Una oferta de última hora nos hizo decidirnos por Estambul para pasar el fin de año. Tan de última hora que lo compramos dos horas antes de coger el avión para ir a Italia en Navidad. Incluía hotel y vuelo, uno charter, que por falta de prioridad acabó saliendo con un par de horas largas de retraso.
El caso es que entre unas cosas y otras llegamos al hotel, una vez más como en Bologna, a las tres y media de la mañana y muy cansados. Como sólo íbamos a estar cuatro días tampoco se podían desperdiciar y el jueves a las siete de la mañana ya estábamos en pie para visitar la ciudad.
La primera visita no podía ser otra que Santa Sofía. El que nos recogió en el aeropuerto nos dijo, al mismo tiempo que nos trataba de vender las excursiones de su compañía, que debido a que había mucho turista en la ciudad las colas en los museos iban a ser muy largas. Por supuesto ellos tenían prioridad y yendo con ellos ganaríamos tiempo (ya sería menos). Con un buen madrugón y cogiendo el tranvía para llegar a la puerta de Santa Sofía a las nueve no tuvimos ningún problema para entrar.