La medina de Marrakech seguramente sea uno de los sitios más turísticos de África. Los puestos tradicionales donde los vecinos siguen haciendo sus compras se alternan con tiendas cuyos vendedores esperan impacientes al siguiente turista para empezar un juego de negociaciones que, si el turista en cuestión no está muy acostumbrado a ello, resultará en una muy buena ganancia para el vendedor. A pesar de la cantidad de turistas, no deja de tener su encanto, como todas las medinas árabes. Sus colores, olores, ruidos y el movimiento continuo de gente y animales en un “armónico frenesí “ hacen que sean lugares irresistibles.
Viajar al pasado en la Medina de Marrakech
Esa parte turística la conocimos sólo el segundo día de viaje. Era la primera vez que viajábamos juntos –JAAC todavía no saltaba y yo todavía no llevaba cámara– y era nuestro primer, y penúltimo, viaje organizado. Pero la tarde que llegamos la teníamos libre y aprovechamos para darnos una vuelta, obviamente, por la medina. Al atravesar una de las puertas de la muralla nos sentimos como si estuviéramos entrando en otro mundo, un mundo que se hubiera congelado hace siglos y que volviera ahora a la vida intacto. Las tiendas se sucedían una tras otra y sólo había compradores locales. En alguna intentaban vendernos algo pero en la mayoría pasaban de nosotros, es más, nos miraban con cara de “¿qué hacen estos por aquí? ¿se habrán perdido?” Esa sensación sólo la hemos vuelto a vivir en otra espectacular medina: la de Alepo, en Siria, que ahora seguramente haya quedado destrozada por la terrible guerra que está asolando el país.
Más adelante descubrimos que sólo se trataba de una zona relativamente pequeña en el norte de la medina que, según la gente del hotel de Marrakech, no era turística y era peligrosa, aunque a nosotros no nos lo pareció, pero en los hoteles suelen exagerar con estas cosas considerando siempre a los occidentales unos pardillos. En cualquier caso, no se adentraban casi turistas, sólo nos encontramos con un par de ellos en nuestro largo camino. Y digo largo porque –¿cómo no?– nos perdimos. Al fin y al cabo, lo mejor que se puede hacer en una medina es perderse por sus callejuelas, ¿no? Allí los mapas no sirven de nada, además de que no teníamos… Completamente perdidos disfrutábamos de la situación observando a la gente: vendedores ambulantes, familias enteras en una moto, una madre buscando la mano de su hija… No pudimos evitar robar unas cuantas fotos para recordarlo.
Curtidores en la medina de Marrakech
De vez en cuando algún local se nos acercaba queriendo guiarnos por la zona, a cambio de unos cuantos dirhams claro, pero nosotros seguíamos por nuestro camino. Uno de ellos nos quiso llevar a la zona de curtidores para enseñárnosla y en ese momento, no sin haber rechazado más de una vez la “proposición” y de decir que no teníamos dinero, cedimos. Sabíamos que solos no habríamos llegado nunca y nos apetecía verla. Allá que nos fuimos, siguiendo a un desconocido que nos llevaba a un sitio por donde no había casi nadie, y menos turistas: fue nuestra primera pequeña “aventura viajera”.
Antes de entrar en el lugar, nuestro improvisado guía nos dio unas hojas de hierbabuena para que el olor no acabara con nosotros. El patio donde llegamos era más bien pequeño y el único curtidor que estaba trabajando nos miraba con cara de pocos amigos. La cosa empeoró después de que le hiciéramos una foto, animados por el “guía”. Éste, después de intentar tranquilizarle, nos explicó como se trataban y curtían las pieles. Por lo visto, las que estaban allí habían pasado ya por la fosa con cal viva, para quitarles los restos de pelo y de carne, y ahora estaban sumergidas, junto con los pies del curtidor, en un líquido que contenía, entre otras cosas, orina de algún animal que no recuerdo y excrementos de paloma. Claro, yo tampoco quisiera que me fotografiaran con los pies allí dentro… Después las pieles serían pulidas pasando por aceites y otros líquidos antes de ser teñidas (aunque allí no vimos esa parte como en Fez).
Siguiente etapa, como no, y aunque intentáramos evitarlo: una tienda de “artesanía”. Entramos y, después de un largo proceso de negociación, “picamos” comprando una tetera a una ducentésima parte de lo que nos habían pedido, no sin que pasara un rato muy muy largo en la negociación y de decir que nos íbamos sin nada. Al salir, el “guía” nos pidió dinero, una barbaridad además. Le dijimos que el vendedor le daría seguro una parte de la compra. No se quedó muy satisfecho y no nos dejaba irnos poniéndose cada vez más nervioso. No teníamos ni idea de dónde estábamos en ese momento, lo que complicaba un poco más las cosas. Al final, por suerte, se conformó con un boli y, sin gran entusiasmo, nos acercó a la puerta de la medina más cercana. De allí volvimos al hotel dando la vuelta por el exterior de la muralla, ya habíamos tenido suficientes emociones para una tarde y no era caso volver a perdernos.
Sólo al día siguiente descubrimos la cara más turística de esta fascinante medina.