la velocidad es lamentable.
Por si fuera poco, hemos subido en el momento álgido de calor, a las dos y media de la tarde. Calor, que no ha hecho más que aumentar durante todo el trayecto. Habíamos dicho que no volveríamos a viajar en autobús y lo tendríamos que haber cumplido. Con la chapa y los asientos es como estar en un horno. La única manera de sobrellevarlo es dormirse, y es lo que hago.
A las tres y cuarto bajamos. Pushkar no es un pueblo hippie, es un pueblo muerto. No sabemos si será el calor, horrible, o la época del año, pero en cuanto salimos de la estación no vemos a nadie, sólo vacas. En la estación sí que había mucha gente. Tampoco tenemos muy claro si eso era la estación, más bien parecía una especie de mercado al aire libre con un montón de puestos de comida. A uno de un puesto le hemos preguntado por el lago, la atracción principal de la ciudad. En cuanto cruzamos la carretera, desaparece la gente.
Pushkar es una de las ciudades más antiguas de la India. La leyenda cuenta que los dioses dejaron libre a un cisne con una flor de loto en el pico. En el sitio donde el cisne dejara caer la flor el dios Brahmā haría un gran iagñá, un ritual de sacrificio. El sitio donde cayó la flor se denominó Pushkar. Por otra parte en otras leyendas se prescinde de la figura del cisne y es el mismo Brahmā el que dejó caer la flor de loto, punto en el que surgió el lago. Push significa flor y kar significa mano.
La leyenda también habla de que Brahmā hizo penitencia para ver la ciudad. Suponemos que antes estaría más animada y mucho más limpia. Paseando sin rumbo fijo por las calles, pasamos frente a lo que, en algún momento alguien pensó que sería buena idea, urinarios en la calle. El momento pasó hace muchos años y toda la zona se ha convertido en una gran fosa séptica, pero sin fosa. El olor llega a provocar arcadas. Esto, unido a las vacas pasando por allí y comiendo toda la basura que encuentran y a la desolación que muestran sus calles bajo el Sol no dicen mucho en favor del gusto del dios.
Al poco tiempo llegamos al Lago de Pushkar. El lago representa uno de los sitios más importantes de la ciudad y cuenta con 52 gaths donde los peregrinos se sumergen para bañarse en aguas sagradas. Cada uno de estos gaths tiene una zona de entrada y una especie de comunidad. No está permitido acercarse al agua a menos de dos metros con los zapatos puestos, ni hacer fotos de la gente cuando se está bañando. También pone que no está permitido jugar en el agua, puesto que se trata de un lugar sagrado, y los chavales no hacen más que saltar de cabeza y dando volteretas al agua.
Es en el primero que encontramos donde nos dejan claro que no podemos acercarnos al agua ni hacer fotos. Todo está desierto, pero es llegar nosotros, bajar un tramo de escaleras, sacar la cámara y aparecer un viejo que nos dice que no. ¿Dónde estaba? ¿esperando turistas?
Si en otros sitios, como en Osiyan, tuvimos reparos para quitarnos los zapatos por la suciedad del suelo, aquí no tenemos ese problema. No pensamos quitarnos los zapatos ni locos. Esto no es un templo en el que de vez en cuando limpien con más o menos interés. Esto es una escalera que va a parar a un lago y por aquí no han pasado una escoba, y menos aún una fregona, en la vida. Paso atrás y mirar al lago desde la distancia. Ya habremos cogido todo lo que teníamos que coger, pero tampoco hay que forzar.
Según la guía es habitual encontrar a un montón de pseudo-monjes dispuestos a venderte una pulsera roja para asegurar la felicidad de todos los miembros de la familia. Teníamos ya pensado qué decir y cómo deshacernos de ellos, nunca hemos tenido problemas para deshacernos de gente así y, esta vez estábamos preparados… pero no llegó nadie. Hacía demasiado calor hasta para que trataran de timarnos.
Caminamos por una calle paralela al lago buscando un sitio en el que se pueda ver entero. A su alrededor hay gran cantidad de templos, pero no vemos cómo hacerlo, todo son accesos privados o restringidos.
Las calles siguen estando vacías, hasta las tiendas están cerradas. Encontramos varios cibercafés en algunos de los cuáles también cambian dinero. No tenemos casi rupias. Uno de los cambios da 63,70 por euro, el mejor cambio que hemos encontrado hasta ahora. Cambiamos 70 euros y, en el momento de darnos las rupias, el tipo del cibercafé nos dice que hay una comisión de 25 rupias. Pues vamos bien… Ya nos estás devolviendo nuestros 70 euros porque o nos das todas y cada una de las rupias o nos vamos. Debió quedarle claro que lo decíamos en serio porque sin discusión, es más, con una sonrisa con la que parecía pedirnos disculpas, nos dio todo el dinero.
Un cartel nos avisa de que la oficina de correos está al final de unas escaleras. Está abierta. Ayer por la tarde compramos las postales y ahora compramos los sellos. En la oficina no hay aire acondicionado pero sí un par de ventiladores que ayudan a que el cartero y nosotros no muramos de calor. También hay unas sillas. No nos da el sol en la cabeza, no hace un calor infernal, estamos sentados… está claro, nos quedamos aquí escribiendo las postales o haciendo lo que sea con tal de no salir ahí fuera otra vez.
La otra cosa que podría estar bien encontrar es un sitio para comer. No es sólo hambre, que también, es que estamos casi como en Jaisalmer con el calor, y aquí no hay una puerta de los vientos en la que dejar pasar la canícula. Por las calles hemos ido viendo carteles de restaurantes, en muchos de ellos dejan claro que tienen aire acondicionado, saben lo que hace falta para convencer. Lo que no saben tan bien es cómo indicar, después de un rato siguiendo uno acabamos por desistir. O está en la otra punta de la ciudad o estamos dando vueltas.
Pasamos delante de uno italiano. Venir a Pushkar, uno de los cinco lugares sagrados de peregrinación, dhams, de la India para comer pasta no era la idea… pero ver el aparato de aire acondicionado en la puerta es demasiado tentador. Por suerte, además de pasta y pizzas también tienen comida india. Como siempre preguntamos si es o no picante. Como siempre nos dicen que no, que para los turistas no lo condimentan. Y, como nunca, va a ser verdad y la comida no sólo no está picante sino que está francamente buena. Puede que la maravillosa temperatura también ayude. La temperatura se disfruta sólo en la sala en la que están las mesas y comen los turistas, en cuanto se cruza la puerta para ir al baño, que, a pesar de no ser una maravilla le da miles de vueltas a los de la calle, el calor te vuelve a golpear con toda su intensidad. El aparato de aire acondicionado está puesto a 26 grados y al entrar casi se siente frío.
En la televisión está el canal que veíamos en Nepal y Bután. Ése en el que las películas se emitían en versión original y con subtítulos en inglés. Están poniendo «La búsqueda» de Nicholas Cage. Se está demasiado bien y hasta que no pasa una hora y media ni nos planteamos salir de aquí. También es cierto que sólo para preparar la comida han necesitado media hora.