Jueves, 16/06/2011 (3)
La entrada al fuerte de Mehrangarh cuesta 300 rupias por cabeza y la audio guía es gratuita. Según la guía (Lonely Planet de Rajastán y Anaya Viva de India del Norte) merece la pena cogerla porque el sitio es muy grande y tiene muchas cosas que ver. Para la audio guía hay que dejar un documento que se recoge a la salida.
La fortaleza está considerada como una de las más majestuosas de la India. Su interior cuenta con varios palacios y está rodeada por muros de hasta 36 metros de altura y 21 metros de grosor. Nunca ha sido tomada a pesar de varios asedios, en su interior se pueden ver las marcas de los disparos de cañones, y es un orgullo para los rathores.
La dinastía rathor tiene sus orígenes a mediados del siglo XIII y a día de hoy todavía hay un marajá de Jodhpur, el dueño de la fortaleza, que vive en un palacio que se puede ver desde las murallas. Tanto las murallas como los edificios y palacios interiores están construidos con piedra roja. Incluso los balcones y las celosías están tallados en esta piedra.
La entrada se realiza a través de siete puertas (pols). La primera de ellas es Jayapol, construida en 1806 por el marajá Man Singh para conmemorar su victoria frente a los gobernantes de Jaipur y Bikaner.
Poco después de esta puerta se encuentra el cenotafio de Kiratsingh Sodha, un soldado que murió defendiendo el fuerte de los atacantes de Jaipur en ese 1806, y las marcas de los cañonazos de aquellas batallas.
La siguiente, construida en el siglo XVI, se levantó después de una pronunciada curva para evitar los ataques enemigos con elefantes. Da igual el sitio, todas las construcciones militares acaban por parecerse, los castillos medievales europeos y los árabes también tenían las entradas detrás de curvas para evitar que los enemigos pudieran atacar fácilmente en masa.
Fatepol, construida en 1707 por el marajá Ajit Singh para conmemorar el triunfo frente a los mongoles, es la puerta de la Victoria.
La última, de las más conocidas, es Lohapol, la puerta de hierro, también construida detrás de una curva y con pinchos de hierro para disuadir a los elefantes.
A su lado hay quince huellas de manos de las esposas del marajá Man Singh. En el momento de ponerlas ya eran sus viudas y son el recuerdo del último sati de la dinastía de Jodhpur, 1843. El sati es la inmolación de las viudas del marajá, lanzándose a la pira funeraria del mismo.
Como esto es un castillo, no hay falta de respeto por ir con pantalón corto. Sara lleva los pantalones desmontables y los convierte en bermudas. Yo me arrepiento de no habérmelos puesto y llevar unos largos y, aunque finos, negros.
El palacio se organiza en torno a gran cantidad de patios. En el primero se encuentra el lugar de las coronaciones, Singhar Chowk, con un pequeño asiento de mármol usado desde el siglo XVII con este fin.
Una de las salas que dan a este patio ha sido convertida en un museo en el que se pueden ver preciosos howdahs, sillas para transportar a gente a lomos de elefantes, algunos con relieves de plata. También hay palanquines de los marajás, en los que, sobre todos sus mujeres, eran traslados de un lugar a otro sin que pudieran ser vistos. En este caso también de un lujo excepcional.
También están expuestas armas y obras de arte rathor. Entre los objetos hay un par de biombos de bambú cubiertos con finos hilos de seda que crean dibujos sobre ellas. No era sólo una cuestión estética, tenía una motivación práctica. Mojaban los biombos en agua que quedaba impregnada en los hilos de seda y al pasar el aire a través de las cañas del bambú la humedad de los hilos refrescaba el ambiente.
El Phool Mahal, palacio de la Flor, cuenta con pinturas en las paredes realizadas con pan de oro, cola y orina de vaca. Su techo está bañado con más de 80 kilos de oro y hay cristales de colores por todas partes.
Se visitan también los aposentos del marajá y de las maharaníes, Thakhat Singh tenía nada menos que treinta y numerosas concubinas. Junto con una colección de cunas, la del último marajá está incluso motorizada.
En otro de los patios se alza la zenana, los aposentos de las mujeres desde los que podían observar sin ser vistas gracias a las celosías talladas en roca que las ocultaban a la vista de los hombres.
Un lujo de sitio que nos dejó claro que lo que íbamos a encontrar en este país iba a sobrepasar con creces las cosas que habíamos visto, aunque ya la estación de tren nos lo había hecho pensar, en sentido contrario.