Para un viajero –viajero o turista, mochilero o maletero, por libre o en grupo– cruzar una frontera es una etapa más del viaje. Salir de tu país es algo tan natural que, algunas veces, nos olvidamos de que existen esas zonas de control en las que pasar de un lado a otro de una “simple” línea se convierte en una tarea digna de los doce trabajos de Hércules. La verdad es que no suelen coger por sorpresa. Siempre se sabe, al llegar, lo amigable que será. Desde las que uno no se da cuenta de que ha cruzado, hasta las que se sabe que no se pueden atravesar. Sí, sigue habiendo fronteras cerradas, herméticas, vigiladas, con muros –no estaba sólo el de Berlín, a pesar de ser el más conocido-.
Sin lugar a dudas la peor, con diferencia, es la que no te dejan cruzar. En nuestro caso la de Nepal con China, concretamente con Tibet. Dos semanas antes de salir hacia Katmandú en un viaje que nos habría llevado a Tibet, se cerró la frontera. Por suerte, el viaje nos llevó hasta un país como Bután que se convirtió en un fantástico descubrimiento.
Frontera puente del Rey Hussein o puente Allenby
Pero, entre las que hemos conseguido cruzar, la que separa Jordania de Israel fue la más complicada. Tantas preguntas, esperas, controles… que nos recordó a un videojuego en el que cada vez que pasas un nivel te encuentras con una prueba un poco más complicada. Hablamos del paso fronterizo del puente del Rey Hussein o puente Allenby.
Salir de Jordania
Comenzó fácil: salir de Jordania no fue más que un mero trámite, aunque cuando se hace a través de este paso no hay sello en el pasaporte, puesto que el territorio cisjordano –al otro lado de la frontera– no está considerado Israel. Eso sí, el pago de la tasa de salida no te lo ahorras aunque no haya sello.
Cruzando el puente Allenby
Entre el puesto fronterizo jordano y el israelí hay un autobús. No se puede ir andando y no hay más coches. El autobús no sale de la zona pero, antes de llegar al puesto israelí, ya lo paran. Hacen bajar a todo el mundo. Revisan los bajos con un espejo. Miran debajo de los asientos. Y piden el pasaporte a todos los pasajeros. De pronto nos habíamos transportado a los 80’s y Marion Cobretti, con sus gafas y su automática con lanza granadas, estaba a nuestro lado con su cara de pocos amigos.
Llegada a Israel
A la llegada al edificio israelí nos recibieron militares y policías con UZIs pero, lo más grave, es que también había chavales de menos de veinte años de paisano con su metralleta –bermudas, polo y naúticos piden a gritos una semiautomática como complemento y no unas gafas de sol–.
Nuestro juego había pasado al terreno israelí y el primer nivel fue un control con chorro de aire. Te meten en una especie de ducha de hidromasaje y abren los chorros de aire a presión. En función de lo que detecten en el aire después, se enciende la luz verde o la roja. No queremos ni pensar qué harán con los que provocan que se encienda la luz roja, lo mismo hay un botón que abre una trampilla en el suelo y caes a un foso con cocodrilos.
El hecho de llevar en el pasaporte el sello de Jordania y el de Siria no ayudó mucho en el siguiente paso. De hecho, tan poco que nos enviaron a unos bancos a esperar a los interrogadores. Y es cierto que son interrogadores. Después de un par de horas de espera nos llamaron, por supuesto por separado, para preguntarnos desde por qué queríamos entrar en el país hasta si conocíamos a alguien, si nos habían dado algo para meter en el país, dónde trabajamos, dónde pensamos alojarnos, donde nos habíamos conocido… A las preguntas les siguió otro rato de espera y otra ronda más.
Aceptamos que es un territorio conflictivo y que la seguridad es muy importante, pero después de la primera hora de espera ya nos estábamos preguntando qué sentido tenía, si de verdad merecía la pena entrar en el país y llegar a Jerusalén.
Unas cinco horas después nos dejaron pasar. Nos habíamos informado de que era posible solicitar que no te sellasen el pasaporte –el sello israelí provoca la prohibición de entrada en muchos otros países de la zona–. Se puede pedir, pero no lo llevan bien. No aceptan fácilmente que no quieras tener su sello… Tras la “pertinente” petición y consecuente “discusión” todavía quedaba una última fase y otra espera.
Para salir del edificio hay que pasar por otra ventanilla donde, después de todas las preguntas y controles, todavía nos preguntaron si llevábamos armas. ¿Armas? Después de cinco horas, si llevásemos ya os habríais dado cuenta… y si no os habéis dado cuenta no será ahora cuando os lo digamos.
Nos pareció una pregunta surrealista… hasta que llegamos a Jesusalén y descubrimos la cantidad de armas que había allí. Puede que lo mucho que nos costó cruzar la frontera influyera después en el desencanto que nos provocó la visita a la ciudad tres veces sagrada.
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