Al igual que los templos religiosos forman parte de la visita turística de cualquier país, nosotros pensamos que los cementerios también tienen mucho que enseñar. Cementerios de ciudades como París o Berlín son mundialmente conocidos y un viaje a Buenos Aires no estaría completo sin visitar el Cementerio de la Recoleta, sin duda el más conocido y más turístico de la ciudad, pero no el único. Durante años, desde su inauguración en el huerto de los monjes recoletos en 1822, las familias más influyentes y poderosas de la ciudad han enterrado aquí a sus seres queridos rodeándoles del lujo y la ostentación que su posición les permitía: impresionantes mausoleos, gigantescas estatuas… el arte fúnebre en su máxima expresión.
Cementerio de la Recoleta
Desde el momento en que miras un plano turístico de la ciudad te das cuenta de que no serás el único que lo visitará. Aparece destacado al nivel de la Casa Rosada, el Obelisco o Caminito –en el bario de La Boca–. En los alrededores del cementerio se organiza un mercadillo artesanal todos los fines de semana aprovechando la afluencia de público, en el interior incluso hay recorridos guiados en varios idiomas y toda clase de recuerdos a la venta, incluso un mapa de las tumbas. Lo recorrimos con un cielo grisáceo que le aportó un aire melancólico –el mismo cielo grisáceo que esa noche y a la mañana siguiente descargó una enorme cantidad de agua en Buenos Aries dejando inundaciones, cortes de luz, muchos daños materiales y, lo peor sin duda, muertos–.
Las impresionantes esculturas del Cementerio de la Recoleta: ángeles de alas extendidas de aspecto acogedor, figuras que tapan su dolor con túnicas y mantos, hombres y mujeres llorando desconsoladamente… compiten con las tumbas menos cuidadas. La atracción de los cementerios está en el arte, pero también en la decadencia y tristeza: tumbas abandonadas con rejas rotas, placas cubiertas por telarañas, flores secas… Todo esto es el Cementerio de la Recoleta, desde el lujo de tumbas majestuosas, hasta ataúdes a la vista al romperse las maderas y telas que los cubrían.
Eva Duarte de Perón, Evita
Entre los ocupantes más célebres del Cementerio de la Recoleta se encuentra Eva Duarte de Perón, Evita. Ya habíamos visto un par de enormes retratos suyos en plena Avenida 9 de julio –la más ancha de Buenos Aires y del mundo–, lo que nos dejó claro que sigue muy presente en el corazón de los porteños. Esa devoción ha traspasado fronteras haciendo que siempre haya turistas alrededor de su tumba. Eso sí, no penséis que se trata de la más grande o la más ricamente decorada. Al contrario. Un sobrio mausoleo de mármol negro sin estatuas escondido en uno de los pasillos más alejados de la entrada. Pero tranquilos, orientarse es fácil gracias a los planos y a los grupos con guía que siempre acaban por hacerle una visita.
Juan Domingo Perón, el marido de Evita, mandó embalsamar su cuerpo. Poco después, un golpe militar derrocó a Perón y el cuerpo permaneció desaparecido durante dieciocho años –fue secuestrado por los golpistas y posteriormente enviado a Italia–. Con la llegada de la democracia, y no pocas peripecias, Evita volvió a Argentina. Al tratarse de una primera dama, su cuerpo debería reposar en la quinta presidencial, pero Videla –el presidente de ese momento–no lo permitió y entregó el cuerpo a su hermana que lo enterró en el panteón de la familia Duarte.
Cementerio de la Chacarita
Pero una ciudad con tres millones de habitantes –trece incluyendo el Gran Buenos Aires– no puede tener sólo un cementerio. Menos aún cuando, en 1871, se desató una gran epidemia de fiebre amarilla, conocida como la «Gran peste», que diezmó su población. El Cementerio de la Chacarita es el monumento al esfuerzo y las ganas de la ciudad de Buenos Aires de reponerse de esta catástrofe. Poco conocido a nivel turístico, no tiene nada que envidiar al de la Recoleta salvo, tal vez, la fama de sus ocupantes. Como en aquél, ya la entrada muestra que no estamos ante un cementerio cualquiera: un friso sobre columnas da la bienvenida al visitante y un enorme grupo escultórico le recibe nada más atravesarla.
Fue mirando esas estatuas –hombres y mujeres sosteniendo el cuerpo de Jesucristo y su cruz entre muestras de dolor y llantos– y tratando de entender su significado, cuando comenzamos a charlar con un caballero que tampoco entendía la presencia de una mujer con un bebé en el grupo. Esto también es Buenos Aires: gente con ganas de charlar, de compartir.
El Cementerio de la Chacarita nos ofreció más mausoleos con formas de catedrales, de torres…, grupos escultóricos, ángeles, humanos… Incluso encontramos un mausoleo que imitaba a un templo egipcio.
Nuestra aventura acaba de empezar y todavía queda mucho para que volvamos a Madrid, pero la visita al Cementerio de San Isidro (cumplimos a la vuelta y os lo contamos) no faltará.
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