Los días en Chachapoyas, capital del estado de Amazonas, fueron muy bien aprovechados. Si el primero entramos en contacto con la antigua cultura de los SachaPuyos –y de qué forma con su fortaleza más impresionante y capital del «reino»–, el segundo continuamos profundizando en sus ritos. De nuevo gracias a Amazon Expedition Turismo Sostenible visitamos uno de sus más famosos enterramientos y una de sus cuevas sagradas: los sarcófagos de Karajía y la cueva de Quiocta. El tercero dejamos la historia para disfrutar de la naturaleza y de una de las cascadas más altas del mundo: la cascada de Gocta. Pero el cuarto día volvimos a la cultura chachapoyas visitando el Museo Leymebamba, un lugar poco conocido pero impresionante.
Sarcófagos de Karajía
A pesar de que se han encontrado enterramientos dentro de los muros de Kuelap, la considerada capital chachapoyas, los sarcófagos de Karajía (5 S/. – 1,3€/1,8 US$) son otra muestra de arte funerario. Los que se visitan se encuentran en la ladera de una montaña. Estos lugares estaban reservados para los jefes o curacas –antiguos militares convertidos después en gobernantes–. La clase media se enterraba en paredes, murallas o acantilados y sus tumbas no han sobrevivido hasta nuestros días. El nombre del lugar, Karajía, se debe al ruido que hacían los cóndores –ya extinguidos en la montaña– al llamar a sus crías.
Al verlos desde la distancia parecen pequeños, pero es por eso, por la distancia, porque el más grande de todos mide 2,5 metros de alto. Su construcción se remonta, aproximadamente, al siglo XV y hasta mediados del siglo XX no fueron protegidos. De hecho, fueron saqueados sin control. Incluso los «arqueólogos» que llegaron al lugar, más interesados en las momias –casi todas, sacadas del país a museos o colecciones particulares extranjeras y que nunca han vuelto a Perú– destruían los sarcófagos o pagaban a los campesinos para que lo hicieran. Muchas veces a disparos de escopeta, debido a que los chachapoyas cerraban el acceso derrumbando partes de la ladera. Finalmente, se aceptó que era posible acceder a las momias por la parte de atrás de los sarcófagos permitiéndonos ver cómo lucían cuando fueron colocados. Más suerte han tenido los recién descubiertos –en junio y julio de 2013– cerca de San Jerónimo. No fuimos hasta allí por problemas de tiempo y por ser algo complicado, pero contactamos con Enrique González, un español que quedó enamorado de la zona –llena de naturaleza virgen y gran cantidad de cascadas– y montó un hostal, La Posada de Cuispes, desde el que también organiza excursiones por la zona. Aunque no pudimos ir a verle nos hace ilusión mencionarle y esperamos que le vaya muy bien.
En el interior de los sarcófagos había, además de la momia, objetos usados en vida por el difunto, cerámicas y dos conchas de espóndilus, una boca arriba y otra boca abajo. Aunque, lo que más llama la atención son las calaveras que hay sobre ellos: cada una es la del enemigo más importante vencido –asesinado– por el curaca.
Cueva de Quiocta
Si Karajía es el sonido de los cóndores al llamar a sus crías, Quiocta es el que hacen al atardecer: quioct. Para entrar en la gruta (5 S/. – 1,3€/1,8 US$) es necesario llevar botas de agua. Suponemos que todas las agencias las darán, pero sólo podemos asegurar que la nuestra lo hizo –tampoco encontramos más grupos dentro–. La cueva forma parte de un gran sistema de cavernas, siendo ésta de las más sencillas. Sencilla, pero el barro húmedo que cubre todo el suelo y algunos charcos profundos hacen que tengas que poner toda tu atención cada vez que muevas un pie.
En su interior: restos humanos –en Kuelap nos habían dicho que los chachapoyas no hacían sacrificios humanos, pero aquí nos dijeron que en épocas anteriores a la construcción de la fortaleza, periodo formativo, sí que los llevaban a cabo–, estalactitas, estalagmitas e, incluso, un pequeño lago interior al pie de una columna con una especie de asiento natural: el salón de la princesa.
Museo Leymebamba
Aunque la mayoría de las momias de Karajía han abandonado el país, no era el único lugar de enterramiento chachapoyas. En los enterramientos de la laguna de los Cóndores, en pleno bosque nublado, se encontraron hace 17 años, en 1996, varios edificios funerarios con gran cantidad de momias en su interior, hasta 200 fueron halladas. Tanto es así que, desde entonces, también se conoce como laguna de las Momias. Esas momias fueron trasladadas a un museo en Leymebamba (15 S/. – 4€/5,5US$) que, rodeado de tantos puntos turísticos, pasa desapercibido para la mayoría de viajeros: ¡gran error! Tanto es así, que aunque la agencia ofrece visitas al museo y a los mausoleos de Revash, es tan poca la demanda que fuimos por nuestra cuenta.
El museo en sí no es gran cosa, hasta que se llega a la sala de las momias. Si, como en nuestro caso, estáis solos en la visita, es probable que os preguntéis dónde están las momias. Las luces estaban apagadas y hasta que no vimos un reflejo tras un cristal y buscamos un interruptor de la luz, allí no había nada. Al encender apareció ante nosotros una sala con tres alturas de estanterías y decenas de momias apiladas como en un almacén con tremendos rictus de dolor. Obviamente fue nuestra imaginación por la forma en que colocaban el cuerpo: con las piernas dobladas y los brazos cerrados con las manos en la cara. Un lugar IMPRESIONANTE.
Catarata de Gocta
La tercera, la segunda, la sexta… catarata más alta del mundo con dos caídas. ¿Tan difícil es medir una cascada por mucho que tenga dos caídas? Dejando por un día la cultura chachapoyas y los restos arqueológicos, salimos a caminar por la montaña desde Cocachimba, el pueblo desde el que comienza el recorrido.
El paseo (entrada 10 S/. – 2,6€/3,6US$) no se puede decir que sea sencillo pero, después del Roraima, nada volvió a ser lo mismo. Subidas, bajadas, rocas, arena… hasta llegar a la segunda caída y el pequeño lago que se forma en su base. Como en otros lugares, es posible contratar un caballo para facilitar el paseo.
Recomendable para los que gusten de caminar y tengan tiempo extra en Chachapoyas porque, a pesar de los impresionantes paisajes, no cabe duda de que, para nosotros, fue la «menor» de las visitas que hicimos en la zona.