Hay destinos que uno ve inalcanzables, que se convierten en sueños viajeros. Desde el momento en que decidimos cumplir nuestro principal sueño: dejarlo todo para viajar, quedó claro que ningún otro era imposible de cumplir. Y el menos imposible era uno en blanco y gris. Atravesar el Salar de Uyuni o ver los moáis de la Isla de Pascua eran etapas importantes de nuestro #LatTrip pero, desde el principio, lo único que marcó el calendario era llegar a Ushuaia mientras todavía hubiera barcos a la Antártida. Ya os contamos que es es posible viajar a la Antártida y cómo hacerlo, hoy trataremos con sensaciones.
Es muy difícil explicar las sensaciones que teníamos mientras contratábamos nuestra «excursión»: los nervios porque no llegaba el correo con la información de la tarjeta y sí el autobús que nos llevaría a Ushuaia, la presión por el gasto que suponía, la felicidad por lo que se avecinaba. La expectación en Ushuaia mientras dormíamos en Hotel Campanilla no hacía más que subir mientras charlábamos con Françesc. Nos habló de las experiencias de algunos de sus huéspedes, al tiempo que nos contaba cómo había salido, junto con su mujer Mercè, de España para montar un hotel en el Fin del Mundo, y vaya hotel más acogedor y agradable. Pero todo eso quedó atrás en el momento en que sentimos cómo el suelo se movía bajo nuestros pies y nos dimos cuenta de que seguiría haciéndolo durante las siguientes dos semanas.
Camino del sur: el paso Drake, el paralelo 60, el círculo polar antártico y más allá
Llegaba el terrible paso Drake. Un paso que ni el propio Sir Francis Drake llegó a cruzar nunca. Un nuevo encuentro de las aguas como el amazónico, pero aquí sin cambio de color y entre dos océanos gigantescos. Esperábamos un vaivén terrible, que el barco cabeceara como un caballo salvaje. Habíamos oído muchas historias, la última en la farmacia donde compré dramamine de boca de una chica que trabajaba en uno de los barcos, y no sabíamos si estaríamos preparados. Por primera vez use el nivel del móvil que llegó a marcar inclinaciones del 8%. Pero no sufrimos, las ganas de seguir adelante por lo que nos esperaba nos mantenían atentos a todo.
Las etapas se iban cumpliendo, una vez superado el paso Drake el barco avanzaba. El paralelo 60º Sur, límite territorial de la Antártida, era superado sobre unas aguas más o menos calmadas. Cruzamos el Círculo Polar Antártico, paralelo 66º 33′ 44» Sur, y lo celebramos tomando chocolate caliente en cubierta. Llegamos hasta el 68º 14.3′ Sur y, si eso no había parecido suficiente, ahí fue donde comenzó la verdadera aventura. Desaparecieron los colores para dar paso a un mundo en escalas de grises, azules y blancos. Un mundo que nos acepta pero que no es nuestro. Un mundo que nos permite disfrutar de su belleza pero nos deja claro que somos invitados. Un mundo que no se deja domesticar y que pone las reglas.
¿Te quieres de ir de viaje a la Antártida?
¿Se pueden poner palabras a la belleza?
Todo el mundo tiene en mente que un iceberg es un enorme bloque de hielo, pero ¿cuánto es enorme? Nuestro primer iceberg nos demostró que nuestra imaginación se había quedado muy corta. Nuestro barco de expedición y sus 124 metros de eslora se quedaban en nada. ¿Un bloque de hielo, flotando a la deriva, de más de 124 metros? Sí, eso hace que el hundimiento del Titanic sea más «comprensible». En ese primer momento, después de más de dos días de navegación, se desata la locura en el barco y comienzan a aparecer las cámaras de fotos –aquello parece una exposición de cámaras profesionales y objetivos capaces de sacar los pelos de las focas desde cien metros de distancia–.
Poco después, sin oír a Rodrigo de Triana gritar «tierra a la vista», los icebergs se convierten en una enorme masa de hielo… tan enorme que es un glaciar sobre tierra firme. La isla Horseshoe aparecía frente a nosotros. Llegaba el momento de usar la ropa de abrigo, de ABRIGO: las mallas bajo los pantalones de nieve, los dos pares de calcetines, las cinco capas de camisetas, sudaderas y parka, dos pares de guantes y el gorro. Saldríamos del barco para navegar entre hielo en las zodiacs. Si el barco parecía pequeño, las zodiacs eran simples motas frente a los enormes glaciares. No nos paramos a pensar en la charla sobre seguridad –la segunda que recibimos–, qué hacer si alguien caía al agua o qué hacer si era el patrón de la zodiac. Sólo queríamos ver de cerca todo aquello, salir de la comodidad del barco para sentir el frío en la cara, dar un paso más en nuestra visita a la Antártida. Comenzaron a aparecer focas –de Weddel, leopardo y cangrejera–, leones marinos, elefantes marinos, ballenas jorobadas, ballenas rocual austral, orcas… no todos el mismo día, no todos a la vez, pero todos pasaron frente a nuestros asombrados ojos.
