Jueves, 16/06/2011 (2)
No hizo falta que sonara el reloj. Nos despertamos con tiempo, unos veinte minutos.
Nos han dado un asiento en la fila de detrás de la salida de emergencia. No sabemos que tipo de avión es, pero no es de los habituales en Europa (aunque recuerdo que de Nepal a Bután era así también). La fila de la salida de emergencia tiene dos asientos en lugar de los tres que hay en todo el avión y, por eso, la fila de detrás es la buena. Hay un montón de espacio para las piernas, casi tumbados nos colocamos, aunque ya sin sueño.
No sabemos si es por formar parte de Star Alliance o por norma, pero también nos dan de comer en este vuelo. Aquí no hay tanta elección y la comida es verdaderamente india, se acabaron las cosas «picantes». Es una crèpe de verduras (lo que ya dejaba claro que no la iba a comer) pero está bien picante, para beber una especie de zumo de limón, que más parece que han cogido un azucarero lleno y le han echado un poco de agua y dos gotas de zumo de limón de lo dulce que está.
Habíamos mirado las oficinas de cambio del aeropuerto de Delhi y habíamos decidido no cambiar. El cambio era malo y pensamos que en un sitio menos turístico, y obligado, conseguiríamos algo mejor. Total no necesitábamos dinero hasta Jodhpur.
Ahora sí. Se acabaron los aviones. Ya estamos donde queríamos.
La impresión es brutal. Llevamos casi un día metidos en aeropuertos y aviones con aire acondicionado y purificado. En Jodhpur para salir del avión hay una escalera que baja a la pista y el golpe de calor nos deja paralizados. Bienvenidos a la India. El aire acondicionado del autobús que nos lleva a la terminal lo que nos deja es helados. Va a ser verdad que es un país de contrastes, incluso en las cosas más pequeñas.
El edificio de la terminal es entre pequeño y prácticamente inexistente. Detrás de la cinta de recogida de equipajes está la puerta y ahí la calle. Ni oficinas de cambio (por malo que fuera) ni cajeros automáticos. Primer problema, tendremos que coger un taxi hasta la estación de trenes y no tenemos con qué pagar. Por suerte llevamos unos dólares sueltos. No acabamos de entender por qué no hay billetes de un euro. Las monedas no pueden cambiarse en el extranjero y un billete de cinco euros en ciertos países es muchísimo dinero.
En la puerta nos encontramos con una caseta en la que se juntan los conductores de tuctuc (o auto-richshaws). Los antiguos motocarros de tres ruedas con el motor de un ciclomotor, preparados para llevar a un par de pasajeros. Les preguntamos por el precio para ir a la estación de tren y nos piden 150 rupias. Nos parece mucho, pero el mayor problema es que no tenemos rupias. Le preguntamos si les vale con un par de dólares (80 rupias) y nos dice que ok. Escribe un papel y se lo da a uno de los conductores.
La estación de tren da mucha más pena que el aeropuerto, aquí no hay nada que se pueda considerar medianamente avanzado. Luego nos enteramos de que tiene dos entradas y nos ha traído a la menos concurrida, cuando vimos la otra entrada se lo agradecimos. El caso es que queremos dejar las mochilas en la consigna para visitar el fuerte de la ciudad y aquí lo de cambiar también está descartado.
Se lo comentamos al taxista y nos dice que nos lleva a un banco para que cambiemos sin problemas. En el banco el cambio es casi tan malo como el del aeropuerto de Delhi, pero no hay otra opción. Nos dan 59,7 por euro sin comisión. Con cambiar 50 iremos bien por ahora.
De vuelta a la estación nos lleva a la otra entrada, según él es allí donde está la consigna. Está la consigna y está la gente. Delante de la estación hay un aparcamiento de tuctuc y habrá casi cien. Además de los tuctuc hay mucha suciedad y los olores ya empiezan a ser lo que esperábamos. Entrar en el edificio de la estación nos produce una sensación más dura que la de bajar del avión. Hay decenas de personas tiradas por el suelo, no sabemos si esperando un tren o simplemente viviendo allí. Niños desnudos encima de sábanas rodeados de suciedad, adultos, ancianos… Vamos directos a la consigna, colocamos un candado enganchando a los Symbios y a Okihita, es obligatorio poner candado a lo que se deja en la consigna, pero con una mochila es bastante complicado, los dejamos y nos vamos.
El taxista nos estaba esperando y nos llevará al fuerte Mehrangarh. Se encuentra en lo alto de una colina y de camino comprobamos el motivo por el que Jodhpur es conocida como la Ciudad Azul. Gran parte de las casas de la ladera de la colina están pintadas de ese color. En un principio sólo los brahmanes podían pintarlas así, pero poco a poco el color fue adoptado por otras castas porque ahuyenta al calor y a los mosquitos.
Cuando le dijimos al taxista que no teníamos rupias y nos dijo que nos llevaba a un cambio le preguntamos que cuánto quería y nos dijo que la voluntad. Por mucho que insistimos en que nos diera un precio no quiso y hubo que aceptar. Ahora que estamos en la entrada del castillo le damos 200 rupias. Le parece poco. Como siempre, el primer día estamos «generosos» (y despistados) y le damos 100 rupias más. Con todo y con eso le sigue pareciendo poco. Pues mal vamos. Nos dice que el trayecto del aeropuerto a la estación ya eran 150, con la oficina de cambio y la subida al fuerte quiere más. Le decimos que en el aeropuerto les dijimos que dos dólares y aceptaron. Eso son 80 rupias. Darle 220 rupias por la oficina de cambio y traernos aquí nos parece más que suficiente demasiado. El tío se mosquea y nos dice que en el recibo del aeropuerto pone 150 rupias. Fallo nuestro, le regateamos a los dos dólares pero no cambió el recibo. Le decimos que llame a su jefe (o lo que sea) y que se aclaren entre ellos, nosotros nos vamos bajando y caminamos hacia la entrada, que cerrará en tres cuartos de hora y no tenemos tiempo para estar discutiendo.
El tipo se contenta y cuando estamos pagando las entradas al fuerte nos grita «ok», eso sí, ha llamado por teléfono. Nunca dejará de sorprendernos en estos países que la gente llama por el móvil como si no costase nada teniendo en cuenta su pobreza, y en Europa la gente está mirando la hora y la compañía del otro para no dejarse un dineral.