Al día siguiente, al abrir la cortina nos encontramos con un páramo blanco por todas partes. Y lo peor no era la cantidad de nieve que había en el suelo, sino los enormes copos que seguían cayendo sin parar. Eso sí, el aislamiento en Linz (en el hotel y luego descubrimos también en la oficina) es impresionante. Los cristales de más de un centímetro y medio, junto con la calefacción, permiten estar en manga corta.
Antes de ir al curso, que el miércoles empezaba a las diez de la mañana, nos dimos una vuelta por los alrededores del hotel. En Linz deben estar acostumbrados a la nieve o no debe haber niños, porque en cualquier otro sitio esas explanadas blancas perfectas ya estarían llenas de niños (y no tan niños) saltando y lanzándose bolas de nieve. Willy no pudo evitar hacerlo, que aquí no estamos acostumbrados a ver eso.
Sí, mucho frío.