Viernes, 04/03/2011 (2)
El camino a Shakhrisyabz cruza un puerto de montaña. Ni nos lo habíamos planteado, pero resulta que al poco de salir de Samarcanda la nieve que va cayendo ya está cuajando. La carretera se ve perfecta, pero poco a poco los laterales aparecen cubiertos de nieve. Empezamos a subir y esto va de mal en peor. Si el otro día estábamos en el coche en manga corta en mitad del desierto con el sol que parecía que hacía mucho calor fuera, hoy es todo lo contrario. En el coche estamos sólo con la sudadera, aunque se está bien, pero fuera se ve todo blanco. Y por todo me refiero a todo, no se nota donde acaban las montañas y empieza el cielo, es como si hubieran puesto una tela blanca en las ventanillas.
La carretera todavía se ve, aunque cada vez más llena de nieve sucia que van levantando los coches. Poco a poco se ven más coches parados en el lateral. Unos poniendo cadenas, otros empujando y otros directamente esperando que pase algo. Seguimos subiendo y la carretera desaparece también. Todo es blanco, por delante, por los lados y por detrás. Los coches con los que nos cruzamos siguen o bien con cadenas o llevan a uno o dos tíos sentados en el capó que no sabemos si es para ganar tracción en las ruedas delanteras o porque ya no caben dentro y así les llevan también. Vemos a mucha gente caminando por el puerto con cadenas colgadas al hombro.
Nuestro taxista sigue impertérrito. No ha dicho una palabra desde que salimos. Ni a nosotros que no le entendemos ni a las otras dos que, en principio, hablan su idioma. Cuando alguno le hace gestos siempre responde que no. Vamos, que no quiere que se le suba nadie al coche. Tampoco está por la labor de poner cadenas, ni sabemos si las lleva. Él sigue yendo a lo suyo y el coche cada vez más para arriba. Este puerto no va a acabar nunca. Según la guía cuando nieva mucho cierran el puerto y tienen que usar otra ruta más larga. Siempre podremos volver, pero cada vez nos parece más difícil. No decimos nada pero los dos estamos pensando en que nos vamos a tener que quedar a dormir en Shakhrisyabz.
Por fin llegamos arriba. Ahora viene lo peor, porque si subir con nieve es complicado bajar es un nivel más: las ruedas patinan y las curvas se toman rectas. Pero este tipo tiene una práctica que asusta. Le dejas con un coche preparado en el rally de los mil lagos y gana hasta a los finlandeses. Con el coche en primera comenzamos a bajar despacito y con buena letra. Por este lado seguimos encontrando coches parados, coches con gente en el capó y otros que suben rápido y le saludan, serán taxistas de Samarcanda que ya vuelven.
A la señora delgada la deja en Kitob, que es donde paran las marshrustkas. La chica joven y nosotros seguimos. En Shakhrisyabz el taxista nos señala el castillo y la estatua de Tamerlán. Nuestra idea es decirle que nos espere una hora y que le pagamos 20.000. Suponemos que él pedirá 30.000 y lo dejaremos en 25.000. Esto es como jugar al ajedrez. Pero para todo esto necesitamos que también se baje la chica, porque si nos deja a nosotros y ellos siguen ya no habrá nada que hacer. Tampoco es que tuviéramos pensado decirle que nos esperara desde el principio, es que vista como está la carretera nos empieza a preocupar cómo volver y con quién.
Nos bajamos los tres al mismo tiempo y Sara le enseña el papel en el que hemos escrito «12:30, Samarqand, 20.000». Está claro que él tampoco las tiene todas consigo y ni regatea, acepta del tirón, y cuando nos vamos nos da las gracias varias veces. Se ve que no le parecía fácil encontrar gente de vuelta. Y no es que nos haya cobrado mucho, porque la señora le dio 8.000 por llegar a Kitob y la chica no sabemos cuánto le ha dado al llegar, pero sí que su novio le dio 6.000 al salir.
Tenemos una hora para visitar la ciudad natal de Tamerlán que no es donde está enterrado. Está claro que murió en la misma época del año en que hemos venido nosotros y que no encontraron a nuestro taxista para que trajera el cuerpo.