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Afrasiab

Sábado, 05/03/2011 (3)

A partir de aquí y según el mapa son 800 metros hasta el museo. Por suerte llevo el móvil con GPS para saber cuando los hemos andado porque la carretera por la que vamos está cortada y sólo está el cementerio a la derecha y una valla a la izquierda. Ni una indicación ni un edificio. La guía tiene razón y justo a 800 metros encontramos la entrada del museo. Se supone que en su interior están los peones de ajedrez más antiguos del mundo. No es aquí donde queremos entrar y seguimos, sabiendo que a un kilómetro y medio esta el observatorio.

Una estatua, en yeso pintado que se está descascarillando, de Ulugh Beg nos da la bienvenida al observatorio. Como en Shakhrisyabz hay varias parejas de novios haciéndose fotos delante de la estatua. Tan ridículo como allí. Del observatorio queda poco y es una lástima porque desde aquí se vieron gran cantidad de cuerpos celestes. Tantos que Ulugh Beg se encuentra entre los más importantes astrónomos de la historia.

Además de los restos del observatorio hay un museo. La plaza en la que están ya forma parte del recinto de pago y nos lo dejan claro cuando nos ven haciendo fotos. La entrada a las dos cosas son los típicos cuatro dólares al cambio oficial más la cámara. En la guía no pone que merezca mucho la pena y tampoco es que los museos nos llamen tanto la atención, nos vamos.

Como en la mezquita, la de las entradas sale corriendo detrás de nosotros. Nos hemos sentado en unas escaleras al lado para mirar la guía. Ella nos ofrece un descuento y nos lo deja todo en 10.000. Yo pensaba que venía a decirme que desde la escalera tampoco se podían sacar fotos sin pagar. Cierto que en la guía no dice que haya nada digno de ver, pero en una revista de viajes en la que hablaban de la Ruta de la Seda sí que leímos que había que visitarlo. Todavía nos quedan más de 200.000 som y ya que hemos llegado, que el paseo no ha sido lo que se dice corto, entraremos.

El museo está muy bien y nos muestra la faceta astronómica del nieto de Tamerlán. Sus trabajos sobre cuerpos celestes fueron publicados en Europa junto con los de Ptolomeo y otros famosos astrónomos. También se muestra una maqueta del edificio del observatorio, aunque hay dos versiones y eso nos lleva a pensar que no lo tienen muy claro. Lo que sí tienen claro es parte del interior, que todavía está y que será lo que veamos después. También hay un ejemplar de «Embajada a Tamerlán» de Ruy González de Clavijo.

Ulugh Beg había construido un arco con un radio de cuarenta metros en el que seguía el movimiento del Sol y del resto de estrellas. Parte de este arco está todavía y es lo único que hay del observatorio. Junto a nosotros hay un par de locales. Nos preguntan de dónde somos y al decir España nombran también a Ruy.

De vuelta a la Samarcanda actual compramos una botella de agua de litro para poder beber algo que no sea té mientras comemos plov en nuestro restaurante de confianza. Cuando llegamos otra vez a la carretera que hay que cruzar vamos por otro lado siguiendo a otros locales. Justo donde cruzan vemos que hay una parada de minibuses y alguna que otra marshrustka aparcada. Hay una caseta con dos mujeres dentro que será la información. Les preguntamos por Urgut marshrustka y una de ellas se pone a contarnos su vida como si entendiéramos uzbeco. Debe ser que hemos pronunciado marshrustka mejor que ellos mismos. Sara le da el mapa para que nos marque dónde está la parada, pero ella prefiere contárnoslo de viva voz y allí que sigue dando palique. Eso sí, se compadece y nos escribe dos números: el 25 y el 71, que suponemos que serán los minibuses que van para allá.

Un simpático uzbeco se acerca al vernos en problemas y nos pregunta, en inglés, en qué nos puede ayudar. Nos venimos arriba y le preguntamos por la parada del 25 y el 71. El muchacho nos ha hablado en inglés, pero tampoco es que esté muy suelto y se nos queda mirando con cara de «en qué lío me he metido y quién me habrá mandado venir aquí a ayudar a estos guiris». Tampoco está por la labor de hacer un maldito punto en el mapa indicando donde paran y con gestos nos trata de hacer entender que tenemos que cruzar al otro lado. Si está claro que tenemos que cruzar, el restaurante, el hostal y prácticamente toda la ciudad están al otro lado de esta carretera, pero ¿dónde está la parada?

Lo dejamos casi por imposible y, ya que estaba tan emperrado con que cruzáramos vamos a preguntar al otro lado que también es una parada. Aquí no hay nadie en la caseta y visto el éxito de la acera de enfrente casi mejor. Cuando llegan los autobuses se baja uno pregonando el destino y las paradas intermedias como en Siria y Perú. Éste será el adecuado para preguntar. El primero que baja nos escribe Urgut en cirílico, lo que es de agradecer, y otros dos números de autobús: el 256 y el 64. Parece evidente que aquí se puede coger un transporte a Urgut, lo que no sabemos es el número, porque cada uno dice uno distinto.

Nos hacemos un lío y, en lugar de ir rodeando el mercado que visitamos ayer, nos metemos dentro para ir al restaurante. Justo en la entrada nos encontramos con otro señor «mercado negro» que lleva en la mano cinco fajos de a 100.000 y nos pregunta si queremos cambiar. Como éste nos ha hablado en inglés vamos a ver si confirmamos que desde aquí salen los autobuses que nos interesan. Pues resulta que nos dice que no. Que vayamos a la zona de Registán y que cojamos un taxi. Que no. Qué pesados están todos con meternos en un taxi, como si los autobuses y las marshrustkas estuvieran prohibidas para turistas.

El mercado está ahora a pleno rendimiento y lleno de locales haciendo sus compras. Son como nosotros que vamos al mercado el sábado por la mañana. El sitio es enorme y no sólo venden comida, también hay ropa, calzado, zapateros… de todo, y algunos pasillos están atestados de gente.

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