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Bujará (IV)

Miércoles, 02/03/2011 (4)

Otra madraza, que ahora es un centro de arte con exposiciones de fotografía y pintura. Al entrar nos gritan desde arriba y nos hacen entender que ahora bajan. Un tipo baja corriendo las escaleras y nos lleva a la puerta de la exposición de pintura. Viene con una linterna y nos dice que no hay luz. Así que los del hotel no cortan la corriente en cuanto salimos de la habitación, es que se ha ido en una parte de la ciudad. Ver los cuadros con la linterna no tiene gracia así que acabamos pronto y nos vamos. El que ha bajado nos dice que es un artista y que su estudio está en la planta de arriba, algunos de los cuadros eran suyos.

Otra madraza más que ver desde fuera, la Gaukushan. De nuevo por las calles traseras nos metimos buscando el mausoleo de Turki Jandi. Nos cruzamos con un niño que trataba de abrir una botella de refresco y que, al vernos, nos pidió que se la abriéramos. No fue difícil y el chaval, encantado, nos ofreció si queríamos beber. Habría sido lo más beneficioso del paseo, porque el mausoleo en cuestión, como casi todo aquí, está lleno de obreros que lo están rehaciendo prácticamente entero. Eso sí, han tenido la precaución de cubrir la tumba con una especie de sábana.

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Lo único que nos quedaba por ver era la casa museo de Fayzulla Khojaev. Uno de los hombres más infames de la ciudad que ayudó a los bolcheviques a derrocar al emir Alin Kan. Según la guía tiene frescos, celosías y techos al estilo de Bujará. Al entrar sale una simpática a decirnos que la sigamos. Nos parece bien pero queremos saber cuánto hay que pagar. Cuando se lo preguntamos mira a otra con cara de no saber qué decir y al final decide que 6.000 estará bien. Esto también está en obras y a nosotros nos parece mucho. Nos damos la vuelta y ella viene tras nosotros para decirnos que 4.000. No es que esto sea mucho, pero entre que ya nos hemos dado la vuelta y que no nos ha gustado lo de decidir el precio sobre la marcha, seguimos andando.

Caminando sin rumbo hablamos del turismo. Muchas veces nos sentimos entre violentos y ridículos regateando por taxis, hoteles o entradas de museo, sobre todo cuando no es que sean un precio exagerado, más que nada teniendo en cuenta lo que cuestan las cosas en Europa. Nos sentimos culpables porque es evidente que no somos lo que se llama un «turismo de calidad» que deje riqueza en el país que visita. Aunque bien que gastamos en transporte, alojamiento, comida,… pero siempre regateando. Por un lado pensamos que esta gente nos tendrá por ricos europeos llenos de dinero que no quieren gastar: egoístas y aprovechados. Pero por otro lo mismo piensan que en Europa todo debe ser más barato. Los que llegan hasta aquí, que serán muchos mochileros (los que vayan con viaje organizado ni se preocuparán de pagar las entradas y menos aún de coger un taxi porque ya estará todo gestionado por otro), deben ser los más pobres de Europa. O, incluso, que su país es muy caro porque a los europeos todo lo que nos piden nos parece siempre demasiado.

Es evidente que pagar 6.000 som, que al cambio del señor «mercado negro» son poco más de dos euros, por entrar en un museo no es mucho. Pero también hay que tener en cuenta que el resto de sitios que hemos visitado hasta ahora tenían un precio de 1.500 como mucho (Jiva era más caro pero es que era una entrada común para prácticamente todo en la ciudad). Siempre que se pone uno a regatear se queda con la sensación de si no estará siendo demasiado duro en la negociación. Cuando uno va a un país occidental, o a Japón, ni se plantea si las cosas son caras o baratas. Cuestan lo que cuestan y no se puede pedir una rebaja en la entrada de un museo o en una noche de hotel. Y para más inri siempre es más de lo que cuestan en los países pobres.

Nuestro «consuelo» es que no somos así por estar en un país pobre. También vamos a albergues cuando vamos por los otros países, y compramos la comida en el supermercado en lugar de salir todas las noches a cenar. Se podría decir que es nuestro estilo de viaje y que es el que nos permite seguir haciéndolo con la frecuencia y a los destinos que lo hacemos. Tampoco visitamos todos los museos y catedrales de Suiza porque llega un momento en que dejas de querer pagar entradas.

Por otra parte, gracias a gente que viaja como nosotros es a la que viven los hostales, los albergues y las pensiones. Es evidente que no ganan lo que querrían, porque todos regateamos, pero los turistas que no regatean van a hoteles más caros y no se dejarán ver nunca por estos sitios. Lo mismo con los taxistas. Pocos turistas con un todo incluido acabarán cogiendo un taxi para ir a la estación de tren. Ya les llevará su autobús o su coche personal.

La otra «satisfacción» que nos queda es que, gracias a gente como nosotros es como destinos como estos son conocidos. Primero viene un mochilero que luego cuenta lo que ha visto y tiempo después las agencias organizan viajes para los que no quieren llevar su equipaje todo el tiempo sobre sus hombros. De acuerdo que nosotros no hemos descubierto Uzbekistán y que ya hay muchos viajes organizados, pero no conocemos a nadie que haya estado, ni siquiera que haya pensado en estar. Puede que, viendo nuestras fotos y vídeos, y leyendo nuestras experiencias, alguien se anime y esta gente consiga más negocio.

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