Domingo 17/05/2009 (1)
Nos levantamos un poco más temprano para ir a Pachacámac, no vaya a ser tan peligroso como Callao y haya que ir pronto. Además si ayer para ir a Callao tardamos casi una hora y está a 14 kilómetros de Lima, no sabemos lo que tardaremos en llegar a las ruinas que están a unos treinta.
A las ocho de la mañana salimos del hotel con dirección a la plaza Grau donde nos han dicho que se cogen los combís. La calle está desierta a estas horas de un domingo, lo que, unido a su imagen descuidada y un poco sucio, le da un aspecto mucho peor que el que vimos ayer. Por suerte (aunque no creo que hubiera pasado nada) nos cruzamos con poca gente. La plaza en cuestión está bastante lejos del centro y nos lleva casi media hora llegar hasta allí. Prácticamente en la plaza nos saludan dos que caminan por allí preguntándonos si somos españoles. Nos dicen que tenemos suerte de tener toda Europa para viajar. Al decirles nosotros que ellos tienen toda América, en concreto toda Sudamérica, nos dicen que aquello es muy caro.
La rotonda de la plaza es enorme, unos cinco carriles, y un caos de circulación. En lugar de semáforos hay guardias de tráfico colocados en las entradas a la rotonda que van dando paso a un lado o a otro.
No tenemos muy claro ni qué combí es la que tenemos que tomar, ni en qué sentido y menos aún donde para. El tema de donde para no parece muy importante porque todas paran en cuanto ven a alguien que tiene aspecto de querer subir. Hay «paraderos» oficiales, pero si la policía de tráfico no anda cerca paran para dejar y tomar pasajeros en cualquier parte. En la guía pone que hay que coger cualquiera que vaya a San Bartolo. Hemos visto pasar una que llevaba escrito Pachacámac directamente pero no ha parado, suponemos que no nos ha visto, porque no desperdician una oportunidad de hacer negocio.
Preguntamos a un kiosquero y nos manda a la calle perpendicular a la que estamos. Por suerte no le hacemos caso y nos quedamos allí. Al poco aparece uno para San Bartolo. Baja el voceador y le preguntamos si va a las ruinas. Por supuesto y le grita al conductor: sube, sube. Es un término medio a los de ayer, ni tan grande como el primero ni tan pequeño como el de la vuelta. Nos sentamos en la primera fila que tiene más espacio para las piernas pero el punto negativo es que está al lado de la puerta que queda poco tiempo cerrada. El voceador abre la puerta para gritar la ruta en cada esquina.
En el camino pasamos por una especie de rastrillo de una dimensión como todo en este país: enorme. Todo está en venta, pero todo tiene pinta de estar muy usado, muy gastado o roto. La gente que hay en la zona tampoco tiene el aspecto de poder permitirse muchos lujos, algunos ni siquiera lo que se vende en el suelo. Estamos en una de las zonas pobres de la ciudad, esas que no se ven en los documentales de viajes. Nuestra combí ha ido llenándose y vaciándose hasta llegar aquí, los únicos no peruanos nosotros todo el tiempo.
Después de pasar esa zona nos dirigimos al mercado de la fruta. Una nave a la que llegan todas las frutas de la selva y desde la que se venden al por mayor a toda la ciudad. Perú es uno de los países con mayor variedad de fruta del mundo. En los alrededores hay pequeños puestos en los que la misma mercancía se vende al público. Está montado sobre la marcha. El olor que se cuela por las ventanillas y la puerta es horrible. Peor aún un poco antes, entre el mercadillo y la fruta, en la zona en la que tiran la basura a un canal cercano.
Desde aquí ya es carretera, por la puerta grita circunvalación. La combí coge más velocidad pero no deja de cruzar todos los carriles en cuanto ve que hay alguien en el arcén que tiene interés en montar. Son un peligro estos transportes. Todavía continua Lima aunque ahora en modo chabola. A los lados de la carretera vemos rectángulos cerrados con paredes de adobe y alguna puerta de reja en cuyo interior se apilan casas y casas de poco menos que contrachapado. Una de las más llamativas se encuentra a la izquierda, una gran pintada informa: «Bienvenidos a la comunidad de familias de Santa Rosa de Lima». Todo esto es ya en la Panamericana Sur. Pachacámac está al sur de Lima. Viniendo desde Paracas pasamos cerca.
En una parada después de estos arrabales se monta una chica con el polo de las ruinas de Pachacámac y una cazadora del instituto nacional de cultura. Nos tendremos que bajar cuando lo haga ella. Ella ha sido más inteligente que nosotros, además de que conoce la zona, y lleva una cazadora. Nosotros hemos salido del hotel con las bermudas y manga corta y por esta zona comienza a hacer frío.
Una hora después de salir la chica avisa al voceador: «para museo». El hombre nos avisa de que llegamos a las ruinas, le habíamos pedido que lo hiciera y bajamos.