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Por fin marshrustka

Domingo, 06/03/2011 (3)

No tarda mucho en llenarse. Al poco de sentarnos ha aparecido una señora que iba limpiando su bolso de imitación de Versace, casi le hemos dicho que no frote demasiado no se le vayan a borrar las letras, una pareja (el señor se ha puesto en el asiento del copiloto) y otra pareja más. Vamos ocho en esta cosa y aún así mucho más cómodos que en el coche en el que hemos venido.

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La gente le va pagando según se bajan y vemos que todos vamos a pagar lo mismo. No ha habido engaño al turista, más que nada porque el turista tampoco se ha dejado, aunque era un engaño menor, de mil som. Como se le puede pedir que pare en cualquier sitio le decimos que pare en cuanto llega a la avenida Taskent, al lado de nuestro supermercado de confianza. Vamos a comprar agua para el plov. Son las once y media y hoy cae seguro.

En el supermercado no hay luz. Todo está apagado, incluso las neveras, pero las cajas siguen funcionando. Deben tener algo de lo que tirar en estos casos para seguir vendiendo, pero todo lo que está en nevera o congelado se va a echar a perder. El litro de agua son 592 som y no tenemos ni idea de cómo nos va a devolver el cambio. Pero tenemos curiosidad. Le damos un billete de mil y no se complica lo más mínimo. Nos devuelve uno de 500 y listo. Es genial cómo redondea aquí la gente, 592 son 500. La señora de Bujará 2.350 lo dejaba en 2.200 y encima te cobraba luego menos… Está claro que su moneda no tiene mucho valor ni para ellos.

Es pronto pero vamos directos al restaurante. Paramos en una de las tiendas de recuerdos, que hoy está abierta, porque vemos que en un expositor en el estante de abajo tienen postales. Cuando la dueña ve que miramos las postales empieza a quitar los tebeos del pato Donald y de Mickey Mouse que hay por encima y deja a la vista otro montón de postales. Compramos las dos que nos faltan. La calle está hoy mucho más animada. Es domingo, es más pronto y hace casi hasta calor. Un montón de gente está paseando por aquí. Como dijo Bakhtiyar el uno de marzo es primavera en Uzbekistán, aunque este año se les ha atrasado un poco, al seis.

A eso de las doce y cuarto entramos en el restaurante. Hoy sí que hay plov. Una cazuela enorme con varias capas. En la parte de abajo con todo el aceite están los trozos de cordero. Una segunda capa por encima con algo que parece patata cortada en dados, aunque más amarilla. Otra de garbanzos y encima de todas una gruesa de arroz. La forma de llenar el plato es la misma pero al revés. Primero una generosa ración de arroz, luego un poco de lo que parece patata y garbanzos y al final unos trozos de carne. Tanta grasa hay que los trozos de carne los escurre en la paleta antes de ponerlos en el plato. El plato lo ha limpiado con un trapo mojado que tiene allí al lado que luego usa también para limpiar un par de cucharas. Lo que no mata te hace más fuerte.

Ya tenemos el plov y el agua, pero falta el pan. Aquí dentro no sabemos si lo venden. Sara sale a la calle, el mercado está al lado, a ver si hay alguna señora que lo venda pero no encuentra. Hacia la parte de dentro del “restaurante” ve que hay pan en una mesa. A base de gestos le pregunta a los de la mesa dónde lo han comprado y cuando le señalan la barra del final, les pide que se lo pidan ellos. Hay que ver lo que dan de sí los gestos.

Ahora sí, ya lo tenemos todo. Está delicioso, aunque tan pesado como parecía. Entre el plato y el pan acabamos llenos y nos bebemos la botella de litro entera. Al pagar le damos 4.000 pero nos pide un billete más. De acuerdo, puede que sean 2.500 cada uno o que quieras ganar mil extras, en cualquier caso te los has ganado.

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