Dormir en medio de la selva amazónica, desconectar por unos días del mundo. Sin teléfono, sin internet y con el único objetivo de relajarse y disfrutar de la naturaleza. ¿Sería otro sueño cumplido en nuestro viaje por Latinoamérica?
Después del estupendo «aperitivo» del Amazonas que disfrutamos en Alter do Chão, otros dos días de barco nos llevaron hasta Manaus, capital del estado brasileño de Amazonas. Sí, en pleno Amazonas hay una ciudad, con sus edificios modernos, sus fábricas, su asfalto, sus multitudes, sus atascos… Una ciudad que se desarrolló en la época de la fiebre del caucho y que ahora, como puerto franco, acoge una gran cantidad de fábricas.
Al llegar a Manaus el ideal romántico asociado al Amazonas desvanece totalmente y es imposible no preguntarse si de verdad se puede disfrutar de un Amazonas más auténtico y menos trillado desde ahí.
Nosotros nos preguntamos lo mismo, pero la respuesta llegó rápidamente, bastó con recorrer el trayecto que nos llevó a nuestro hotel en la selva amazónica: el Amazon Tupana Lodge. Desde Manaus, unos 45 minutos de barco –cruzando, justo enfrente de la ciudad, el famoso encuentro de las aguas del Río Negro, de un azul muy oscuro, casi negro, y del Solimões, de tonalidad arcillosa–, 4 horas de minivan y otros 25 minutos de barco nos llevaron a otro mundo. Pasamos por mercados, por pequeños pueblos y nos alejamos cada vez más de la civilización. En el camino hasta nos cruzamos con delfines rosados, un caimán en un lago al borde de la carretera y empezamos a ver pájaros, mariposas y nenúfares gigantes. Y al final del largo camino, allí estaba esperándonos el Amazon Tupana Lodge, lejos de las masificaciones, del ruido, del caos… Manaus parecía estar ya a años luz. Las únicas construcciones eran los bungalows de madera del hotel en medio de la selva, encarados al río Tupana.
Pasamos allí cuatro días pero nos hubiera encantado quedarnos más. Disfrutamos de una comida exquisita, conocimos algunos habitantes de las comunidades locales, dimos paseos en barco por el Tupana y a pie por la selva y un día hasta dormimos allí en hamaca: todas experiencias inolvidables.
En el río Tupana no hay más hoteles pero sí algunas casas y terrenos de cultivo, en nuestros días por la zona fuimos a visitar a un señor que cultivaba piñas y una familia que tenía una plantación de mandioca, yuca, y que se sustentaba gracias a ella y a la caza. Nos contaron cómo se vivía en el Amazonas, las dificultades a la hora de acceder a la educación o a la sanidad públicas y en qué consistía su trabajo. Fue muy enriquecedor aunque para unos urbanitas como nosotros fue imposible no preguntarse cómo podían seguir viviendo tan cerca pero tan aislados del mundo. Su respuesta es que así eran felices.
Dormir en la selva fue otra gran experiencia. Éramos sólo nosotros dos y el guía, que por cierto, nos asó allí mismo un pollo que sabía a gloria. De noche los ruidos de la selva parecen amplificarse y, aunque no hubo ningún rugido de jaguares –tampoco sabemos si nos hubiera gustado oírlo–, sólo el canto de los miles de pájaros que pueblan la selva ya era más que suficiente para crear un ambiente inquietante. Nuestra hamaca llevaba mosquitera y, como siempre, nos acompañaba nuestro Relec Extra Fuerte, nuestro mejor amigo en todo el viaje por Latinoamérica, pero no fueron necesarios: ¡allí no había mosquitos! En las aguas de los ríos negros, más ácidas, no hay mosquitos, aunque también hay menos animales, todo hay que decirlo, sobre todo en la estación húmeda, cuando el río crece inundando parte de la selva y los animales se dispersan.
En el paseo por la selva casi nos alegramos de ello, no sabíamos cuánto nos hubiera gustado encontrarnos con animales salvajes. Los únicos que nos acompañaron en nuestro camino fueron unos simpáticos monos que jugueteaban entre los arboles.
En los paseos en barco, en canoa y en barcas a motor, nuestro guía Robinson, gran conocedor de la zona, nos llevó a ver tucanes, papagayos, delfines rosados, una cría de caimán… vimos también los ojos rojos de mamá caimán brillando en la oscuridad y, sobre todo, escuchamos su aterrador rugido. Pero, de nuevo, fueron los paisajes los que más nos cautivaron: los igarapés –los pequeños canales a los márgenes del río–, los igapós –las partes de selva que quedan inundadas en la temporada de lluvias–, los amaneceres y atardeceres en el río….
Como buenos turistas guiris, fuimos también a pescar pirañas, ¡pero no conseguimos atrapar ni una!
Y de noche –quien dice noche dice a las 6.30 de la tarde–, a jugar al futbolín o al billar con los otros huéspedes del Amazon Tupana Lodge, a disfrutar de la cena, y a descansar hasta el día siguiente…
Otro paraíso más en nuestro viaje por Brasil que estaba a punto de acabar.
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