¿Suficiente? ¡No! Queríamos pisar la Antártida, tocar ese sexto continente. Nuestro primer contacto con la tierra llegó en Peterman Island el quinto día de navegación. Pingüinos. Esa es la palabra: pingüinos. Miles de pingüinos. Simpáticos, torpes en tierra lo que les hace ser especialmente graciosos, escandalosos –llegamos en época de cría y allí que estaban todos llamando a sus padres a gritos en busca de comida– y sucios. La tranquilidad del continente blanco desaparecía como por arte de magia para dar paso a un griterío ensordecedor y a toneladas de guano. Pero era nuestro momento antártico, nuestro sueño cumplido, nuestro salto y todo era como debía ser, con ese punto de realidad que demostraba que estabas ahí más allá de lo que habías esperado encontrar.
Era el momento de cruzar estrechos pasos entre la península y las islas, cuando el silencio reinaba en el puente de mando mientras el capitán daba las ordenes sin separar la vista del mapa. Fuera, una densa niebla nos dejaba ver, de vez en cuando, como enorme paredes de roca y hielo nos acorralaban a ambos lados. El canal de Lemaire era uno de los puntos fuertes de la navegación, uno de los paisajes más bonitos que recordaríamos siempre… lo vimos cubierto por la niebla, con frío y con algo de nieve, pero siempre quedarán en nuestra memoria esos momentos y lo que vimos. Nuestra experiencia antártica no dejaba aparecer más colores que esos grises azulados.
Locuras en la Antártida: Polar Plunge
Todo era precioso, todo nos impresionaba, todo nos tenía con la boca abierta y los ojos como platos. Cada mañana nos pellizcábamos para confirmar que todo era real –todavía no habíamos visto el cargo en el banco…–. Surgió la posibilidad de hacerlo más real: tocarlo. Hasta ese momento habíamos navegado –en barco y zodiac–, pisado –las islas y el continente–, oído –pingüinos, focas y ballenas, pero también avalanchas y roturas de hielo en los glaciares– y olido –¿hemos dicho ya que los pingüinos son muy sucios?–. Siempre bien protegidos con nuestras muchas capas de ropa. Faltaba sentirlo en profundidad, sentirlo en la piel. Llegó el momento de hacer locuras, porque ¿de qué otra forma llamarías a saltar al océano Antártico en bañador? Bueno, allí lo llaman de una forma más elegante. En lugar de decir la Locura Enfermiza, lo llaman Polar Plunge. Pero el resultado es el mismo: una explosión de dolor dentro de tu cabeza cuando te sumerges en esas aguas a más o menos un grado de temperatura.
¿Te quieres de ir de viaje a la Antártida?
Volviendo a Ushuaia
Todo lo bueno se acaba, hasta los sueños, y después de ocho fabulosos días en la Antártida llegó el momento de volver. El paso Drake nos estaba esperando de nuevo, pero ya era un viejo conocido. Podéis pensar que la depresión se hizo fuerte en nosotros. No. Las aves, a las que no habíamos hecho mucho caso en el viaje de ida ansiosos por llegar cuanto antes, volvieron a rodear nuestro barco. Los majestuosos albatros –las aves más grandes del planeta, más aún que los cóndores– y los petreles planeaban a nuestro alrededor y, a veces, sobre nuestras cabezas. Era el fin de fiesta del reino animal, de un reino animal que sobrevive donde nosotros no podemos –cierto es que hay bases permanentes en la Antártida, pero…–.
El canal de Beagle marcaba el fin de la aventura y el momento de desembarcar en el puerto de Ushuaia era la vuelta a la realidad. Una realidad de la que habíamos salido durante dos semanas para visitar otro planeta distinto en el que ni los colores eran los mismos. Habíamos cumplido un sueño y lo vivido era mejor que lo soñado.
Si te has quedado con ganas de ir tú también, es más fácil de lo que crees, te explicamos cómo ir a la Antártida y si ya te has decidido, pregúntanos por los próximos cruceros y precios last minute.