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Pokhara, del lago Phewa a la stupa de la Paz

Miércoles, 31/03/2010 (2)

Nepal Pokhara Barcas Lago

Lo primero que hacemos es ir al lago Phewa para coger un bote, con uno remando en popa, que nos llevará al pie del camino a la Stupa de la Paz Mundial. Un nombre tan rimbombante sólo podía ser japonés o estadounidense. Como los de los USA no le dan al budismo, es japonés. Resulta que el gobierno nipón soltó unas 100.000 rupias (que tampoco es tanto considerando el trabajo) hace cinco años para construir la stupa y un par de edificios al lado (un monasterio y un pequeño templo).

Para llegar hasta allí hay que hacer un “pequeño hiking” según el programa. El paseo en cuestión es un extra que ha añadido Prachanda al tener un día menos de Mustang. De pequeño nada. Es más empinado y complicado que el de antes de ayer a Muktinath. Además la temperatura aquí es como el triple y el nivel de humedad como cien veces más, hemos llegado en barco que atravesaba un lago. Lo único “bueno” es que es mucho más corto. Entre unas paradas y otras algo más de una hora subiendo. Lo más frustrante es que delante de nosotros iba una pareja de alemanes con su hijo de cuatro años y otro niño de alguien de su hotel. El niño de Pokhara subía corriendo todo el tiempo sin perder el resuello como nosotros.

Arriba del todo nos encontramos con lo que prometía la guía: una gran stupa blanca con cuatro imágenes de Buda. Una de Japón, una Nepal, una de Sri Lanka y otra de Tailandia. Lo que también prometía la guía y no se cumple es una fantástica vista de los Himalayas. Aquí es complicado, aunque el guía (no nos quedamos con su nombre) nos ha dicho que hoy está más claro porque ayer se pasó lloviendo y granizando toda la tarde.

Nada más llegar el guía se metió en el baño. Cuando salía llegó una monja que vive en lo alto para decir que la gente no entendía que tenía que tirar el papel a la papelera porque se colapsaba todo el sistema y que ella, que no podía tener baño privado, había pasado los últimos tres meses sin baño porque estaba todo atascado. Para ser una monja budista no ha alcanzado la paz interior ni de lejos, el cabreo que lleva encima es considerable. Tiene acento americano, así que suponemos que se dio la paliza de subir hasta aquí y se le quitaron las ganas de volver a bajar. El guía nos dice que es europea… lo que está claro es que no es de la zona, pero el acento no es europeo tampoco.

El templo que hay en lo alto tiene una foto de un monje japonés. Ahora está cerrado. El guía nos cuenta que viven tres monjes japoneses, pero que puede que hayan vuelto a su país.

La bajada la hacemos por otro camino, que no se diga que no hay variedad. De esta forma bajamos al otro lado de la colina donde estará el coche esperándonos, en lugar de volver a la playa para tener que atravesar el lago en bote de nuevo. La bajada, el guía también comenta entre sonrisas que bajar es más fácil, tiene de fácil lo que él de español (ni siquiera sabe dónde está el país). Son unos escalones totalmente irregulares hechos con las piedras de la montaña y cuando no, piedras sueltas. En mitad del descenso paramos en un árbol sagrado para los budistas. Para nosotros no es sagrado, pero hay que reconocer que está muy bien situado y que su sombra es de agradecer con todo el sol que nos está pegando hoy.

Cerca de la stupa pasamos frente a un guesthouse. Para llegar hasta ella hay que subir también andando. Vamos, el típico sitio en el que quedarse para luego salir de marcha por la ciudad y tener que pegarte una subida de hora y medio completamente borracho por estos andurriales. Hay gente para todo, pero lo de quedarse aquí me supera por completo.

Una vez abajo montamos en el coche que está esperándonos. Bajando desde la stupa nos señaló unas casas con techo rojo que nos dijo que eran un campo de refugiados tibetanos y allá que vamos. La tienda de alfombras está cerrada (¡qué desilusión!) pero el taller donde las hacen está abierto y hay dos trabajando. Una le dice a Sara que se acerque y le enseña cómo tejer las alfombras. Al primer tirón que le da al hilo de lana con el que está haciendo el dibujo lo rompe. No pasa nada, porque la tibetana ya debe estar acostumbrada y tiene un truco para seguir sin que se note.

Otro de los grandes alicientes de la visita es una cueva natural descubierta hace unos cinco años. Para este guía todo tiene cinco años y tampoco es que nos explique nada. Nos da la impresión de que es otro guía de trek como Keisi. Es más, conoce el hotel Majesty en el que hemos dormido en Jomsom, la ruta a Muktinath, el viento que hace camino de Marpha… Para llegar a la cueva vamos andando junto a los puestos de bisutería de los refugiados y frente a un templo budista.

La cueva tiene dos tramos. Uno corto hasta un templo de Shiva. Y otro más largo que llega hasta la zona de Patale Chhango, también conocida como Dave’s Falls. El guía nos lleva hasta la primera y nos dice que el resto es complicado y peligroso. Ya será menos porque vemos salir a una cantidad de viejos de allí que no veas. Pero lo cierto es que estamos reventados de tanta escalera y de tanto andar. Casi preferimos no seguir mucho más para abajo, porque todo lo que bajemos habrá que subirlo después. La única gracia de la cueva es que al descubrirla encontraron una piedra con la forma del dios. Tampoco es que la forma de la piedra se vea tan bien. El templo tiene una especie de pasillo delante hasta la estatua y la única manera de llegar a verla es descalzo (como todo templo que se precie). El problema es que la cueva está goteando agua por todas partes y ese pasillo es un gran charco. Nos creemos que la piedra tiene la forma de lo que quieran.

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